miércoles, 29 de diciembre de 2010

As, rey, dama

6 comentarios
El mes pasado leíamos Orlando, de Virginia Woolf, en La Recolectora. Es un libro que, al comentarlo, nos sentimos reflejados con meridiana claridad. No puedes escapar a la invisible tela de araña que va tejiendo en torno a nuestros pensamientos, sentimientos y valores. Nos sentamos a la mesa de juego y la autora, dueña de la banca, reparte las cartas, que vamos descubriendo con un pálpito, deseando la escalera de color –as, rey, dama…

Ahora, paseando por la vega que se extiende al noroeste del Moncayo, se me aparecen los paisajes londinenses de la Gran Helada, en la que los gestos se paralizaron por unos días. Al tiempo que baja corriendo un muchacho con pasamontañas, con la cartera escolar debajo del brazo y sabañones en los dedos de las manos. El tiempo a nuestro antojo en las páginas de un libro o en la memoria. Y aquí, en el barbecho coloreado del mediodía, junto al incipiente verde del trigo temprano, releo los versos de Leopold Staff (incluidos en Ébano, de Kapuscinski):

Con el sol de la mañana centellea el prado
y las hojas susurran melodías soberbias,
el silencio acaricia la esbeltez de cada árbol,
suaves soplos de aire mecen briznas de hierba.

Y todo es tan dulce, silencioso, desvaído,
y hoy es tan extraño el mundo circundante,
como si pasases por aquí hace un instante,
rozando la hierba con el borde de tu vestido.

Que los días sean propicios.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Deseos de Oriente a Occidente

10 comentarios
Atravesamos días de deseos: personales, públicos, silenciosos, estruendosos, superficiales, vitales… La mayoría de ellos, más que deseos profundos, son expresión del ambiente; chorreras que nos caen de la copa y vivifican nuestro vestido por unos instantes. Ilusiones, si acaso, nublándonos la mente y liberándonos la lengua. A poco que los destapemos, descubrimos la inconsistencia de desear bienestar a quienes habitan este mundo, si, cuando en la primera oportunidad que se nos presenta, especulamos encareciendo la vivienda y haciéndola inasequible para una buena parte. Y no hablemos de esas felicitaciones con deseos de paz, cuando se invierte el dinero en armamento.

Pero dejémoslo. Hoy estamos aquí para hablar, no del deseo cínico ni del inconsistente, sino del deseo que vive dentro de nuestro ser y, en buena medida, nos hace vibrar. Sugawara na Michizane (845-903, Japón), hombre ligado a la palabra (pues era funcionario, para lo cual debía dominar el arte de la poesía, y escritor) y a los documentos (pues sus expedientes personales fueron reiteradamente destruidos, restituyéndose su memoria casi cien años después de su muerte), sufrió los vaivenes de las administraciones públicas a las que servía. Dos años antes de su muerte, fue exiliado por última vez. Todos los amaneceres salía al jardín de Chikuzen, recordaba el blanco cerezo de su casa y deseaba ardientemente estar junto a él. Una mañana, el árbol florecido salió de la tierra, se elevó y voló hasta donde estaba Michizane.
Y aquí dejamos una canción, navegando al otro extremo del planeta:



Felices días.

[El cuadro de mujer con laúd es de Ana Gladys Falcón]

lunes, 20 de diciembre de 2010

Palabras de rocío

6 comentarios
Hace un tiempo murió un ser querido. Nada ni nadie puede suplir esa ausencia. Ninguna palabra es capaz de expresar el sinsentido de la desaparición de alguien en plenitud. Tal vez tienen buena parte de razón el taoísmo y el budismo zen cuando señalan que la esencia de esta vida nuestra es el devenir; que lo que nos acontece está regido por un principio de transformación, el cual no tenemos la lucidez suficiente para aprehender. De ahí que cuantas menos palabras utilicemos, más nos acercaremos a la realidad antes de que cambie. Desde Horacio, pasando por Gracián o Antonio de Guevara ha habido quienes coinciden en este aserto de este último: «Porque toda la excelencia del escrebir está en que debajo de pocas palabras se digan muchas y grandes sentencias».

E. Allan Poe, por su parte, afirmó que un poema breve puede producir una «excitación que sea capaz de elevar el alma» con mayor fortuna que uno extenso, pues «toda excitación, por mera necesidad física, es transitoria».
El rocío es uno de los símbolos de la transitoriedad, de esta nuestra esencia, del devenir. Kobayashi Issa, tan citado en la moda actual del haiku, sufrió la muerte de su madre a los tres años; después, la indiferencia de su madrastra, teniendo que abandonar el hogar a los catorce para realizar sus estudios entre constantes privaciones. Al comenzar su éxito literario, falleció su padre (y tuvo problemas para heredar). Se casó, tuvo cuatro hijos… y vio cómo morían las cinco personas que le acompañaban. Al desaparecer su último hijo escribió:

El mundo de rocío
es mundo de rocío.
Y sin embargo…

viernes, 17 de diciembre de 2010

Prostitución (y III)

4 comentarios
»Contrastaba la ardiente sensación que tenía la Bibliotecaria en su interior con la palidez de su rostro. Se creía depositaria de siglos de historia, la llamaban con miles de nombres, se encontraba en el lecho −aplastada− sin poder escapar. Marina hizo un símil (del que se arrepintió al instante) comentando que se iba pareciendo a una flor de cerezo. Lo cierto es que le preocupaba el estado de su amiga, que no remitía en sus quejas: “¿Acaso tenemos derecho, en nombre de la excelencia o de la erudición, a destrozar su reposo? ¿Somos gente sin entrañas?”

»Marina tomó a la Bibliotecaria del brazete y salieron del puente en dirección sur. Atravesaron la antigua plaza de tierra, cogiendo la senda que serpenteaba por la suave ladera que miraba hacia la ciudad. A mitad de cuesta se toparon con el hotel. Entraron en la cafetería. Estaba animada. El mostrador rebosaba de color, con apetecibles texturas, en las que se adivinaba su sabor. Se sentaron junto a un ventanal, que pudieron entreabrir, y Marina se acercó a la camarera a pedir un vaso de agua. La Bibliotecaria, al quitarse el abrigo y doblarlo en el respaldo de la silla, rozó un papel; era la carta que había olvidado echar en Correos.

Se levantó de repente y corrió hacia los servicios. Marina puso la mano, con amorosa firmeza, en la blanquecina frente de la Bibliotecaria cuando ésta se inclinó hacia adelante».


Añorando a mi amado (Según la melodía Soñando con el sur)

Ya me marcho de la Isla de la Garceta,
dejando la hoja esmeralda del loto,
sola, con la flor rosada.
Amorosa pareja de desamor.
Amentos del sauce revolotean
Para juntarse en la pena de mi cítara.
El viento roza la cortina de brocado.
Me sorprende la pronta llegada del otoño.

¿Dónde estaba él? A la clara luz de la luna.
Media noche. Le agarré de los brazos,
De los adornos de oro que llevaba.
¡Cuánto nos encantaban
Aquellos lotos lozanos!
Y ahora, mi corazón en las nieblas.

(Liu Rushi [1618-1664] fue vendida a los ocho años. Compuso veinte poemas cuando fue expulsada de la casa del poeta Chen Zilon, su amante, después de que éste emprendiera un viaje. Vuelta al burdel, de nuevo se emparejó con el también poeta Quian Quianyi y, al morir éste, se suicidó).

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Prostitución (II)

4 comentarios
»Marina y la Bibliotecaria caminaron por el puente romano y se acodaron en un entrante del pretil, sobre el tajamar central. Ésta no dejaba de moverse: “¿Acaso, al pagar unos euros por estos versos, nos diferenciamos en algo de los hombres que compraban los servicios de aquellas mujeres?”. Marina trató de calmarla:

―Ya ves que habla en la introducción de que en China se compuso poesía algunos siglos antes que en Grecia. (¡Hasta constituyó, a lo largo del tiempo, la prueba central para hacerse funcionario!). El número de poetisas supera allí las diez mil y, entre ellas, las prostitutas conocidas pasan de doscientas. ¡No es para ponerse así ahora! Además, algunas se casaban con gente poderosa o con poetas de su tiempo.

Pero era inútil el consuelo. La cabeza de la Bibliotecaria ardía y las palabras le caían incendiadas hacia el pecho, el vientre, los muslos… –quebrado el pecíolo de la razón– al igual que desciende una irregular procesión de bacantes con su evohé camino del fondo de la gruta.
Primera respuesta a Lin

Flores del peral, en soledad, igual que la luna.
La Vía Láctea baja a lanzar su luz
a la ventana de seda bordada.
Noche larga, larguísima.
La paso, como siempre,
encendiendo inciensos perfumandos,
aunque nunca pido nada al azul del cielo.
(Zhang Hongqiao, siglo XVI, concubina del poeta Lin)
[Concluirá]

lunes, 13 de diciembre de 2010

Prostitución (I)

10 comentarios
«La Bibliotecaria también se acercó al escaparate de la librería. En la zona de la izquierda habían quedado unos libros en aparente desorden, con aspecto de recién dejados, de los que le llamó la atención uno.
―Mira: An to lo gía de poet as pro s ti tu tas chi nas (Si glo cin co – Siglo diez no veinti uno) –leyó despaciosamente–, creo que pone.
―Cómpralo –le dijo Marina, después de que, de puntillas, alcanzara a leer el título con claridad―. Es una recopilación de Guojian Chen.

Dudó un instante, pues estaba acostumbrada a tomar los libros prestados, pero lo adquirió. Salieron a la calle. Era una tibia mañana de diciembre, con sol algo opaco en el cielo deshilachado. La gente visitaba las tiendas, cargaba con bolsas e iba llenando las aceras. La Bibliotecaria abrió el libro y lo fue hojeando de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante. Era bilingüe y, en las páginas impares, destacaban los negros ideogramas. “Lee en alto”. Sorteando a los viandantes, se detenía de manera aleatoria en los poemas y recitaba a Gu Hengbo, Wang Wei, Zhao Luanluan…: «Mi amado dice que la flor rosada es mi rostro […] Mi corazón, igual que la luna, helado […] Ataviada así, mi marido / me mira con una sonrisa». E iba diluyéndose el vocerío del alrededor.

La Bibliotecaria notó que poco a poco el libro comenzaba a quemarle entre las manos. Se sentía incómoda y se sorprendía de lo pensaba: “¿Acaso es menos cruel nuestro refinamiento, al editar y exponer esta obra, que el de las matronas de los burdeles que obligaban a leer y escribir poesía a estas mujeres (esclavas) para cobrar más dinero por sus servicios?”. Bajaron hacia el río.

Improvisado en la barca
Para mis padres, pesa más
el dinero que su hija.
Y así, con el laúd entre los brazos,
recorro sola mil y mil leguas.
Al claro de la luna,
tras mi interpretación,
no cesan de aplaudirme.
No saben que no han escuchado música,
sino los sollozos de mi alma rota.
(Lu Huinu, siglo XIV, en Hangzhou)
[Continuará... esta semana]

viernes, 10 de diciembre de 2010

La sencilla pluma de Orígenes

4 comentarios
Es de sobra conocido el grupo Orígenes, fundado en Cuba (1944-1956), en especial por la relevancia de uno de sus integrantes: José Lezama Lima. Pero otras voces hubo allí dignas de tenerse en cuenta; algunas han logrado cierto renombre: caso de Eliseo Diego o Cintio Vitier. A otras les resulta más difícil sortear el paso del tiempo. Así le ocurre a Fina García Marruz (1923), que se halla en las antípodas de Lezama. Poeta y ensayista, se integró en el grupo de estudios sobre José Martí desde la década de los sesenta.

Autora de versos con los que puede dialogarse en cualquier época (según nos parece). Escritora de las menudencias de los días, deja testimonio de la caducidad, incluida la de cada cual. Por ello se detiene en una cuchara, una camisa o un amarillento periódico. Son apariciones extraordinarias en la sencilla existencia. Y, así, lo efímero puede pasar a la eternidad.

Ay, y que lo único
que quedará de mí sea lo escrito
por mí, lo dicho por mí.

Yo que hallé en lo escondido una extraña familia.

Es el instante raro (según lo llamara José Martí) lo que emociona de algo. Lo esencial es lo que asombra. Lo abstracto le pasa desapercibido si es que no se alía con el detalle. Aunque sea algo tan serio como la muerte:
Lo más raro, después de todo,
no es morirse. Es
no haber podido terminar
el dobladillo de la saya
que dejamos sobre la mesa,
oh, qué confiados.

[Fina García Marruz, El instante raro (Antología poética), Pre-Textos, Valencia, 2020, 464 págs.]

lunes, 6 de diciembre de 2010

Heroínas en papel. Guldaban

3 comentarios
En la India y Pakistán se están imprimiendo libros cuyas protagonistas son mujeres del imperio mogol (de los siglos XV a inicios del XIX) o algo anteriores. Provenían de la aristocracia. Por entonces, estas damas quedaban confinadas en el harén, si bien cumplían un importante rol en el imperio más allá de sus paredes. Es el caso de las heroínas que nos ocupan −Sultana Razia, Chad Bibi, Jodhaa, Mumtaz Mahal, Anárkali, etc.−, elevadas a la inmortalidad por las leyendas locales, que desde su posición de esposas, madres, hijas o amantes de emperadores, podían intervenir en determinados momentos en los destinos del imperio.

La finalidad perseguida al reproducir ahora estas hazañas es mostrar la iniciativa femenina; imaginar la posibilidad de revertir la desventajosa situación de la mujer en estas sociedades; la sumisión (física y psicológica) al todopoderoso varón.
A veces, se daba el caso de mujeres que, dentro del harén, empleaban el tiempo adiestrándose en actividades reservadas a los hombres: la arquitectura −Nur Yaján−, el comercio −Zebunisa− y, lo que aquí más nos interesa: la literatura. En esta disciplina nos hallamos con Gulbadan Begum (ca.1523-1603), hija del Gran Mogol que inicia la saga, considerada la primera escritora del subcontinente indio. Elaboró, con lenguaje sencillo, la crónica histórica de su hermano Humayún, segundo Gran Mogol. A la narración de hechos, añadió sutiles observaciones de la vida en la corte y de la conducta masculina (así, el enamoramiento y posterior casamientos de su maduro hermano con una adolescente de trece años). Guldaban fue casada a los diecisiete años y pasó la vida en el harén, exceptuando los seis años (venturosos) que transcurrieron en su peregrinación a la Meca.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Crisis en política, sociedad. Y Literatura

8 comentarios
¿Existe algún presente que no tenga crisis? ¿Han conocido los tiempos alguna época en la que se haya vivido en plenitud? No gozamos de eternidad, pero, por lo que leemos, tenemos la tentación de afirmar que el paraíso nunca ha existido en la tierra. De ahí la aguda percepción del autor de Paredes de Nava (1440-1479) cuando opina que «cómo, a nuestro parescer, / cualquiera tiempo pasado / fue mejor». Y de ahí la tendencia, que abunda en literatura, a buscar espacios más amables que los que nos toca pisar. Rubén Darío (1867-1916) escribe al inicio de uno de sus libros: «Yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó vivir». Y el bohemio Alejandro Sawa (1862-1909), en carta al escritor nicaragüense, le confiesa: «Un mal azar me hizo nacer aquí y en esta época». Por ello lanzaban su pluma al otro extremo del planeta y poblaban sus casas y sus libros de chinerías y japonerías.

Y, en llegando a Oriente, se encontraban con la gran obra de la japonesa Murasaki Shikibu (¿978-1014?), La novela de Genji’Genji Monogatari’−, en la que el devenir y la historia se dibujan como un sueño o ilusión. (Cuatro mil doscientas páginas, no obstante, cuya lectura recomendamos, que ya están traducidas al español; tal vez el estudio psicológico más antiguo de que disponemos en literatura).

No puede extrañarnos, pues, que la Política (de hoy) prefiera la imagen de las cosas a las cosas mismas. Y tienda a reproducir el universo pictórico de Watteau (1684-1721), de cuyo artificio decía Gautier (1811-1872) que «ninguna nota desentona en su encantadora falsedad».

Las crisis son como los crisantemos de hace un siglo, que le hicieran escribir a Victor Català (1869-1966): «Son las flores de los grandes sueños misteriosos, plácidos, sin esperanzas, sin deseos ni fiebres…». Y de miserias, añadimos.

[Puede verse parte de estas contribuciones en Josep M. Rodríguez, Hana o la flor del cerezo (Pre-Textos, 2007)].