martes, 20 de abril de 2021

Memorias coloniales (Isabela Figueiredo)

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Creo que este año no había leído ningún libro editado en 2021. El que comentamos hoy lo está, si bien en su idioma original, el portugués, se publicó en 2009. En su momento, conocí a un exsoldado portugués que había estado en las colonias africanas de su país en los años anteriores a la descolonización (posterior a la Revolución de los Claveles del 25 de abril de 1974); estaba desquiciado; por las noches gritaba en sueños; le perseguían los fantasmas de hechos innombrables que habían perpetrado allí contra la población negra; sus reacciones eran imprevisibles.

Me cuadra ello con lo narrado por Isabela Figueiredo (1963) en Cuaderno de memorias coloniales. Tiene la particularidad de estar contado por una persona perteneciente a la élite colonizadora. Una singularidad que la aparta de la mayoría de la literatura poscolonial que (por fortuna) tenemos a mano en el último medio siglo. Razón por la que es considerada una traidora por quienes compartieron su época africana, gente que se consideraba con el derecho de actuar como lo hacía. Y razón por la que ha tardado más de treinta años en elaborar estas memorias de su infancia y primera adolescencia en Mozambique, sobre todo en Lourenço Marques, nombre con el que designaban a la actual Maputo.

«La autora revela sin tapujos la violencia y el racismo feroz y normalizado y, ya en Portugal, el peso que le supondría su condición de “retornada”». Igualmente, se muestra la violencia de los días de independencia, en los que se desata la rabia de la población negra hacia la blanca. Se explica, así, el éxito del libro.

Y todo en el contexto de la relación paterno-filial, turbulenta e indestructible, que absorbe a la autora desde niña. Con lenguaje directo -"a mi padre le gustaba follar"-, vivo, embriagador.

domingo, 4 de abril de 2021

Alegría en la lectura (digital o impresa)

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 «Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido alentada por el Creador en un corto número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas, las más bellas y portentosas»

Con esta cita del final de El origen de las especies de Darwin, la investigadora y docente Marianne Wolf (1950) mantiene la esperanza de que los modos actuales en los que procesamos el lenguaje escrito, con predominio digital, no precipiten la atrofia de nuestros procesos más esenciales de pensamiento –análisis crítico, empatía y reflexión– en detrimento de la convivencia democrática, especialmente en la población joven. Precisamente, el cerebro humano dispone de plasticidad similar a la de los medios que utilizamos en las lecturas en pantallas.

Pero no está asegurado el proceso positivo. Necesita de la colaboración nuestra. Esta neurocientífica, en Lector, vuelve a casa (2020), alerta de que podemos crear herramientas que suplan capacidades de nuestro cerebro en detrimento de la atención y memoria de que dispone en la actualidad, lo que plantea un futuro que desconocemos. Por si acaso, se centra en la necesidad de la transmisión oral en las criaturas hasta los cinco años; y en la simultaneidad de lecturas en papel y lecturas en pantallas entre los cinco y los diez años.

Todo ello pasa por el Festina lente: «leer rápido (según acostumbramos), hasta tomar conciencia de los pensamientos a comprender, la belleza a apreciar, las cuestiones a recordar, y, si tienes suerte, las ideas a desarrollar». Entonces, la lectura puede contener la alegría que invadía a Dietrich Bonhoeffer en el campo de concentración en sus lecturas, según ha testimoniado en Resistencia y sumisión: cartas y apuntes desde el cautiverio.

Salud