Son muy numerosos los casos
de exilio y destierro relatados en la literatura provenientes de situaciones
políticas y sociales. Claudio Guillén (1994-2007), con la elegancia y sagacidad que le
caracteriza, se ocupa de algunos de ellos en El sol de los desterrados: literatura y exilio (1995), y destaca
dos elementos que se hayan presentes en la mayoría de estas situaciones: la
contemplación del sol y los astros les lleva a aprender a compartir un destino
común; y, por contra, se produce una pérdida, un empobrecimiento, un
desangrarse en una parte de sí misma a la persona trasterrada, que la descoloca
a la hora de participar en lo común.
Diógenes el Cínico,
desterrado de Sinope (que le afeó a Alejandro Magno el que le tapara el sol),
le sirve al autor para iniciar el estudio del ostracismo – escrito en ostraka– en la antigüedad griega, desde la que pasar al inevitable
Ovidio, latino, tan opuesto en su postura al anterior, pues no se descabalga en su
poesía de la aflicción, la nostalgia y la lamentación; bien es cierto que es
enviado al orbis ultimun, cerca de la
desembocadura del Danubio, donde no conoce ni la lengua –de ahí su Tristia–. Y no deja de lado a China, que
ya cuenta con imperio desde el siglo II a.n.e., en la que la condición de
político y literato es indisoluble, por lo que la caída en desgracia
administrativa conlleva el destierro a provincias más o menos lejanas, desde
las que expresar «la tristeza, el desconsuelo, la espera impaciente de la
rehabilitación y del regreso». Por ahora, paramos aquí este libro, en el que no
falta Dante, las diásporas o el destiempo.
Más cercana lanza la mirada
(y las palabras) Andrés Sorel cuando escribe Las voces del Estrecho (2016, ya editada en 2000). El segoviano no
duda en calificar de genocidio todo este migrar, y en tantos casos, morir de
quienes huyen de su tierra en busca de una vida en la que contar con
posibilidades de existencia digna. A quienes vemos las imágenes en los medios
de información, amantes de la literatura, sin que actuemos al respecto, tampoco
duda en calificarnos de «melancólicos extranjeros», emulando el verso de Jorge
Guillén al referirse a los paseantes de los cementerios, «última tierra en el
destierro». Centrando la polémica pública en interminables debates inútiles. Pero... somos de aquí.
El Estrecho ya no es solamente un lugar, es una metáfora, un paso, un dragón, un muro; sus orillas
definen dos tipos de vida; huida, comida; en el centro, tumba.
[Salud. A la espera de que
la Vida conceda visión (y no visiones) a quienes gobiernan la res publica].