A finales de noviembre. No la
esperábamos. El río mengua el cauce hasta dejar ver los guijarros en los que se
posan los patos mientras el agua apenas cubre sus pies de guingo, esculpidos en
capiteles visigóticos. Estudiantes que entran y salen en el apremio del dictado
académico y el descuido de la edad proteica. Nada. Que todo iba camino del
invierno, aposentado en las bayas rojas y las flores moradas, cuando se han
presentado tan blancas.
Las ha traído el Jacinto que el
otro día nos regalaron. Apenas me he dado cuenta. Estaba leyendo a José María
Castrillón y me ha parecido que algo se estaba moviendo a mi izquierda. He
mirado y se estaba abriendo el racimo carnoso de esta planta bulbosa, tenida
por la flor de la constancia, del cariño y del gozo del corazón. La teoría dice
que debe plantarse el bulbo en octubre y que la floración, en todo su
esplendor, la conoce en marzo, pero… No sabemos si estas plantas de ahora van a
su aire o es que la Biblioteca es un microclima de espacio-tiempo cuántico.
Por si acaso, le recito los
versos de Castrillón:
mis hijos
lavé sus cuerpos
como una perfección más de la vida
supe entonces que pulía la piedra
donde caerá
su silencio
pero ellos aún aman en las bañeras del sueño
las manos de su padre
[Pertenecen a su libro, Gramos].