Me cuadra ello con lo
narrado por Isabela Figueiredo (1963) en Cuaderno
de memorias coloniales. Tiene la particularidad de estar contado por una
persona perteneciente a la élite colonizadora. Una singularidad que la aparta
de la mayoría de la literatura poscolonial que (por fortuna) tenemos a mano en
el último medio siglo. Razón por la que es considerada una traidora por quienes
compartieron su época africana, gente que se consideraba con el derecho de
actuar como lo hacía. Y razón por la que ha tardado más de treinta años en
elaborar estas memorias de su infancia y primera adolescencia en Mozambique,
sobre todo en Lourenço Marques, nombre con el que designaban a la actual
Maputo.
«La autora revela sin tapujos la violencia y el racismo feroz y normalizado y, ya en Portugal, el peso que le supondría su condición de “retornada”». Igualmente, se muestra la violencia de los días de independencia, en los que se desata la rabia de la población negra hacia la blanca. Se explica, así, el éxito del libro.