jueves, 17 de diciembre de 2020

Productos (Harper Lee y Matar a un ruiseñor)

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Continúa el goteo de denuncias en bibliotecas y colegios de Estados Unidos para que se retire de la circulación la obra Matar a un ruiseñor porque hiere la sensibilidad de quien lo lee. En concreto, por emplear reiteradamente la palabra nigger, ‘negrata’, lo cual algunas madres y padres consideran que no es adecuado para su prole adolescente. Lo curioso del asunto es que la obra (que tiene un éxito instantáneo desde su publicación en 1960, gana el Pulitzer en 1961 y se lleva al cine en 1962) se pone de lectura obligatoria en los colegios precisamente porque contribuye a la integración social, y en ella hay frases tan emblemáticas como la de que «no se conoce de verdad a un ser humano hasta que no nos ponemos en su pellejo y nos movemos como si fuéramos este ser».

Aunque aquí lo que nos interesaba resaltar es la obra literaria como producto. Solemos considerar que la novela que tenemos entre las manos ha sido concebida en la mente de quien la ha escrito, madrugando o trasnochando, en la soledad de su hábitat. Y obviamos que es un objeto que ha sido producido, es decir, sometido a los parámetros de diseño, estudio de mercado, etc., para que sea vendible. En el libro que nos ocupa, Harper Lee (1926-2016) escribe la obra Ve y pon un centinela en 1957 –editada en 2014–; la protagonista es una mujer de 26 años, Scout, que vive en Nueva York y vuelve a su pueblo de Alabama para visitar a su padre, Atticus, abogado algo racista, asistido por una criada negra, Calpurnia. Harper recorre editoriales ofreciendo su obra, sin éxito, hasta que una compañía acepta publicarla, pero con cambios. Le ponen a una editora literaria y en un par de años nace Matar a un ruiseñor. No se desarrolla en los años cincuenta, muy convulsos, sino en los treinta; la narradora es una niña de 6 años; la criada es condescendiente con los blancos a los que cría; el abogado defiende a un negro con convicción…

En todo caso, una novela excelente, de una autora, Harper Lee, soltera contumaz, que vivió en su pequeño pueblo, con miles y miles de dólares en su cuenta, que rechazaba entrevistas, y que paseaba en chándal, tomaba café en locales de mesas de formica y entraba en el todo a 100 a buscar ofertas.

Salud.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Entre nosotras, con Audre Lorde

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En la noche del 25 próximo pasado, Televisión Española tenía previsto emitir un programa relativo la violencia de género, pero, a pesar de estar dirigida esta entidad por una mujer –no nos detendremos aquí en esas lágrimas de cámara de una ministra–, cambió la programación para sustituirlo por otro hagiográfico de un futbolista recién fallecido; para más inri, se trataba de un señor, a decir de Laura Freixas, putero y maltratador. Sabido es que ese día se homenajea a las víctimas por haber sido el 25 de noviembre de 1960 la fecha en que los sicarios del dictador dominicano Trujillo asesinaron a las Hermanas Mirabal, Minerva, Patricia y María Teresa (que tienen calle en Burgos), luchadoras contra su régimen e inmunes a sus caprichos.

Da la casualidad que esa noche estaba leyendo la antología que Visor realizó el año pasado de la poesía de Audre Lorde (1934-1992), realizada e introducida con claridad por Michel Lobelle. Nacida en Harlem, negra, lesbiana, madre, feminista, socialista... Su oratoria desplegaba una potencia de siglos, trasladada a ensayos como La hermana, la extranjera (según se ha traducido su Sister Outsider) y novelas –conocida es Zami, una biomitografía–, enraizada y concentrada en su poesía.

Apagué el televisor y me sumergí en un mundo vedado a quienes vitorean:

Estaciones:

Hay mujeres que aman

esperar

una vida         un anillo

en la luz de junio     una caricia

que les desate las manos

ponga palabras en sus bocas

formen sus pasajes      otra durmiente

que recuerde       su pasado     su futuro.

Algunas mujeres quieren el tren

correcto    en la estación equivocada  […]

Algunas mujeres se esperan a sí mismas

al girar la siguiente esquina […]

Hay mujeres que esperan

que algo cambie      pero

nada cambia

así que se cambian

a sí mismas.

Salud

lunes, 16 de noviembre de 2020

El mar en Grecia

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Leía esta temporada los versos de Anne Carson en La belleza del marido (2000), esa mezcla de ensayo, narración y poemas que ella suele hacer en una misma composición, en las que no son infrecuentes las referencias al mundo clásico griego, no en vano se doctoró con un trabajo sobre Safo. Sin ser muy consciente del ambiente en que se movía mi espíritu, llegué la semana pasada a la biblioteca del barrio y, tras pasar un momento por la mesa de novedades, decidí coger la novela La sonrisa olvidada, de Margaret Kennedy. Con ella bajo el brazo, me acerqué a la zona de poesía (en la que tenía que consultar unos romanceros) y (hecho lo anterior) tiré de un poemario para llevarlo en préstamo, que resultó ser Aquel vivir del mar, reunido por Aurora Luque. Ya en casa, mirando una fotografía en el móvil hecha hacía poco en una exposición sobre la ruta de migrantes (clandestinos) en el Egeo, caí en la cuenta de la conexión de lo que me rodea.

Aquel vivir del mar –que proviene del verso de Arquíloco, «Olvida Paros, aquellos higos y aquel vivir del mar»– lo subtitula su traductora y recopiladora Aurora Luque como El mar en la poesía griega. Antología. La Europa mítica nace en el mar, con la princesa fenicia raptada por el toro Zeus que navega a las playas de Creta; al igual que la histórica nace en las aguas de Salamina, fecha de libertad. Es un mar hiperpoblado de presencias. La traductora se ha propuesto la misión imposible de devolver algo de sabor lírico a las viejas palabras helenas, para que no atraigan solo a pedagogos, sino que satisfagan a oyentes y degustadores de poemas. Así, nos muestra una delicada jarcha de Anacreonte: «Qué bien me haría / que me llevaras, madre, / a la mar amarga, // y a sus olas granates, / con remolinos, / tú me arrojaras»; el cual prosigue la idea de suicidio en «Tras subir –otra vez– a lo alto / de la roca de Léucade / en las canosas olas me sumerjo / de pasión embriagado». Mimnermo, Safo, Hédile, Erina, Antípatro, Filodemo…

En La sonrisa olvidada, Margaret Kennedy (1896-1967) concentra su hacer literario de años y despliega una prosa cuidada y culta, que proporciona vida a unos personajes singulares y, sobre todo a una isla, Keritha, rodeada (y custodiada) por ese mar heleno, en la que se simboliza el lugar imposible, donde habita la sonrisa olvidada. Lectura amable para tiempos raros.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Tiempos difíciles (con Dickens)

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 Se ha traducido la obra de Charles Dickens (1812-1870) Hard Times – For These Times como Tiempos difíciles, aunque esta es una expresión que parece que podemos reservar para los meses que estamos viviendo en este 2020, y ahora a la obra le cuadraría mejor el título de Tiempos duros (o algo así), pues refiere las condiciones de la existencia en una ciudad inglesa norteña –Coketown, en la novela; puede que Preston, en la realidad– inmersa en la primera revolución industrial, la que se desarrollaba allá por 1854, año en que el propio Dickens dirigía el semanario Housevold Words, en el que se fue publicando, de abril a agosto, la narración que nos ocupa.

Con tanta literatura actual pendiente de leer, no es fácil dedicar el tiempo ocioso a una obra del siglo XIX, sobre todo si esta es tan voluminosa como Tiempos difíciles. Comienza, además, de una forma hosca, con una voz narrativa incómoda en los primeros capítulos, algo que convierte en más heroica la lectura, pero que resulta ser una virtud literaria, pues describe en el comienzo lo que sería una sociedad de «hechos», en la que la imaginación o los sentimientos quedarían desterrados. Atravesar esta dificultad lectora y continuar en sus páginas nos acerca a la satisfacción (que ya dijera Byron que el placer es enemigo de la comodidad).

Ya que es una novela del siglo diecinueve, la voz que la guía intenta congraciarse con quien lee desde el capítulo segundo con ese «Dinos…». Somos parte de la obra. Algo en lo que se ocupa de que no olvidemos, por lo que de cuando en cuando vuelve a hacernos cómplices de la narración. También tiene, por supuesto, esos pasajes en los que se cuenta más de una historia, o en los que, si prestamos atención, descubrimos algo más que lo evidente: «Amablemente [James] se había apoderado de la sombrilla de Louisa y la había alzado para ella; la joven caminaba bajo su sombra, aunque allí no brillaba el sol». Sí, era un día nublado y el galán desplegaba su caballerosidad. Pero, también, el galán tenía unas segundas intenciones (ocultas) y en aquella casa, la del industrial, marido de Louisa, no había lugar para las personas sennsibles.

Y más que hay. Tres ambientes sociales: el magnate industrial-banquero, el proletariado, el circo…

martes, 13 de octubre de 2020

Casi Nobel (Maryse Condé)

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En este año de contagios, el Premio de Literatura, uno de los cinco que Alfred Nobel dejó consignados en el testamento, se ha ido a la poesía. Louise Glück (1943) ha tenido la fortuna de recibirlo, sin estar posicionada –según dicen– en los puestos de privilegio que establecen las apuestas. Al pasear por el jardín, «Ella desea detenerse; / él desea llegar hasta el fin, / permanecer en las cosas». Al leer poesía, puedes llegar a liberar presencias, la de quien escribió los versos que te afectan –asegura Louise–. Vestirse es renovarse, «Mi alma se marchitó y se encogió. / El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado / grande / para ella. / Y cuando recuperé la esperanza, / era una esperanza completamente distinta». Y transmutarse en flores –por supuesto, en Ararat–: «El verano es, a veces, muy caluroso, / y a veces, un aguacero echa por tierra las flores. / Así murieron las amapolas, en un día tan solo, / eran tan frágiles…».

No tengo ojo clínico para estos menesteres de los premios ni, tal vez, capacidad de percibir las cualidades de una obra literaria. Maryse Condé (1937) estaba mejor posicionada –según dicen– para recibir el Nobel este año, pero a mí la verdad no se me hubiera ocurrido proponerla para dicho galardón. Claro que solo he leído una obra suya, Corazón que ríe, corazón que llora, la cual no me hizo vibrar hasta bien avanzadas sus páginas, por lo que no puedo ponerme aquí a pontificar sobre su literatura, máxime cuando me dicen que es valiosa por retratar «los estragos del colonialismo y el caos poscolonial con un lenguaje preciso y devastador al mismo tiempo». Y tengo fe en lo que me aseguran.

Será lo que Maryse retrata en Hérémakonon (1976) o en Yo, Tituba, la bruja negra de Salem (1986), además de en la saga Segu (1985) y en Desirada (1997). Hay que reconocer que la vida le ha propiciado oportunidades y ella ha buscado, con tesón, vivencias que le permiten expresar lo dicho mediante el don y el esfuerzo de la palabra.

viernes, 2 de octubre de 2020

La gracia del mar (el marino de Mishima)

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Hace años que no leía a Yukio Mishima (1925-1970), estilista del lenguaje japonés y, en especial, autor que combina la muerte, la sexualidad y los posicionamientos sociales de sus personajes, desde el pasado o, mejor dicho, desde la mente de este novelista y crítico en la que no cabía la disolución de la tradición nacional o, mejor dicho, la disolución de la aristocracia samurái y la figura del emperador. Criado por su abuela Natsu, de salidas violentas; educado en un colegio de élite, a pesar de no disponer del dinero con el que contaban sus compañeros; se hizo escritor al practicar por las noches, con la ayuda de su madre, Shizue, primera lectora de sus textos, ante la oposición de su padre.

El caso es que ha llegado a mis manos El marino que perdió la gracia del mar (2003), una de las cuarenta novelas que escribió Mishima, esta en 1963. Desde la primera hasta la última línea sabes que estás en un mundo que no acostumbras. Con un capítulo de presentación que compone las Meninas, el desconcierto de estar observando desde el agujero de un armario lo que sucede en la habitación de al lado, con ventana al puerto de mar. Con ojos de un adolescente de 13 años, que entiende el rumbo del mundo y está dispuesto a hacer cualquier cosa para impedir que se desvíe.


La casualidad ha hecho que llevara el libro al mar, a las playas de Levante, en donde he terminado de leerlo. Pocas gaviotas. Nada heroico sucedía alrededor. Paseos (sin mascarilla) de un lado a otro, entrando y saliendo del límite del agua. Aquellos adolescentes de Mishima desperdiciaron el gesto ante el marino, al igual que su autor al morir con el seppuku. En las páginas del japonés habita una fuerza que no se muestra en las olas mediterráneas…

sábado, 12 de septiembre de 2020

Reflexiones de camino a la horca (Kanno Suga)

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De oca a oca, aunque de distinto tamaño. Pasamos de un voluminoso libro en la entrada anterior a un volumen breve, de apenas 50 páginas de formato pequeño, en la anotación presente. Pero en ambos palpita ese mundo que sugieren (algunas) historias narradas, sucedidas en países y épocas de especiales controles del Poder. Se trata ahora de Kanno Suga (Sugako en español), nacida en Osaka en 1881 y muerta en Tokio el 24 de enero de 1911, periodista acusada de traición por el gobierno de su país, a la postre la primera mujer encarcelada por motivos políticos que fue ejecutada en el Japón moderno. Tenida hoy por revolucionaria y feminista, ya que, además de ocuparse en sus escritos de la defensa de los más débiles, propugnaba la igualdad de mujeres y hombres.

Al ser detenida en 1910 por participar en un supuesto complot para asesinar al Emperador Meiji, representante supremo de las condiciones rígidas y opresoras de la sociedad de su tiempo, fue involucrada en el llamado Caso Kotoku y condenada a muerte. Entonces comienza a escribir un diario: «escribo esto como registro del periodo que va desde el momento en que se pronunció la sentencia de muerte a la hora que suba encima del cadalso. Voy a escribir las cosas con franqueza y de manera directa, sin ninguna intención de justificarme».

Así nace Reflexiones camino de la horca, que se había editado en japonés e inglés, y que publica en castellano, en 2019, Calumnia Editions –«Volgueren enterrar-nos; no sabien que érem llavor»– de Mallorca. Son anotaciones que comienzan en la prisión de mujeres de Tokio el 18 de enero de 1911, nublado, y finalizan el 24, despejado, después de pasar por la nieve del día 20. Le visita el capellán de la cárcel. Recibe y contesta cartas con alguna dificultad, pues el pincel está frío como el hielo. Reparte sus escasas pertenencias entre amistades y familiares.

Koizumi, un amigo, cuando se emborrachó con sake en Nochevieja, al recordar a su amiga en la cárcel, intentó escribirle un poema, pero fracasó; solo le salió una frase: «¡Qué lastimoso! Esta edad ilustrada descarrila a la mujer talentosa».

[Las fotografías están tomadas por Elena Gallego Andrada. Gracias. Pertenecen a la tumba de Kanno en el templo budista Shōshunji. Elena ha traducido el poema grabado que compuso a su muerte (propio de los samurai ante el suicidio ritual (seppuku o harakiri) y los condenados a muerte):

Contemplando el avance de la sombra del sol

por entre los negros barrotes de mi ventana

hoy también sigo viviendo

Y la inscripción en la parte trasera de la roca:

Aquí duerme Kanno Suga, una pionera de la revolución].

Salud.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

La sonrisa robada

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Hay quien me ha regalado una rosa, la primera rosa de septiembre –gracias Margarita–, sin saber acaso que me hace bien después de haber leído esta temporada extraña La sonrisa robada (2013). El libro fue publicado en la editorial local segoviana Isla del Náufrago, accesible por internet, que cuenta con el apoyo de la bitácora El Cuaderno del Náufrago, en el que pueden leerse comentarios de prensa y los de quienes lo creen necesario.

Desde La sonrisa robada emergen diversas voces y planos narrativos, mérito que ha de atribuirse a su autor, el burgalés José Antonio Abella (1956), que novela una historia de amor y que investiga una historia de horror –presentada, parafraseando a Goethe, con «He recogido con afán todo lo que he podido encontrar referente a la historia de la desdichada Edelgard Lambrecht, y aquí os lo ofrezco, seguro de que me lo agradeceréis. Es imposible que no tengáis admiración y amor para su genio y carácter, lágrimas para su triste fin»–. Edelgard, hija de un oficial de las SS, chica que sonreía junto a sus compañeras en las manifestaciones jubilosas del nazismo en Stettin, en los años de su auge, violada en su juventud repetidas veces por los soldados de ocupación en los años finales de la segunda guerra mundial, trastocada o transformada en…

Por casualidad (o no), Edelgard responde al llamado en la prensa de un estudiante español, JoséFernández-Arroyo, de Manzanares, en 1949, y quedarán sumergidos en atracción mutua, alimentada por la correspondencia (en francés) que mantienen durante cuatro años, hasta que sucede su encuentro en Flensburg en 1953. (Las cartas y el diario de José dieron lugar en 1991 al libro Edelgard, diario de un sueño, 1949-953, reeditado en Isla del Náufrago).

En La sonrisa robada aparece (además) la presencia del autor, que indaga, que consulta, que viaja… –el libro es Premio de la Crítica de Castilla y León–, que abre trampillas al viento aquí y allá, que desvela, que construye la espiral… del amor y del horror.

jueves, 30 de julio de 2020

En el balcón (vuelo de golondrinas, Massieu)

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En esta temporada, asomado al balcón, coincido a veces con el vecino. Hablamos de la situación de los meses anteriores ─él tiene una cuñada, hermana de la mujer, y un cuñado que han fallecido─, y de lo que seguramente nos viene. Enfrente, las golondrinas (más bien, vencejos) vuelan con la rapidez acostumbrada, se introducen en los huecos de la pared de piedra de la iglesia, en la que tienen los nidos, y vuelven al espacio, describiendo un semicírculo hacia el suelo que completan calle arriba. «Esas sí que son seres de valía», dice, «nosotros no tenemos ni la mitad de su gracia». Animales que hablan de nuestra finitud.

Le podría hablar de la poesía de Antonio Crespo Massieu (1951), aunque no lo hago. Incluso, podría leerle

De los pájaros

Tanto que aprender.

Su vuelo imprevisto,

el canto necesario,

la suspensión del tiempo,

su oculta presencia en lo alto,

la vida a saltos,

el insólito equilibrio,

lo mínimo en la altura,

el temblor suspendido,

la paciencia, la espera,

lo inquieto, la escucha,

el silbo y la respuesta,

la huida, dejar la voz,

escapar siempre,

la libertad del canto,

el vuelo,

dejar la música

y se sombra.

Ojos abiertos al silencio,

a la escucha del tiempo,

tanto vuelo

y tanto canto.

Yo no sé dónde cantan,

dónde,

dónde los pájaros.

(Con ese yo no sé dónde tan juanramoniano de los pájaros).

Salud


lunes, 20 de julio de 2020

Física y poesía (Feynman o Geoffrey Hill)

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Dicen que una pareja contemplaba absorta las estrellas brillantes del cielo de julio. «Soy uno de los primeros ─dijo uno─ que saben por qué resplandecen; se debe a las radiaciones ocurridas en el núcleo de sus átomos de hidrógeno ionizados hace tiempo». La acompañante se sintió algo decepcionada; hubiera preferido escuchar que unos delicados seres alados estaban encendiendo velas allí durante la noche o que los astros emitían unas señales parpadeantes en las que se hallaba un mensaje que deberían interpretar antes del amanecer.
¿Acaso la verdad no es bella? Leo en estos días Seis piezas fáciles. La física explicada por un genio, reedición actual de la obra clásica que Ricard P. Feynman (1918-1988) diera a la luz en 1963. No he estudiado ciencias naturales, pero me gusta de vez en cuando sumergirme en alguno de sus libros, aunque no entienda todo lo que explican. Pero me resulta hermoso, al igual que me sucede con la poesía cuando no la entiendo, por ejemplo la de Geoffrey Hill (1932-2016), recientemente editada reunida ─«Indeseable pudiste haber sido, intocable / no eras. Ni olvidado / ni pasado por alto en el momento correcto […] / Septiembre engorda en las viñas. Las rosas / se descascaran desde las paredes. El humo / de fuegos inofensivos llega hasta mis ojos. / Esto es demasiado. Esto es más que suficiente»─. No necesito inferir la secuencialidad.
Me fío. Sé que estoy en lo alto del monte contemplando la extensión boscosa que se entiende por la ladera, los meandros del río adivinado en el valle, el viento que golpea suave en las mejillas, los colores diversos de la tarde, las mariposas blancas y siena que aparecen y desaparecen, el milano a lo lejos, la gente que se afana ahí en la cosecha, la gente que se mata allí en las favelas… Y alguien me lo explica a su manera, con sus palabras, y yo sé que son verdaderas.

jueves, 2 de julio de 2020

De un tirón (con la uruguaya)

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Hace tiempo que no leía un libro en el mismo día. Años, seguramente. Por lo general, varío en los distintos momentos de la jornada. Pero, en esta ocasión, el lunes pasado, encadené mañana y tarde con la misma novela: en la hora del café (puesto que no hay periódico en los bares); en el parque; en el paseo de la tarde por el monte (ya que tanto le cuesta aparecer a la noche). Una escapada al pueblo después de cuatro meses de confinamiento. Claro que contaba con la ventaja de que no es extensa la obra en cuestión, La uruguaya (2018), de Pedro Mairal, 142 páginas, de formato bolsillo (algo generoso); vamos, una novelita.
Cuando la terminé ─tenía que ponerme todavía la mano sobre los ojos, pues caminaba hacia el oeste─, caí en la cuenta de que la había leído mientras lucía ese sol y, curiosamente, de que la acción transcurre en un solo día, la mayor parte en Montevideo ─«Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas», «Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive»; Borges no puede faltar─, incluido el viaje de ida y vuelta de su protagonista desde Buenos Aires; además del cobro de dinero, de un amor que sí que no, de un atraco... Eventos simbólicos todos ellos si se analizara su construcción en un taller literario.
Dulzura distante la que vive ese Lucas Pereyra ─poco que ver con aquel Sostiene…─ al lado o frente a Guerra, la Belleza que le manipula. Las ciudades que tienen sus normas. Me habían hablado mucho de la obra. No suelo guiarme por los entusiasmos ajenos.

martes, 23 de junio de 2020

Café dulce (en el solsticio)

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Solsticio. Verano boreal en la luna de miel. Bebida refrescante, dulce. El Sol permanece quieto durante unos días. Creo que esta vez lo hace para leer con tranquilidad la novela que tengo entre las manos, Un café muy dulce, de la periodista italiana María Luisa Magagnoli (1948), publicada a finales del siglo pasado en Buenos Aires.
Un libro para reflexionar sobre la condición humana y para explicarse la organización social ─tal vez, la batalla más valiosa que ha ganado el neocapitalismo es hacernos creer a la gente que gobernamos nuestros países─. Narra la historia de un expropiador,Severino di Giovanni (1901-1931), llegado a Argentina desde Italia, casado con su prima Teresa, tienen tres hijos. Un personaje de vida intensa, idealista de la violencia que dejó sus huellas marcadas en el camino de la insurrección. La cuestión social. Se enfrentó con armas a quienes detentan los poderes.
Pero lo que me interesaba al retomar este libro es el devenir de América Scarfó (1913-2006), que, adolescente, se enamora de Severino y él de ella. Terminan viviendo juntos, entre la discusión de los grupos obreros de su tiempo, pues hay quien no comparte que él deje a su familia para unirse a una joven. El hombre más buscado de Argentina -traje negro impecable, ojos ardientes- termina en la cárcel en 1930. En las situaciones en que se separan, se escriben hasta tres cartas diarias. Cuando América tiene 17 años, Severino es fusilado (a pesar de que no existía la pena de muerte en el país).
Durante toda su vida, América se negó a vender su historia a Hollywood. Su nombre da título a la editorial Américalee. Hasta cumplir 86 años no logró que el gobierno le devolviera las cartas que le escribió a prisión, incautadas por la policía. Su testimonio es el que guía a Magagnoli en un café muy dulce, y su vida transcurre en los fotogramas de Los ojos de América (2016).
Salud.

sábado, 13 de junio de 2020

Seda celebra la lectura (en San Antonio)

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Las coplas populares aluden al día de San Antonio, 13 de junio, como el momento álgido de la primavera, es decir, del año silvestre, de la floración de tallos en los bosques y la anidación de aves de envergadura. Hoy tendremos experiencias en nuestros cuerpos que la memoria recordará durante las 365 jornadas venideras.
Así que hoy traemos aquí la celebración que el Club de Lectura Seda ha realizado en el cierre de su temporada segunda. La lectura (al igual que la historia o la memoria) no es saludable en sí misma, pues pueden devenir en trauma, moraleja o dogma. Le conviene recibir la visita de El huésped, de Paul Celan, para dejarnos en una calma inquieta. Eso es el club de lectura. Eso es Seda.
Hemos comentado en nuestras sesiones las siguientes lecturas:
El informe de Brodeck, de Philippe Claudel
Shifu, harías cualquier cosa por divertirte, de Mo Yan
La cocinera de Himmler, de Franz-Olivier Giesbert
Cualquier tiempo pasado…, de Victoriano Crémer
La cena, de Herman Koch
La hija del optimista, de Eudora Welty
La ley del menor, de Ian McEwan
Y aquí nos pilló el confinamiento, así que decidimos vernos en videoconferencia semanal, trucando la novela por el cuento, de los que hemos comentado:
Felicidad clandestina, de Clarice Lispector
Vida de Ma Parker, de Katherine Mansfield
Pecado de omisión y Paraíso inhabitado (el inicio), de Ana María Matute
El regreso, de Carmen Laforet
La dama del perrito, de Antón Chéjov
La cosecha y Un hombre bueno es difícil de encontrar, de Flannery O’Connor
Bette Davis en el cuarto de baño, de Cristina Civale
Esperando, de Amos Oz
Ya sabemos, con Al Mutanabi, que en el vino se halla una fuerza que no se encuentra en las uvas. En el círculo. En la casa común. En Seda.
Salud.

miércoles, 3 de junio de 2020

El regreso (garras de coronavirus). Laforet

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En estos tiempos del ingreso mínimo vital, que viene para aliviar situaciones de precariedad agravadas con lo que se nos ha presentado arriba, abajo y alrededor, recuerdo el cuento El regreso de Carmen Laforet (1920- 2004). Puede que no sea uno de los más recordados de nuestra literatura. Puede que esté elaborado con algo de precipitación, aunque esto es una opinión que, a buen seguro, no sea compartida por gentes más dotadas para la crítica literaria que el que esto escribe. (Sí que es cierto, según comenta su hija Cristina Cerezales [la cual publica ese estupendo libro sobre las relaciones que tiene con su madre los últimos años de vida de esta, cuando pierde el habla, titulado Música blanca]; sí que es cierto, decimos, que comenta que Carmen Laforet no acostumbraba a corregir sus textos).
En El regreso, cuya acción se sitúa en los años cincuenta del pasado siglo en España, un hombre está a punto de salir del manicomio; ha estado ingresado dos años en él, debido a la crisis extrema que padeció cuando perdió el empleo ─era chófer y vino el racionamiento de gasolina─. Es Navidad y le espera su familia. Él no quiere salir, pues tendrá que asumir de nuevo la responsabilidad de sustentarla. Madre, esposa, hija e hijo viven relativamente bien al haber sido atendidos en esos dos años por las señoras de la Beneficencia.
Sube las escaleras, de paredes desconchadas, hasta el piso que habitan, con la maleta en una mano y una tarta que ha comprado en la otra. El relato ─¿son un símbolo las escaleras ascendentes?─ parece que le insufla fuerzas para su misión futura, hasta que pronuncia la frase «A toda aquella familia que se agrupaba a su alrededor venía él, Julián, a salvarla de las garras de la Beneficencia».
Me hizo pensar lo suyo, en su momento, la expresión garras de la Beneficencia, y dar pábulo a cierto tipo de soluciones. Parece que ahora tendríamos que reflexionar para evitar cualquier ergástula.

lunes, 25 de mayo de 2020

Auto de fe (Canetti y el coronavirus)

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«… aunque no hay espíritu que medre con novelas. El placer que acaso puedan ofrecernos se paga muy caro: acaban por erosionar el carácter más firme. Aprendemos a identificarnos con todo tipo de personas. Le cogemos el gusto a ese vaivén continuo y nos diluimos en los personajes que nos gustan. Cualquier punto de vista nos resulta concebible. Nos lanzamos con fruición tras objetivos ajenos y perdemos de vista los nuestros. Las novelas son cuñas que el escritor, ese histrión de la pluma, va clavando en la hermética personalidad de sus lectores. Cuanto mejor calcule la capacidad de penetración de la cuña y la resistencia por vencer, más escindida dejará a su víctima. El Estado debería prohibir las novelas».
Es uno de los párrafos de Auto de fe, esa novela abundante que Elías Canetti (1905-1994) elaboró, salido de la juventud, a los 26 años, en Viena, después de haberse licenciado en Química. Procedía de una familia sefardí de apellido Cañete, y el ladino fue su lengua infantil (según narra en la autobiografía liminal La lengua absuelta). El pasaje aludido es uno de los monólogos de Peter Klein, el hombre-libro, inadaptado social hasta límites cervantinos, que raya los límites de la locura, cercano al Mendel de Zweig o el Baterbly de Melville. Para su autor, era uno de los siete personajes con los que pretendía realizar un retrato de la comedia humana de la locura, al que acompañarían un fanático religioso, un soñador técnico que sólo vivía haciendo planes cósmicos, un coleccionista, un poseído por la verdad, un despilfarrador y un enemigo de la muerte.
En 1934, Canetti se casa con la escritora sefardí Venetiana (Veza) Täubner-Calderón. Escritor de su tiempo, pensador, Premio Nobel en 1981, sus diarios se publicarán en 2024 (según dispuso en su testamento).
Auto de fe es parte de lo que un amante de las letras ─no un letraherido─ puede pedir.

domingo, 17 de mayo de 2020

Casualidades y Versiones (en tiempos de coronavirus)

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Escucho esta mañana la canción “Ai, ai, ai”, que canta Silvia Pérez Cruz en la película Cerca de tu casa (que no he visto, pues no me agradan demasiado los musicales, con la que ganó un Goya en 2017). Resulta que se incorpora a la película de casualidad, pues estaba prevista una canción de una cantante famosa para que acompañara el baile de una niña, pero no había presupuesto para pagar los derechos ─Y déjame volar / Montar a caballo para escapar […] Llevaré una capa / Montar a caballo para escapar / ¡Ai, ai, ai, ai! / Con un mapa secreto / Para mamá y papá─. Sí que conozco el disco Domus, que surgió de aquella película musical, en el que la cantante se ocupa de la gente sometida a deshaucios, en especial en “No hay tanto pan” ─Mentiras, sonrisas y amapolas, discursos, periódicos, banqueros y trileros. Canciones, manos y pistolas, bolsos, confeti, cruceros y puteros. Te roban y te gritan, te roban y te gritan. Te roban y te gritan, y lo que no tienes también te lo quitan. No hay tanto pan, pan, pan… Y es indecente, es indecente, gente sin casa, casas sin gente.
De casualidad, también, se ha colado esta mañana la canción No quisiera quererte…, con letra de Juan Piatelli y música de Horacio Guarany ─No quisiera quererte, pero te quiero / Ese castigo tiene la vida mía / Por tenerte conmigo me desespero / Pero si te acercaras me alejaría─. En su trayectoria, ha conocido versiones variadas, pero me ha venido al cuerpo mi preferida, la de María Ostiz (que le añadió una estrofa ─No quisiera llamarte, pero te llamo / Siento mi sangre nueva que te respira / Si naciera mil veces por ti naciera / y si tú me olvidaras yo te amaría─). La voz.
Son las idas y venidas de esta temporada de coronavirus.

viernes, 8 de mayo de 2020

Sueños (en coronavirus)

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Calderón de la Barca (1600-1681) estrena en 1635 La vida es sueño. En ella, Rosaura camina hacia el futuro y se niega a aceptar la traición; la lucha por el mañana es su horizonte; el destino escrito en los astros o en la voluntad absolutista no determina su existencia; es el símbolo del ansiado cambio social. En la obra, el más famoso confinado de nuestro teatro, Segismundo, habla al final del segundo acto:
… y la experiencia me enseña,
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
[…]
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí,
destas prisiones cargado;
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Salud. Venturosos días (ahora que ya han llegado las golondrinas).

miércoles, 29 de abril de 2020

Incertidumbres (Mansfield y coronavirus)

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Hace cien años era frecuente la muerte inesperada. Katherine Mansfield (1888-1923) tuvo conciencia de ello cuando los síntomas de un catarro se alargaban demasiado y le diagnosticaron tuberculosis, allá por 1917; en su pañuelo quedaban rastros de sangre y, como es lógico, se asustó; recorrió Europa buscando remedio, pero no lo había. Dos años antes, su hermano Leslie había muerto en los campos de la guerra. Ambos hechos la deprimieron, pero dieron comienzo a su época creativa más fructífera y meritoria. Pietro Citati, el escritor italiano, ha elaborado una hermosa biografía de ella, La vida breve de Katherine Mansfiel (2106). Asegura que quienes la conocían terminaban por convencerse de que era una persona especial.
Frágil, sensible, inteligente, enferma…, pero rebelde a su manera ─con amante mujer y marido al tiempo─ y firme con las palabras para componer unos cuentos que han pasado a la historia de la literatura. Era ─dice Citati─ una «cerámica oriental» que las corrientes oceánicas habían traído a nuestras costas (pues ella nació en Nueva Zelanda). Sí, tuvo la fortuna de ser hija de una familia colonial de banqueros solventes. Pero ya no reparamos en ello cuando leemos Vida de Ma Parker, Felicidad, Fiesta en el jardín, La señora Brill… o bastantes de los 73 relatos que escribió (reunidos en cinco libros).
Wirginia Wolf anotó en su diario unas notas descarnadas el día de la muerte de Katherine. Por un lado, dejaba de existir la que consideraba su mayor rival literario ─"el único texto del que he sentido celos", dijo sobre Preludio─; por otro, dejaba de existir la lectora más valiosa de sus escritos, la que le hacía mantener la tensión que le hacía esforzarse por conseguir una obra acabada.

lunes, 20 de abril de 2020

La Caverna y el Coronavirus

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Hay personas a las que la Historia les ofrece, una vez en la vida, oportunidades insospechadas. Si las autoridades hubieran encarado a su tiempo la pandemia que nos penetra, alguien pasaría a los anales de la historia de España como gran estratega; se le recordaría por los años de los años. En cambio, ahora tienen que lidiar con medidas implementadas entre cifras de mareo, ni más ni menos de lo que haríamos cualquiera de los mortales a los que nos gobiernan. También los enjaularíamos para que la Innombrable no les alcanzara con la guadaña (aunque tengan la ventaja de contar con jardines en los que solazarse).
Un grupo de personas se halla encadenado adentro de la caverna. En la pared del fondo ven figuras que se mueven, y escuchan sonidos que no se sabe muy bien de dónde proceden. Son reflejos de quienes se mueven alrededor de la fogata de la entrada. Las sombras son la realidad. En esta temporada, nuestro lienzo, claro, no es la pared, sino las pantallas de los aparatos que abundan en los domicilios que habitamos: televisiones, smartphones, tabletas, ordenadores, etc. Por ahí pasa una notable parte de la realidad a la que accedemos. Cada cual la elige según sus creencias, gustos, inclinaciones, amistades, necesidades…
Es Platón que vuelve, según suele hacer, aunque sirviera al tirano y nos donara la esclavitud hacia las ideas. Ya sabemos que uno de los encadenados logró zafarse de los grilletes, salió a la luz del día y vio lo que había. Entusiasmado, volvió a la caverna y narró lo que sucedía. Pero… no le creyeron.
Aunque no hay que desesperar; tiempo después, inventamos la organización, los colectivos independientes (para traspasar las cuatro fases del mito).
Salud.

viernes, 10 de abril de 2020

Lo absurdo (coronavirus)

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La situación que vivimos abre varias vías de agua en nuestra civilización y en nuestras seguridades, que tanto una como otras se nos aparecen cada vez más frágiles. Es la vida. Sin más. Lo que ocurre es que lo olvidamos. O necesitamos olvidarlo para vivir. Paradojas. Por una de estas vías se cuela lo absurdo, esa cualidad que escapa a la razón y que en tantas ocasiones acompaña a nuestros actos.
El absurdo, precisamente, preside la novela Alguien bajo los párpados (2017) de Cristina Sánchez-Andrade (1968), escritora gallega que desde hace años está inmersa en ese mundo intangible del absurdo, y que ha sido galardonada en otras tierras, en especial, por Las inviernas (2014). Ciertamente, muestra un equilibrio entre ternura y ferocidad en su relato. Puede decir que cuenta con el ascendente de Cunqueiro, Castelao o Flannery O'Connor cuando hace rodar a sus personajes por las rúas de Santiago o los campos de sus alrededores.
La novela (o el esperpento) la concibió en Hawthornden Castle, residencia para escritores de Escocia, que le acogió durante un mes. Ambiente silencioso, rodeado de austeridad, entre vegetación exuberante, en el que no faltaban las veladas junto a la chimenea con el resto de escritores, deliciosas cenas y ausencia de internet iniciaron a la señora Olvido Fandiño y a Bruna, su criada, unidas desde años y años, en un viaje que finaliza en… El viaje del héroe. Lo sensorial. Familia no hay más que una, y única, ciertamente, no puede negarse después de haber leído (y buscado) alguien bajo los párpados.

viernes, 3 de abril de 2020

Ruta de la Seda (coronavirus)

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Es uno de los caminos míticos desde hace siglos, ya conocido en años anteriores a nuestra era (cuyo nombre nos dejó Richthofen en Viejas y nuevas aproximaciones a la Ruta de la Seda, de 1877). Desde China a Europa o África, pasando por Mongolia, Persia y Cercano Oriente. Lugares que había transitado la Ruta de Jade. Ciudades de cuentos y leyendas: Xi’an, Karakorum, Kashgar, Samarcanda, Cachemira, Tabriz, Astracán, Constantinopla… Las Etimologías de Isidoro de Sevilla, Los viajes de Marco Polo o los relatos de Ibn Battuta contribuyeron a tejer la maraña de cuentos y leyendas de los pueblos que habitaban a su vera (del que beben historias recientes como Seda de Baricco). Comerciantes, peregrinos, salteadores, monjes, ladrones, pilluelos... Importar piedras preciosas, marfil, cristal, perfumes, tintes o telas. Exportar seda, pieles, cerámica, porcelana, especias, jade, bronce, laca o hierro.
Comprar a bajo precio en China, vender a precios desorbitados en Europa; esa era la práctica de los mercaderes islamistas durante siglos, que tenían en la Ruta de la Seda su principal fuentes de ingresos, por lo que no dejaban que nadie se entrometiera en su recorrido. Tal vez, nos suene ello con lo realizado en estos tiempos por parte de la industria occidental, asentada en salarios de miseria; sin más, por alguna de las marcas conocidas de ropa en España. Eslabones de la Ruta de la Seda.
Cuando Estados Unidos entró en liza en la primera guerra mundial, estaba devolviendo a Europa las ayudas humanas y tecnológicas que había recibido; a cambio, se convirtió en líder; Nueva York fue eclipsando a París, Berlín o Londres. China fue primera potencia mundial durante siglos, hasta que la industrializada Europa –Inglaterra– encontró la forma de emplear la pólvora de una manera muy persuasiva. Desde entonces, China es utilizada por Occidente o sirve con sus macrogranjas para proveer de carne a Rusia. Ahora, con el coronavirus, puede estar cobrándose ese papel de sirviente y, tras la crisis, alzarse como líder.