Continúa el goteo de denuncias en bibliotecas y colegios de Estados Unidos para que se retire de la circulación la obra Matar a un ruiseñor porque hiere la sensibilidad de quien lo lee. En concreto, por emplear reiteradamente la palabra nigger, ‘negrata’, lo cual algunas madres y padres consideran que no es adecuado para su prole adolescente. Lo curioso del asunto es que la obra (que tiene un éxito instantáneo desde su publicación en 1960, gana el Pulitzer en 1961 y se lleva al cine en 1962) se pone de lectura obligatoria en los colegios precisamente porque contribuye a la integración social, y en ella hay frases tan emblemáticas como la de que «no se conoce de verdad a un ser humano hasta que no nos ponemos en su pellejo y nos movemos como si fuéramos este ser».
Aunque aquí lo que nos
interesaba resaltar es la obra literaria como producto. Solemos considerar que
la novela que tenemos entre las manos ha sido concebida en la mente de quien la
ha escrito, madrugando o trasnochando, en la soledad de su hábitat. Y obviamos
que es un objeto que ha sido
producido, es decir, sometido a los parámetros de diseño, estudio de mercado,
etc., para que sea vendible. En el libro que nos ocupa, Harper Lee (1926-2016)
escribe la obra Ve y pon un centinela
en 1957 –editada en 2014–; la protagonista es una mujer de 26 años, Scout, que
vive en Nueva York y vuelve a su pueblo de Alabama para visitar a su padre,
Atticus, abogado algo racista, asistido por una criada negra, Calpurnia. Harper
recorre editoriales ofreciendo su obra, sin éxito, hasta que una compañía
acepta publicarla, pero con cambios. Le ponen a una editora literaria y en un par
de años nace Matar a un ruiseñor. No
se desarrolla en los años cincuenta, muy convulsos, sino en los treinta; la
narradora es una niña de 6 años; la criada es condescendiente con los blancos a
los que cría; el abogado defiende a un negro con convicción…
En todo caso, una novela excelente, de una autora, Harper Lee, soltera contumaz, que vivió en su pequeño pueblo, con miles y miles de dólares en su cuenta, que rechazaba entrevistas, y que paseaba en chándal, tomaba café en locales de mesas de formica y entraba en el todo a 100 a buscar ofertas.
Salud.