Sabía que llegaría el día en que me pusiera a
escribir sobre él. Me lo enseñó una amiga alemana, hará unos veinte años, en
Madrid. A ella se lo habían regalado por Navidad; recuerdo la época porque la
asocié con la ilustración del camarero con la bandeja de libros en un paisaje
de nieve; nunca había visto un dibujo así (frente a tantos en que aparecen esparcidos
los libros por agua, hierba, cielo, carreteras, etc.). No entendí el texto
porque estaba en alemán (a pesar de que tiempo atrás, por trabajos veraniegos,
había aprendido algo de este idioma); ahora veo que es el escrito por Michel
Tournier, referido a «El último día de George Simenon».
Se trata de El libro de los libros. Historia de imágenes, publicado hace un par
de años en español, sobre la edición príncipe de 1997, realizada en Múnich. Un
año antes, el escritor Michael Krüger distribuyó entre colegas de cierto
renombre de diversos países cuarenta y seis ilustraciones (diferentes) del
reputado dibujante Quint Buchholz con el fin de que elaboraran un breve texto
sobre ellas. La temática de las mismas era común: el libro. Para su sorpresa, pasado
un tiempo, recibió cuarenta y seis contestaciones con los encargos cumplidos,
que muestran ─¿cómo no?─ aspectos de la escritura y la lectura.
Por España, si no hierro, hablan Ana María
Matute, José Agustín Goytisolo (en poesía), Ana María Moix (en poesía), Javier
Tomeo, Carmen Martín Gaite, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Gustavo Martín Garzo y
Javier Marías.
El conjunto es un tentador volumen de
imágenes y palabras, que finalizan en el descubrimiento de la luz, el lugar
esencial donde nace un cuadro ─no en la inspiración que llega de no se sabe
dónde, según nos cuentan, ni en la genialidad de quien lo pinta─ y donde desaparece
un artista.