Si hubiera podido elegir, habría elegido la música […] Mi madre tocaba el calvincémbalo, y lo que ella tocaba con tanta perfección y pulcritud fue como la gota sin fin que penetró en mi cabeza. Así me encontré yo con el hecho de que iba por la calle y no podía dejar de cantar.
Escribe Clara
Janés en una de las páginas de Jardín y laberinto (1990), texto con cuerpo de planto, y lo dialoga en La voz de
Ofelia (Siruela, 2005), ese pequeño libro tan grande. La música. Parte de
ese mundo que nos llega fuera de las órdenes y las imposiciones de cada día. Así
que si no has gastado todo tu tiempo durante este veraniego mes, puedes (si
quieres) emplear parte de él escuchando algunos acordes llegados de las manos
de Khatia Buniatishvili y Yuja Wang provenientes de Brahms. Nos vamos a lo fácil, dejando por ahora sus acercamientos a Horowitz, a Taub y a nuestro preferido: Skriabin (1872-1915), que recogió los ecos y los plasmó en partituras; ¿de dónde emergieron?; poco importa ahora si estaba interesado en vaivenes teosofistas o si
–ciertamente– es el demonio quien inspira sus sonatas blancas y negras, su
mesiánica, su éxtasis, su poema del fuego.
Imprescindible
(para nuestra vida) la capacidad de oír colores –sinestesia– de este compositor
y pianista ruso. Así como la de Clara Janés y Vladimir Holan de percibir la belleza
entre el dolor del solitario destierro, presintiendo lo más allá, lo que está
en la naturaleza –hojas, trinos, crepúsculos, rosas…– del entorno en que
nacemos.
[La ilustración está tomada de artsandarchitecture.wordpress].
[La ilustración está tomada de artsandarchitecture.wordpress].
Qué maravilla, y cómo lo han interpretado, haciendo fácil pasar por los extremos desde la pura celeridad a ese característico suspiro de dolor.
ResponderEliminarMe lo imagino sentado solo, con sus nemorosas barbas, ante una jarra de cerveza que contempla pensativo. Anda, pon a Brahms en las etiquetas, que se lo merece también.
¡Vaya olvido! Gracias, ebge. Lo subsano.
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