Tal vez sea por la falta de
lluvias, pero este año no encuentro hojas adecuadas para introducir en los
libros (únicamente, a fuer de que alguien de la vecindad pueda afeármelo, me
adentro en el seto de la rosaleda y cojo algunos pétalos). Sí que se llena el
suelo de la rivera de hojas caídas, al igual que sucede con el paseo, pero los
chopos, los sauces, los plátanos, los tilos, los arces o los serbales las lanzan
decaídas, por no hablar de los castaños, que comenzaron a arrugarse en agosto.
Así que (por no doblar las
esquinas, pues es de la Biblioteca) tengo que valerme de marcapáginas para
señalar los lugares por donde voy leyendo La
cena de los notables, de Constantino Bértolo, un tratado sobre la lectura y
la crítica que tiene escaso desperdicio. Elige libros donde la lectura modela a
sus personajes ‒Martin Eden, de Jack London; Naneferkaptah, relato recogido por
Santiago Baraíbar; madame Bovary, de Flaubert‒ para explicarnos las urdimbres
lectoras que cada cual llevamos antes de comenzar cualquier libro y que nos
conectan con nuestra biografía, con el bajaje literario que hemos ido
incorporando y con la ideología con la que contemplamos el mundo y los seres
que nos rodean.
Según Bértolo, los diferentes tipos
de lectura pueden enmarcarse en cinco categorías (entremezcladas entre ellas,
lógicamente):
- - Lectura
adolescente, la que se identifica en demasía con los personajes y nos entran
unas ganas enormes de recomendárselo a alguien (algo parecido a lo que sucede
con el envío de fotografías en el wasap).
- - Lectura
inocente, la del entretenimiento, «chica, no he podido parar; lo he leído de un
tirón de principio a fin», nada de problemas (claro que mejor no averiguar qué
hay debajo de esa inocencia).
- - Lectura
sectaria, la que se acomoda a nuestros modos de juzgar y desecha lo diferente.
- - Lectura
letraherida, la envuelta en la estética, en el modo de narrar, en el entusiasmo
que te hace vivir en plenitud, conformando una hermandad lectora que nos hace
libres (en fin, eso dicen).
- - Lectura
civil, la que parte de que quien lee está inmerso en un determinado contexto
social, cultural y político, atendiendo aspectos individuales, culturales e
ideológicos. Sin duda, parece que esta es la que proporciona mayor libertad.
Podríamos decir que la idea
central del tratado de este crítico y editor lucense es la palabra como
responsabilidad.
(Si alguna pega hemos de
ponerle, es que la cacereña Editorial Periférica compone estos libros con un
tipo de letra demasiado pequeño).