miércoles, 26 de noviembre de 2014

Flores en la Biblioteca

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A finales de noviembre. No la esperábamos. El río mengua el cauce hasta dejar ver los guijarros en los que se posan los patos mientras el agua apenas cubre sus pies de guingo, esculpidos en capiteles visigóticos. Estudiantes que entran y salen en el apremio del dictado académico y el descuido de la edad proteica. Nada. Que todo iba camino del invierno, aposentado en las bayas rojas y las flores moradas, cuando se han presentado tan blancas.
Las ha traído el Jacinto que el otro día nos regalaron. Apenas me he dado cuenta. Estaba leyendo a José María Castrillón y me ha parecido que algo se estaba moviendo a mi izquierda. He mirado y se estaba abriendo el racimo carnoso de esta planta bulbosa, tenida por la flor de la constancia, del cariño y del gozo del corazón. La teoría dice que debe plantarse el bulbo en octubre y que la floración, en todo su esplendor, la conoce en marzo, pero… No sabemos si estas plantas de ahora van a su aire o es que la Biblioteca es un microclima de espacio-tiempo cuántico.
Por si acaso, le recito los versos de Castrillón:
mis hijos
lavé sus cuerpos
como una perfección más de la vida
supe entonces que pulía la piedra
donde caerá
su silencio
pero ellos aún aman en las bañeras del sueño
las manos de su padre
[Pertenecen a su libro, Gramos].

viernes, 21 de noviembre de 2014

Los Miserables (con dignidad)

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Tengo una entrada para Los miserables en el Fórum, dice la Camarera, señalando un póster de tamaño considerable que hay estos días puesto en el anunciador de enfrente, en el paseo. Ya, ya he oído, pero no me van demasiado los musicales, contesto. Bueno, hombre, pero esto es mucho más que un musical; está basado en una novela que cambió la vida de muchas personas, remacha con énfasis. ¿De verdad es eso posible?, replico, al fin y al cabo yo no me considero lector, por lo que me cuesta creer que se dé algo semejante.
Pues sí, sí que se ha dado. Ha habido muchas personas que, al leerla, han comprendido que son autónomas y que nadie puede imponer nada sobre ellas, pues las leyes sirven para quien las hace. La novela se publica en 1862, obra de Víctor Hugo (1802-1885), aunque el manuscrito es de 1851, y ese mismo año se traduce al español y se publica aquí. Desde entonces, su autor es considerado poco menos que un benefactor de la humanidad por la gente oprimida para la que es como una luz que amplía su existencia. ¡Vaya, vaya!, digo mientras sorbo el café.
Y no solo esta obra. Ya entonces estaba publicada Las ruinas de Palmira, del conde Volney, y las obras de Eugenio Sue, Los misterios de París y El judío errante, más las posteriores del príncipe Kropotkin, entre ellas La conquista del pan, y las del esperantista Henri Barbusse (aunque después fuera hagiógrafo de Stalin), destacando El fuego, libro de fuerte antimilitarismo, fruto de su experiencia en la primera guerra mundial. Después de leerlas ‒prosigue la Camarera‒ había quien dejaba su puesto en el ejército o en la policía, o abandonaba su oficio de venta de vino. Ya ves el poder de Los miserables.
Le dije al marcharme: me intriga qué es lo que vas a hacer después de ver la obra. Por si te sirve, te doy una idea: Nikiforos Vrekatos (1911-1991), ese poeta griego nacido en Esparta, aquella tierra en la que se alimentaban de aceitunas, escribió:

Transmutación
Me vuelvo poesía, huyo del mundo,
Me reparto
Voy
Hacia afligidos hermanos. A quedarme en casas donde no entra el sol.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Volcar amor (en uñas)

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Anteayer por la tarde, mientras llovía, un camión cisterna municipal iba regando la calle carretera que linda con el costado Este de El Parral y el antiguo Hospital Militar. Debajo del paraguas, iba recordando la escena que acababa de ver: un bebé era centro de atención de cinco personas adultas, que imaginé eran abuela, abuelo, madre, padre y, es posible, tía. La abuela me había saludado tan sonriente, enseñándome a su nieto ‒Rodrigo, me dijo‒, mientras el resto asentían el amable gesto y hacían lo posible por llamar la atención de la bisoña criatura.
Me sorprendió la solicitud de la señora para conmigo, pues, desde los años que hace que la conozco, no recuerdo que nunca me dirigiera una sonrisa; es más, definiría su actitud con palabras que no vienen al caso. En ello iba pensando ‒decía‒ mientras el camión pasaba a unos metros y me vino a la mente el Stoner de Stoner de John Williams en el momento que descubre que, para él, la Universidad en la que ha estudiado y en la que le ofrecen trabajar se ha convertido en esos años, sin que fuera consciente de ello, en el hogar que no tuvo en la niñez; bueno, en el calor del hogar, pues sí que se crio su familia.
Natalie Angier en Mujer. Una geografía íntima (2000 y 2011) comienza su interesante texto relatando una escena similar a la vista por mí hacía unas horas y apunta que son las uñas la parte del bebé que mayor atracción ejerce sobre la gente adulta -zonas curvas, según escribe el poeta Jesús Lizano que son las que le atraen-. Libro el de Angier que contiene el humor necesario para que resulte atractivo y demoledor. Libro amistoso, que disuelve la tristeza de Stoner y hace entender por qué los Ayuntamientos riegan la lluvia.

jueves, 13 de noviembre de 2014

VIII Salón Libro Infantil & Juvenil en Burgos

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Ahora que las lluvias han hecho brotar la hierba entre la hojarasca y que, en los paseos alejados del centro de la ciudad, es posible pasear con las hojas caídas, cumplimos nuestra cita anual con el Salón del Libro Infantil y Juvenil de Burgos, organizado por las bibliotecas municipales, con la colaboración de la biblioteca pública. Casi somos quintos, pues va por su octava celebración. El cartel anunciador es obra de Miguel Maestro Cerezo. Y cuenta con bitácora realizada por el Colegio público Juan de Vallejo.

La ubicación de este año es novedosa, pues se sitúa en el Monasterio de San Juan, ocupando la exposición el claustro del monasterio y utilizando su preciosa sala capitular para diversos espectáculos y talleres. El teatro se centra en tres clásicos de literatura para gente menuda: Caperucita, La isla del tesoro y Las aventuras de Sherlock Holmes. No faltan actividades creativas y participativas, tal las de pintura de escenas favoritas o de diseño de cómic por parte de las criaturas. Los colegios pueden aprovechar las mañanas de lunes a viernes para concertar visitas.

Interesantes son los encuentros con quienes escriben, Así hacen Alfredo Gómez Cerdá, Ana Alonso, Rocío Antón, Rafael Ordóñez y Manuel Ferrero.

Tenemos la seguridad de que el diligente personal que trabaja en estas bibliotecas de Burgos proporciona al evento un más que lo convierte en experiencia duradera.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Vender la(s) memoria(s)

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«Tendrías que vender tus memorias», le digo a la Camarera, «si nos entendemos en el reparto de beneficios, yo puedo gestionarlo». «Vamos, no me hagas reír», me contesta ella, «pero si no eres capaz ni de sacarle jugo al Quijote». «Ya, pero puedo copiar de una excelente maestra». Y, entonces, le cuento lo de Chateaubriand y Madame Récamier, su amante.
François-René, vizconde de Chateaubriand (1768-1848), comienza a escribir sus memorias (que también son confesiones) en 1809, aumentándolas y retocándolas hasta poco antes de su muerte. Su intención es que se publiquen cincuenta años después de fallecido, pero… La finalización de su carrera política en 1830 va mermando sus ingresos y aumentando sus deudas, por lo que Madame Récamier, amante del mismo desde algo más de una década, convence al vizconde para que realice lecturas públicas en su palacio en espera de que algún editor pueda adelantarles dinero.
No sucedió tal, por lo que la mujer se puso a idear otro plan, que esta vez sí dio resultados positivos. Se formó una sociedad anónima que vendió acciones para comprar los derechos de publicación de las memorias, una vez que su autor falleciera y el manuscrito pasara a sus manos. Es decir, eso de la especulación en bolsa con la próxima cosecha de alimentos es algo antiguo (si bien no deja de ser espeluznante).
Quien más quien menos veía que Chateaubriand no estaba para mucho, pues ya iba para los sesenta y cinco de aquellos tiempos, y compró sus papeletas. Pero este se remozó con los dineros y continuó en este valle de lágrimas durante quince años más, siendo que bastantes de quienes habían adquirido la ganga se fueron a la tumba antes de ver medrar su inversión, resultando que las acciones corrieron de mano en mano, mientras esperaban que la artritis pudiera al fin con el escritor. El mismo año de su muerte ‒nada de esperar medio siglo‒, poco después de situarlo frente al mar en la isla de Grand Bé, comenzaron a publicarse los 42 tomos de que se compone esta magistral obra, Memorias de ultratumba, fecha en que también se comienzan a publicar traducidas en Madrid y Valencia.

¡¡Chis!! A la Camarera le da un temblor la cabeza, despierta, me mira y no sé interpretar sus ojos.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Niño perdido (Thomas Wolfe)

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No sé cuánto hace que no leo un libro así, pues tengo varios asuntos entre manos y mi memoria ha decidido continuar  de vacaciones. Por la mañana, el trabajo, con estudiantes que van y vienen al mostrador de la Biblioteca, dejando escaso tiempo para algo que no sea tomar un café y dar la vuelta al edificio para airearse. Después, los archivos en busca de datos de investigación, incluido el de la prisión central y provincial y de mujeres y del Penal de Valdenoceda. Leer el correo electrónico, escribir y contestar, casi siempre con alguna petición que ocupa tu buena media hora. Redactar algo para que no se acumulen demasiados contenidos en la cabeza. Leer el libro de la próxima sesión del club de lectura…
Así que, cuando el otro día miré los libros de la mesa de propuestas de la biblioteca, no iba con intención de coger nada. Solo curiosear un poco. Pero… ahí estaba, con su fotografía de los años treinta de alguna ciudad estadounidense en la cubierta y el color rojo de la parte superior en el que se lee: Thomas Wolfe, El niño perdido. ¿Qué hacer ante un título tan preñado de significados (que diría Bajtin)? ¿Y qué hacer ante Wolfe, a mí, que me pirrian las autobiografías, aunque esta sea una voz indirecta ante el vacío que deja en su familia la muerte de su hermano Grover de tifus cuando contaba con doce años?
Pues lo cogí. Antes, cometí una torpeza, es cierto. Se me ocurrió enseñárselo a la Bibliotecaria y qué me iba a decir. «Es delicioso». «Bueno, pues ya que es corto, me lo llevo». Camino de casa, me pesaba en el bolsillo, diciéndome que no encontraba lugar dentro de mí. Salía del paso como podía ante él, asegurándole que ni yo mismo conozco todos mis recovecos, así que seguro que hay un rincón donde estará a gusto. ¡Y, madre mía, qué noventa páginas! Tres voces familiares distintas para describir una ausencia tan temprana. Por entonces, en 1904, el escritor tenía cuatro años. Habían pasado más de treinta y el Tiempo todavía estaba allí. En 1938, Wolfe muere de tuberculosis.

¿Quién (no) es niño perdido?