¿Quién es quién? Nuestra cara es la máscara del carnaval cotidiano. Busquemos donde busquemos, busquemos en quien busquemos, nunca nos encontraremos a nosotros mismos sino cuando ya no podamos contárselo a nadie. Entonces, cuando ricos de silencio se nos revele claramente quiénes fuimos, empezará otro teatro, otra escena que nadie podrá ver: la elocuencia de una nueva infancia, un principio que es un final, la mentira visible de nuestra identidad. La Muerte es una máscara de cristal.
Escribe así
Dionisio Cañas, tomellosino recogiendo en Nueva York literaturas hispánicas y
derramando versificaciones como la que dedica a la vida de Billy Tipton
(1914-1989) en La balada del hombremujer
(2008, Colección Desatada de Editorial Egales). Ese hombre –Billy– enamorado
del jazz a tal punto que disfrazó su ser femenino –Dorothy Lucille Tipton– en apariencia masculina y vivió el
malditismo nómada de la cultura norteamericana, envuelto en su pasión musical,
con cierto renombre como pianista y saxofonista, aunque sin lograr un
virtuosismo que le hiciera sobresalir.
¿Cómo era su
vida amorosa? ¿Puede entenderse que ni sus esposas ni sus tres hijos (adoptivos)
estuvieran al tanto de su transformación, sucedida en los años cuarenta? Los
últimos veinte años de su vida, desahuciado de los escenarios por una artritis,
serían de soledad cuando los vivió en una casa rodante.