En estos días de estancia
casera, ha aparecido encima de unas cajas el libro de Anthony de Mello (1931-1987)
¿Quién puede hacer que amanezca? (1985).
Es de esos encuentros que, cuando suceden, no tienes conciencia de haberte
apartado alguna vez de esa persona. Ha estado ahí, en la mezcla de los objetos
que coges y dejas diariamente, mimetizado con la luz de ese rincón del hogar, mirando
a su alrededor. Hablando en silencio. En todo caso, amable su presencia.
Me digo que no está de más
el transcribir aquí un par de pasajes del mismo ─de los más de doscientos que
tiene─, pues ese número es suficiente para quedarse con él cada vez que lo
convocas. Van ahí:
Evolución
Al día siguiente dijo el
Maestro: «Desgraciadamente, es más fácil viajar que detenerse».
Los discípulos quisieron
saber por qué.
«Porque, mientras viajas a
una meta, puedes aferrarte a un sueño; pero, cuando te detienes, tienes que
hacer frente a la realidad».
«Pero, entonces, ¿cómo vamos
a poder cambiar si no teneos metas ni sueños?», preguntaron perplejos los
discípulos.
«Para que un cambio sea
real, tiene que darse sin pretenderlo. Haced frente a la realidad y, sin quererlo,
se producirá el cambio».
Profundidad
Le dijo el Maestro al hombre
de negocios: «Del mismo modo que el pez perece en tierra firme, así también
pereces tú cuando te dejas enredar por el mundo. El pez necesita volver al agua…
y tú necesitas volver a la soledad».
El hombre de negocios no
salía de su asombro: «¿Debo, pues, renunciar a mis negocios e ingresar en un
monasterio?».
«No, nada de eso, sigue con
tus negocios y entra en tu corazón».
Salud y rebeldía.