viernes, 27 de marzo de 2020

Zona de confort (y coronavirus)

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La Psicología recomienda encarecidamente que, de tanto en tanto, salgamos de nuestra zona de confort. Habitualmente, entendemos por ello el salir de nuestros ambientes cotidianos, viajar, conocer gente, etc. Pero, mira por dónde, con el coronavirus, resulta que una gran parte de la población está saliendo de su zona de confort al estar confinada en casa, está realizando una actividad inusual. ¿Cambiará de algún modo nuestra persona en esta temporada? La respuesta tendría que ser . Sería lo que llaman en las técnicas orientales una práctica de calidad elevada, realizada con movimientos pequeños, imperceptibles a veces si son hechos con la intención.
En estos días, podemos hacernos preguntas sencillas: ¿costará un café lo mismo que antes cuando volvamos a las cafeterías?, ¿tendrá el mismo valor económico la casa que habitamos?, ¿de qué manera nos saludaremos en los primeros días? Y, también, preguntas más complejas: ¿cuánta gente se verá afectada en su capacidad adquisitiva por esta crisis?, ¿aumentarán los suicidios?, ¿cómo encararemos la convivencia?, ¿tendremos capacidad de integrar a las distintas capas sociales, en la certeza de que la gente común vamos a terminar con una precariedad más acusada?, ¿cómo  despediremos a quienes han muerto?
Otra parte de la población está saliendo de su zona de confort en su espacio de trabajo, cuando este se dirige al cuidado de la gente afectada. La sensación de realizar una hazaña tiene que influir necesariamente en su vida, en la percepción de la gente que le rodea. Tal vez, esa obligación heroica haga que personas que antes eran miedosas o indecisas terminen por ser más valientes y decididas. No sé. Tal vez, la adrenalina que les produce la conciencia de su misión les ayude a estirar los límites de su resistencia. Tal vez, con ello, perciban la inmensidad de su ser.
Otra gente, claro, está llevando la peor parte. Quienes se están viendo afectados, desde casa o desde el hospital, tendrán la sensación de ser arrollados por un ciclón. Por lo desconocido. ¿Qué será de mí? ¿Qué será de mi gente? ¿Qué será de la gente?
No es indiferente, tampoco, el que esta situación de aislamiento se esté produciendo sin que lo hayamos querido. No puede dejarnos incólumes el saber que somos rebaño, el saber que hay pastores.
2020 iba a ser un año redondo. Quisiera equivocarme, pero la clase política que nos representa no parece que vaya a estar a la altura de los hechos; ya comienzan a tirarse los trastos a la cabeza (y a ocupar la ciencia). Una vez más, tendremos que apañarnos por nuestra cuenta. ¡Ojalá!

Salud.

jueves, 19 de marzo de 2020

Respuestas al amanecer (Anthony de Mello y el coronavirus)

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En estos días de estancia casera, ha aparecido encima de unas cajas el libro de Anthony de Mello (1931-1987) ¿Quién puede hacer que amanezca? (1985). Es de esos encuentros que, cuando suceden, no tienes conciencia de haberte apartado alguna vez de esa persona. Ha estado ahí, en la mezcla de los objetos que coges y dejas diariamente, mimetizado con la luz de ese rincón del hogar, mirando a su alrededor. Hablando en silencio. En todo caso, amable su presencia.
Me digo que no está de más el transcribir aquí un par de pasajes del mismo ─de los más de doscientos que tiene─, pues ese número es suficiente para quedarse con él cada vez que lo convocas. Van ahí:
Evolución
Al día siguiente dijo el Maestro: «Desgraciadamente, es más fácil viajar que detenerse».
Los discípulos quisieron saber por qué.
«Porque, mientras viajas a una meta, puedes aferrarte a un sueño; pero, cuando te detienes, tienes que hacer frente a la realidad».
«Pero, entonces, ¿cómo vamos a poder cambiar si no teneos metas ni sueños?», preguntaron perplejos los discípulos.
«Para que un cambio sea real, tiene que darse sin pretenderlo. Haced frente a la realidad y, sin quererlo, se producirá el cambio».
Profundidad
Le dijo el Maestro al hombre de negocios: «Del mismo modo que el pez perece en tierra firme, así también pereces tú cuando te dejas enredar por el mundo. El pez necesita volver al agua… y tú necesitas volver a la soledad».
El hombre de negocios no salía de su asombro: «¿Debo, pues, renunciar a mis negocios e ingresar en un monasterio?».
«No, nada de eso, sigue con tus negocios y entra en tu corazón».
Salud y rebeldía.

jueves, 5 de marzo de 2020

Varias vidas en una (Ernesto Cardenal)

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Hay personas que desarrollan varias vidas durante su existencia (aunque algo de ello tengamos la mayoría, no son tan plenas). El nicaragüense Ernesto Cardenal (1925-2020) es una de ellas. Nacido en Nicaragua, tierra en la que Rubén Darío pasa por ser héroe nacional. Él se define como poeta, sacerdote y revolucionario. De familia acomodada, estudia en la Universidad Autónoma de México y en Estados Unidos. Tras el fracaso de la revolución de abril de 1954 contra Somoza, ingresa en la comunidad trapense de Getsemaní, en la que conoce a su mentor, Thomas Merton. Ya publicados sus epigramas (1961), vuelve a Nicaragua y, ordenado sacerdote en 1965, funda la Comunidad de Solentiname, en las islas del Lago de Nicaragua, donde se unen pescadores y artistas (por allí pasan Gioconda Belli, Cortázar, etc.); entonces escribe el conocido El evangelio de Solentiname. Al defender la teología de la liberación y participar en la revolución sandinista y su gobierno, fue suspendido de su sacerdocio por Juan Pablo II en 1984, algo que enmendaría el actual Papa Francisco en 2019. Su Oración por Marilyn Monroe (1965) o sus Salmos (1964, des que aquí mostramos el 1) forman parte de la educación sentimental rebelde de alguna generación.
Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido ni
asiste a sus mítines
ni se sienta a la mesa con los gánsters
ni con los Generales en el Consejo de Guerra
Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
ni delata a su compañero de colegio
Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans
Será como un árbol plantado junto a una fuente.
Salud, Ernesto, que la tierra te sea leve.