domingo, 23 de diciembre de 2018

Mano con mano (contra el dolor)

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Salud.
Escribe Almudena Guzmán (1964) en El príncipe rojo (2005):
Quien hace del dolor ajeno
impasible,
rentable y vanidosa inspiración,
no debería pasar a la historia
ni como hombre ni como poeta.
Hombres y poetas hay pocos.
Raposas entre las viñas los más.
Pero no nos asomemos al solsticio de invierno solo con bagaje pesimista. Alentemos (como hace Márcio Faraco ahora en Brasil, con la que les está cayendo) venturas para los días venideros.
Más Salud.

lunes, 17 de diciembre de 2018

El peregrino querúbico en Borges

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Se me han vuelto a cruzar dos libros (al igual que en la anotación anterior). Llevo un tiempo con una selección de El peregrino querubínico (o querúbico) de Angelus Silesius (1624-1677), poeta y místico germánico (aunque Breslau, hoy sea polaca), que ya de estudiante publicó unos poemas con su seudónimo. Después, en las universidades de Estrasburgo y Leiden, estudió medicina y otras ciencias, y se introdujo en la mística judía o Cábala, en la alquimia y el hermetismo, en un ambiente en que los Países Bajos recibían a grupos disidentes perseguidos en Europa. Terminó de licenciarse en Padua en 1648. Vuelto a su ciudad, se le nombró médico de la corte, la que tuvo que abandonar cuando comenzó a tener visiones y criticar el luteranismo, lo que le volcó a convertirse al catolicismo y hacerse franciscano (con el nombre adoptado). Trabajó para el príncipe-obispo y, tras 1671, se retiró, legando sus bienes a orfanatos al morir. Su obra más conocida es El peregrino querubínico (1657), colección de 1676 epigramas en pareados alejandrinos, que exploran la mística y el quietismo, y cierto panteísmo. Admirado por Schopenhauer, Wittgenstein, Heidegger o Cioran, además de Goethe, Rilke y Borges.
Precisamente, el segundo libro mencionado es El Aleph, relación de cuentos que Borges (1899-1986) publicara en 1969. El argentino, ya en su juventud, supo de Silesius ‒a través de una mención de Schopenhauer‒ y adoptó su (cierto) panteísmo y su tendencia a la mística, lo que reflejan repetidamente sus obras y (en su momento) las numerosas conferencias en las que intervenía. En estos cuentos, por ejemplo, Asterión recibe sin apenas oposición la muerte o el poeta David Jerusalem nace en Breslau o aparecen las monedas (del alma) o…
Borges alabaría en múltiples ocasiones la noción de poesía del silesio: «La rosa es sin porqué / florece porque florece. / No se cuida de sí misma / no pregunta si se le ve». Y gustaba de finalizar sus intervenciones con el epigrama final: « Amigo, ya basta. En caso de que quieras seguir leyendo, sé tú mismo el libro y tú mismo la esencia».
Confluencias de la estética de la inteligencia.

martes, 11 de diciembre de 2018

Del Libro Rojo a Sprinters (de Centroeuropa a Chile)

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Comienzo a leer El libro rojo (o Liber novus)de Carl Gustav Jung (1875-1963), texto (inédito) ampliamente citado, que no ve la luz hasta cien años después de escrito ─lo fue entre 1913 y 1930─. No dispongo de tiempo para dedicarme a él con detenimiento. Tampoco sé hasta dónde estaría dispuesto a emplearlo, pues su contenido es críptico para una mente del siglo veintiuno. El atractivo lo tiene en que trae a mi presencia aquel Recuerdos, sueños y pensamientos (1964, elaborado con Aniela Jaffé), que tan sugerente fuera al caer en nuestras manos. Antes, cuando este psicólogo escribió Liber novus ya era una personalidad reconocida. Pero, en ese tiempo, la literatura y la psicología no habían establecido límites precisos entre ellas, y eran objeto de experimentaciones continuas (al igual que sucedía en las artes visuales). Se trataba de explorar y describir la gama completa de experiencias internas, aparecidas en sueños, visiones y fantasías. De ahí que necesite su lectura una dosis notable de paciencia y voluntad.
Esta pereza hacia lo pasado ─a dialogar con el mago Filemón─ es lo que me ha inclinado a leer Sprinters (2018), de la chilena Claudia Larraguibel (1968). Tampoco es que se salga indemne de la aventura por este libro, al atravesar las diversas épocas de Colonia Dignidad, establecida en Chile en 1961 por alemanes, que llegó a ser poderosa (con su propio aeródromo), envuelta en negocios ilegales, y que se haría tristemente famosa durante la Dictadura de Pinochet, pues albergó un campo de internamiento y torturas. Presentado como novela, contiene elementos de no ficción, como testimonios de quienes vivieron en esta colonia, y otros intermedios, como el guión de varias escenas de cine que la autora había escrito con el propósito de que se rodara una película (abandonada, a la postre, por la productora).
Al haberse escrito en varias ocasiones sobre la actuación de los jerarcas de la colonia en tiempos dictatoriales, C. Larraguibel intenta una narración desde el interior de la misma, apoyada en personajes que pudieran vivir en la disciplina de esa comunidad, en cuya cúspide se hallaba el todopoderoso promotor ─el tío Paul (Schäfer)─, al que servían día y noche un grupo de niños (llamados sprinters), que utilizaba para saciar su pedofilia en los abusos sexuales (de lo que se rodó en 2013 el documental Los niños de Paul Schäfer).

miércoles, 5 de diciembre de 2018

El libro de los libros (Buchholz)

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Sabía que llegaría el día en que me pusiera a escribir sobre él. Me lo enseñó una amiga alemana, hará unos veinte años, en Madrid. A ella se lo habían regalado por Navidad; recuerdo la época porque la asocié con la ilustración del camarero con la bandeja de libros en un paisaje de nieve; nunca había visto un dibujo así (frente a tantos en que aparecen esparcidos los libros por agua, hierba, cielo, carreteras, etc.). No entendí el texto porque estaba en alemán (a pesar de que tiempo atrás, por trabajos veraniegos, había aprendido algo de este idioma); ahora veo que es el escrito por Michel Tournier, referido a «El último día de George Simenon».
Se trata de El libro de los libros. Historia de imágenes, publicado hace un par de años en español, sobre la edición príncipe de 1997, realizada en Múnich. Un año antes, el escritor Michael Krüger distribuyó entre colegas de cierto renombre de diversos países cuarenta y seis ilustraciones (diferentes) del reputado dibujante Quint Buchholz con el fin de que elaboraran un breve texto sobre ellas. La temática de las mismas era común: el libro. Para su sorpresa, pasado un tiempo, recibió cuarenta y seis contestaciones con los encargos cumplidos, que muestran ─¿cómo no?─ aspectos de la escritura y la lectura.
Por España, si no hierro, hablan Ana María Matute, José Agustín Goytisolo (en poesía), Ana María Moix (en poesía), Javier Tomeo, Carmen Martín Gaite, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Gustavo Martín Garzo y Javier Marías.
El conjunto es un tentador volumen de imágenes y palabras, que finalizan en el descubrimiento de la luz, el lugar esencial donde nace un cuadro ─no en la inspiración que llega de no se sabe dónde, según nos cuentan, ni en la genialidad de quien lo pinta─ y donde desaparece un artista.