En
fácil asociación de palabras, podemos unir bibliotecas
y paz o sitio en el que se favorecen
sentimientos pacíficos. Seguro que si les preguntamos a madres y padres acerca
de los lugares en los que sienten que sus adolescentes retoños les proporcionan
menos quebraderos de cabeza, en las respuestas ocuparía uno de los primeros
puestos la biblioteca del barrio (aunque otra cuestión sea lo que opine el
amable personal de estos centros sobre ello).
Charles
Bukowsky –El incendio de un sueño–
tiene un poema significativo sobre la capacidad de influjo de las bibliotecas
en templar caracteres:
La vieja
Biblioteca Pública de Los Ángeles
muy
probablemente evitó
que me
convirtiera en
un suicida,
un ladrón de
bancos,
un tipo que
pega a su mujer,
un carnicero
o
un motorista
de la policía
[…]
Aquella
biblioteca estaba
allí cuando
yo era
joven y
buscaba
algo a lo que
aferrarme
y no parecía
haber
mucho.
No
nos asombran estas palabras viniendo de todo un Bukowski. Y menos nos extraña
la conmoción que sufrió cuando, en 1986, su biblioteca sufre un incendio que
permanece activo durante siete horas. El fuego y el agua (de los bomberos)
inutilizaron unos 400.000 ejemplares, muchos de aquellos en que este
adolescente se había salvado del naufragio primero.
Pues menos mal que el incendio sucedió después, que si llega a pasar antes y Bukowski se cría sin biblioteca...
ResponderEliminarNo hay duda de que el fuego y los libros son ambivalentes. Aquel nos ayudó en los inicios de nuestras andanzas sobre la Tierra, y estos perpetúan el mensaje de todo tipo de gente incluidos genocidas. Lo que pasa es que eso de poder vivir otras vidas ayuda a ponerse en la piel de las víctimas y a tener una visión más amplia.
Vaya pérdida, por cierto, para Los Ángeles. 400000 libros. Una gran colección.
Ya lo creo que fue una pérdida. El fuego nos acompaña.
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