jueves, 30 de enero de 2020

Monólogos con el amigo (mentor, perro) o Diálogos

15 comentarios
La ficción, la autoficción literaria se arropa en maneras de narrar, artificios formales que la hacen creíble, al tiempo que la revalorizan. Es lo que ensaya la escritora neoyorquina Sigrid Nunez (1951) en El amigo (2018), relato dirigido al amigo amante muerto, más propiamente, suicidado, lo que permite a la autora disgresiones variadas en torno al asunto, pobladas de erudición en muchas de las ocasiones en que lo hace.
La escritura ─tan omnipresente en quien escribe; ¿recuerdo alguna novela en la que no se hable de ello?─ también es uno de los temas de este libro que transita sin esfuerzo de lo vivido a lo sentido e imaginado. Casualmente, se conecta con la anotación anterior de esta bitácora ─caminar, también aquí aparece Kundera─, pues el destinatario de los monólogos, en vida, fue profesor escritor y repetía «si no puedo caminar, no puedo escribir»; el ritmo, alma de todo relato, lo adquiría cuando había dado un paseo satisfactorio. Plantea la autora, además, el sentido de la escritura al presentarla como la posibilidad de dar voz a quienes no la tienen, tal como hace la premio nobel Svetlana Alexievich.
Pero no olvidemos al personaje central de la novela: Apollo, el perro (enorme y artrítico gran danés) que había pertenecido al amante mentor escritor y del que ahora se hace cargo la narradora protagonista. Aquí está el fondo del relato: la amistad que se establece entre ella y él, que, cargado de años, va dando signos de decaimiento, lo que mantiene alerta a ambos.
¿Es novela?, ¿diario íntimo?, ¿dietario?, ¿ensayo? Para qué clasificarla. En todo caso, una narración hermosa y comedida que ilustra y hace reflexionar.

jueves, 23 de enero de 2020

El cuerpo camina en la literatura

8 comentarios

Lo cojo lo dejo, lo cojo lo dejo…, así unas cuantas veces hasta que decidí tomarlo en préstamo. Es Caminar, las ventajas de descubrir el mundo a pie (2019), de Erling Kagge (1963), escritor, explorador, abogado, coleccionista de arte y editor, y… caminante, tenían que señalar en su biografía. Tal vez, ello ─la mezcla de oficios─ me animó a llevar el libro. Pequeño formato, que trasciende la flanerie y cuenta con sobrados ejemplos literarios de el arte de caminar.
El autor transmite la satisfacción que se experimenta al dar un paso después de otro cuando se camina hasta que se disfruta el instante ─«El paraíso está aquí»─, al transformar las prisas en conciencia, al airear el abortagamiento sedentario con unos minutos de movimiento. Según señala el título, una pradera, un río, una ciudad…  se nos muestran  de manera distinta si las recorremos a pie ─«El paraíso está aquí»─ que si las vemos desde un vehículo. Y no digamos lo refrescante que es extraviarse, no saber dónde estamos. Y la posibilidad de mirar a la gente ─«La faz de todo aquel que pasa junto a mí es un misterio», escribía W. Wordsworth─ Incluso defiende los deportes de aventura (una vez que se hayan preparado concienzudamente), pues el peligro surgido nos conecta con un instante de vida ─«El paraíso está aquí».
Atractiva es, igualmente, la erudición del texto. No podía faltar, claro, El paseo de Robert Walser, y la conversación que mantiene su protagonista anónimo con el inspector de Hacienda, empeñado en hacerle más sedentario para que pueda pagar impuestos a su hora, en la que le dice que necesita pasear para poder escribir ─«con supremo cariño y atención ha de estudiar y contemplar el que pasea hasta la más pequeña de las cosas…»─. Al igual que tampoco Antonio Machado o Milán Kundera, en La lentitud. Así hasta llegar al abuelo del autor, que también fue andando ─qué pensaría─ hasta el lugar en que un pelotón nazi lo fusiló.
[La ilustración es de Tihomir Cirkvenvic].

jueves, 16 de enero de 2020

De Santiago de Chile a Beirut (de Nona Fernández a Pilar Salamanca)

6 comentarios

En estos días iniciales de año nuevo, no tengo cuerpo para sumergirme en un novelón, así que me paseo con relatos cortos. Los dos últimos me han llevado de Santiago de Chile a Beirut. Se trata de Chilean Electric, de NonaFernández (1971), y de Beirut “mish huna”, de Pilar Salamanca.
Chilean Electric ─apenas 106 páginas, en formato de bolsillo─ comienza cuando la Plaza de Armas de la capital chilena es iluminada por vez primera, lo que sucede en 1883, según le contaba su abuela a la autora. Lo curioso es que aquella aseguraba que estuvo en la inauguración (pues su padre era uno de los ingenieros alemanes de la compañía eléctrica), sin que le diera importancia al hecho de que había nacido en 1908, es decir, quince años después del acto. Ahí es donde Nona Fernández se pregunta qué es lo que pretendía transmitirle su abuela, qué iluminación podía extraerse del relato familiar. Comienza, entonces, un recorrido por la historia del pasado siglo en Chile, tan transida de oscuridad, de desapariciones, y de aquel presidente que clamaba por «más pasión y más cariño». Todo ello, dentro del ambiente familiar, en el que la abuela mencionada trabajó de secretaria con su máquina de escribir, y en una sociedad en la que el reverso de los recibos de la luz llevan rostros de “locos”, de se busca.
Distinto escenario es al que viajamos en Beirut “mish huna”, una ciudad que ya no existe, arrasada por la guerra que se inició en 1975 y se extendió hasta 1989, reconstruida, o así se asegura, pero que ha servido para llevarse por delante más edificios tradicionales que los que derribó el conflicto armado. Pilar Salamanca iba en busca de la ciudad que ella había conocido antes de los bombardeos, y va de decepción en decepción, pues esta desapareció. Pero nos deja (al igual que tantos relatos de viajes escritos por mujeres) la reescritura de sus estancias, el antes y el ahora, con pinceladas inesperadas, con apuntes de lugares cercanos ─Biblos, Batroun, Mar Antonios al-Kabir, etc.─, que nos remiten al pasado cultural de la zona, a su importancia y a la grandeza que se nos escapa. Claro, y también los cedros..., el mar... El libro se completa con ilustraciones de Pedro Sainz Guerra, en diálogo con las palabras, que por sí mismas merecen mención destacada.
Recomendables.

martes, 7 de enero de 2020

Regalos de enero

10 comentarios
Pues sí, aunque ya han pasado las fechas de los regalos, no vamos a desvelar todavía la identidad de la Mary Poppins envuelta en rojo que tomamos de la biblioteca del barrio. En cambio, lo vamos a hacer con otro de los libros que nos llevamos, una vez que nos volvió a picar la curiosidad. Este decía en su envoltorio: «Leer una novela de esta autora es como salir de excursión en un automóvil impecable, en el que todo ─el motor, la carrocería, el interior─ inspira confianza, hasta que  recorridos unos pocos kilómetros, va uno y tira el volante por la ventana».
Se trata de A la deriva, de Penélope Fitzgerald (1916-), personaje que cuenta con el atractivo de entrada de ser hija del editor de Punch, Edmund Knox, y sobrina del teólogo y novelista Ronald Knox, del criptógrafo Dilly Knox y del estudioso de la Biblia Wilfred Knox. Todo un mundo de conocimientos que parecieran flotar a su alrededor desde la infancia. Para mí, cuenta con el plus de ser una escritora tardía, pues no publica hasta los 58 años. Después, en los setenta, da a la luz unas novelas, con base autobiográfica, entre las que se encuentra A la deriva, tal vez la más conseguida literariamente (que se hizo con el  Booker Prize), si bien es La librería la más conocida.
Narra en la novela el tiempo en que una madre y sus dos hijas viven en una barcaza en el Támesis, junto a otras familias que no tienen recursos para instalarse en tierra firme o que desean una vida sobre el agua. Algo que la autora hizo. Puede tomarse como un homenaje a quienes en los años sesenta comenzaron existencias azarosas, para cumplir sueños o ideales, aunque fueran después arrollados por las condiciones del consumo.
Sin duda, una prosa atractiva, que despierta perplejidad, sin que se sepa en concreto de dónde proviene su encanto.