De vez en cuando vuelvo al
humor de Natalia Ginzburg. En este caso ha sido a Mi querido Miguel ‒‘Caro Michele’‒, que tradujera en su momento
Carmen Martín Gaite (1925-2000), en el que la autora se vale de la
correspondencia entre protagonistas para enhebrar la historia, retomando la
modalidad de novela epistolar. Como suele suceder en quienes dominan las
entretelas literarias, fondo y forma se (con)funden. Una docena de personajes
van apareciendo en las páginas y, según vamos leyendo, se acoplan entre sí. Los
distintos domicilios de la ciudad donde viven (y desde los que escriben)
permiten que entremos a escenarios distintos de manera natural. Y, además, la
salida de Italia del personaje central, Miguel, labra el punto de fuga espacial
(y vital) hacia ambientes distintos.
Una familia necesitada de relación,
incrementada con seres que carecen de vínculos de sangre. Incapaces ambos de
una comunicación auténtica, en parte porque los acontecimientos que suceden en
su entorno arrastran a quienes se topan con ellos. Como suele decirse, al menos
nos reímos.
Diferente es el modo de
narrar del extremeño Gonzalo Hidalgo Bayal en Conversación. Aquí está la voz de sus protagonistas (a veces,
incluso, en plural) y la de los testigos de los hechos que intrigan a los
primeros en los cinco relatos que componen la obra. Ese kalé heméra con el que comienza es digno de los ‘buenos días’ con
los que saludamos la jornada. La tristeza que se posa en la existencia
cotidiana de tanta gente, cuando se sabe que la vida está adentro agazapada. El
protagonista que cuenta con vergüenza el encuentro habido con la mujer en la
mañana de la despedida.
Verecundor
referens. «Prometí que nunca contaría lo que voy a contar […] lo
cuento con pesadumbre […] si rompo la promesa y os lo cuento, es para que
tengáis noticia de otras formas de dolor y de heroísmo».