miércoles, 25 de septiembre de 2013

¿Quién es quién? El cristal de la muerte

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¿Quién es quién? Nuestra cara es la máscara del carnaval cotidiano. Busquemos donde busquemos, busquemos en quien busquemos, nunca nos encontraremos a nosotros mismos sino cuando ya no podamos contárselo a nadie. Entonces, cuando ricos de silencio se nos revele claramente quiénes fuimos, empezará otro teatro, otra escena que nadie podrá ver: la elocuencia de una nueva infancia, un principio que es un final, la mentira visible de nuestra identidad. La Muerte es una máscara de cristal.
Escribe así Dionisio Cañas, tomellosino recogiendo en Nueva York literaturas hispánicas y derramando versificaciones como la que dedica a la vida de Billy Tipton (1914-1989) en La balada del hombremujer (2008, Colección Desatada de Editorial Egales). Ese hombre –Billy– enamorado del jazz a tal punto que disfrazó su ser femenino –Dorothy Lucille Tipton– en apariencia masculina y vivió el malditismo nómada de la cultura norteamericana, envuelto en su pasión musical, con cierto renombre como pianista y saxofonista, aunque sin lograr un virtuosismo que le hiciera sobresalir.
 

¿Cómo era su vida amorosa? ¿Puede entenderse que ni sus esposas ni sus tres hijos (adoptivos) estuvieran al tanto de su transformación, sucedida en los años cuarenta? Los últimos veinte años de su vida, desahuciado de los escenarios por una artritis, serían de soledad cuando los vivió en una casa rodante.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Cuentos de familia

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En estos días finales de verano coloreados por las rosáceas flores del árbol de Júpiter y de las rosas de Siria –asientos de Asia Menor–, mientras los coches amanecen sudados en la rosada de la mañana, me viene a la mente la niña del cuento que deseaba ser huérfana y ansiaba quedarse sola en el mundo para disponer de todos los juguetes y contemplar la llanura despreocupadamente.
Homero. Ilíada es un texto basado en el relato homérico clásico, de cierta consistencia, necesitado de varias horas para su lectura, lo que no fue óbice para que fuera leído en el otoño de 2004 en espacios públicos de Roma y Turín, a los que había que asistir pagando entrada y a los que acudieron más de diez mil oyentes-videntes. La sesión de Roma se retransmitió en directo por radio, teniendo constancia de que numerosas personas permanecieron hasta su final dentro de sus coches en los aparcamientos.
Su autor, Alessandro Baricco, es de sobra conocido por regentar una escuela de escritores (de nombre Holden [que, por cierto, a su creador, Salinger, le están amargando el descanso eterno]) y por ser un excelente novelista, es decir, un agudo observador de costumbres y de la condición humana. Pues bien –decimos–, su autor, a la hora de explicar el éxito de prolongada audiencia en los aparcamientos, se inclina por admitir que no lo fue tanto por la emoción del texto (al imaginarse, por ejemplo, a Eneas herido en el fragor de la batalla, protegido por los dioses al esconderlo bajo un pliegue de su manto), sino “a lo mejor solo fue porque estaban hartos de su familia”.
Literatura y familia.

[Niña con juguetes es de Nelson Romero, tomado del interesante blog El hurgador, arte en la red]

viernes, 13 de septiembre de 2013

Pacíficas bibliotecas (incendiadas en el sueño)

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En fácil asociación de palabras, podemos unir bibliotecas y paz o sitio en el que se favorecen sentimientos pacíficos. Seguro que si les preguntamos a madres y padres acerca de los lugares en los que sienten que sus adolescentes retoños les proporcionan menos quebraderos de cabeza, en las respuestas ocuparía uno de los primeros puestos la biblioteca del barrio (aunque otra cuestión sea lo que opine el amable personal de estos centros sobre ello).
Charles Bukowsky –El incendio de un sueño– tiene un poema significativo sobre la capacidad de influjo de las bibliotecas en templar caracteres:
La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en
un suicida,
un ladrón de bancos,
un tipo que pega a su mujer,
un carnicero o
un motorista de la policía
[…]
Aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo a lo que aferrarme
y no parecía haber
mucho.
No nos asombran estas palabras viniendo de todo un Bukowski. Y menos nos extraña la conmoción que sufrió cuando, en 1986, su biblioteca sufre un incendio que permanece activo durante siete horas. El fuego y el agua (de los bomberos) inutilizaron unos 400.000 ejemplares, muchos de aquellos en que este adolescente se había salvado del naufragio primero.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Vladimír Holan. La partera

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En la acera

Es una vieja vendedora de periódicos
que cada día llega cojeando hasta aquí...
Cuando agotada ya no tiene fuerzas para llevarlo,
suelta el paquete de "Ediciones extraordinarias",
se sienta encima y se adormece...
Los que pasan delante
están tan acostumbrados que ni siquiera la ven,
y ella, misteriosa y muda como una sibila,
esconde lo que debiera ofrecer...

Empieza a llover…

Camino hacia el trabajo en esta cálida mañana con ausencia de viento y de voces humanas. Los patos agradecen la lluvia de tormenta caída hace escasas horas y el esquelético río Arlanzón revitaliza las cintas de sus riveras. En paralero al camino arbolado, los coches circulan con estridente zumbido. Leo a Vladimír Holan (1905-1980), una vida entregada a la poesía, traducido por Clara Janés Nadal (1940-), tal vez la persona que conoce su enigmático mundo de manera más singular. Es uno de sus libros esenciales: Avanzando (1943-1948), escrito en la época en que sus versos esperanzadores y de resistencia estaban en la boca de los habitantes de Praga durante la ocupación nazi; pero llegaron los rusos –a quienes saludó– y concluyeron que su posterior poesía –la que arriba leemos– era decadente, por lo que fue prohibida.


Pienso en que lo que puede hacerme hermoso no es el brillo que encontraré (y tanto atrae) al cruzar la puerta del nuevo edificio. Pienso en la la partera de Van Gogh

martes, 3 de septiembre de 2013

Por si (todavía) dispones de tiempo... y te apetece

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Si hubiera podido elegir, habría elegido la música […] Mi madre tocaba el calvincémbalo, y lo que ella tocaba con tanta perfección y pulcritud fue como la gota sin fin que penetró en mi cabeza. Así me encontré yo con el hecho de que iba por la calle y no podía dejar de cantar.
Escribe Clara Janés en una de las páginas de Jardín y laberinto (1990), texto con cuerpo de planto, y lo dialoga en La voz de Ofelia (Siruela, 2005), ese pequeño libro tan grande. La música. Parte de ese mundo que nos llega fuera de las órdenes y las imposiciones de cada día. Así que si no has gastado todo tu tiempo durante este veraniego mes, puedes (si quieres) emplear parte de él escuchando algunos acordes llegados de las manos de Khatia Buniatishvili  y Yuja Wang provenientes de Brahms. Nos vamos a lo fácil, dejando por ahora sus acercamientos a Horowitz, a Taub y a nuestro preferido: Skriabin (1872-1915), que recogió los ecos y los plasmó en partituras; ¿de dónde emergieron?; poco importa ahora si estaba interesado en vaivenes teosofistas o si –ciertamente– es el demonio quien inspira sus sonatas blancas y negras, su mesiánica, su éxtasis, su poema del fuego.



Imprescindible (para nuestra vida) la capacidad de oír colores –sinestesia– de este compositor y pianista ruso. Así como la de Clara Janés y Vladimir Holan de percibir la belleza entre el dolor del solitario destierro, presintiendo lo más allá, lo que está en la naturaleza –hojas, trinos, crepúsculos, rosas…– del entorno en que nacemos.

[La ilustración está tomada de artsandarchitecture.wordpress].