Hay unos seis modelos de
marcapáginas (que voy renovando según me llegan, principalmente de las
bibliotecas municipales) en la mesa donde reposan los libros que llevo a casa
en espera de ser leídos. Para algunos, ya lo elijo en el momento de empezarlo,
pues me he hecho una cierta idea de cómo es desde que lo cogí en la biblioteca
o en la librería. Para otros, necesito leer unas páginas antes de asignarle
marcador. Y, en una tercera clase, están los que no tengo muy claro cuál es el
adecuado para compartir esos días de lectura y de trasiego. Es lo que me está
ocurriendo en este mes con dos obras, una de ellas ya terminada y la otra
recién comenzada.
La primera es Nada, de la escritora danesa (afincada
en Nueva York) Jane Teller (1964), escrita en el año 2000, una vez que la
autora había dejado su trabajo en Naciones Unidas, dedicado a la resolución de
conflictos humanitarios en Tanzania o Bangladesh. No solamente a mí me ha
sucedido esta desorientación. La trayectoria de la obra es significativa. En la
salida dio pie a encendidos debates sobre la idoneidad de su lectura en gente
adolescente, debido a los asuntos que plantea. Pero supera este escollo y se
convierte en libro obligado en el sistema de enseñanza de Dinamarca, además de
resultar exitosa en Francia, Noruega y Alemania.
A veces me parecía estar
releyendo El señor de las moscas, el
cual me deja un regusto amargo. Pero aquí la crueldad no proviene del
liderazgo, sino de la convivencia en la pubertad. Jane Teller asegura que es un
«cuento de esperanza y luz», cuya escritura le supuso una reordenación
interior, un vaciado de sus demonios, al que da gracias «porque me hizo abrir
todas las ventanas del oscuro, precario y tentador desván existencial que
llevaba conmigo». El protagonista –Pierre Anthon– puede abrirte los ojos a lo
sorprendente de la vida, cuando no la reprimimos con artificiales y
autoimpuestas reclusiones.
La segunda obra, El despertar, de la joven vietnamita
(residente en Francia) Line Papin (1995), todavía está sin asignarle marcapáginas.
Por de pronto, la publicidad que le han puesto (tomada de Livres-Hebdo) me
resulta tan sin sustancia como la mayoría de críticas que acompañan a libros,
pinturas, esculturas, etc. «seductora polifonía de hierática sensualidad».
¡Ay! uno de esos razonamientos que nos amargan la adolescencia.
ResponderEliminarSaludos.
Y que lo digas, Anónimo. Esas dudas que parecían de nunca acabar.
ResponderEliminarSaludos.
Interesante tu reflexión, pero especialmente me has despertado la curiosidad con tus marcapáginas y la elección de uno u otro en función del libro, qué bueno.
ResponderEliminar¿Marcapáginas, son puntos de libros? Yo les llamo así y no había escuchado llamarlos así.
Un beso
Pues sí, Conxita, son puntos de libros. Por aquí se llaman marcapáginas. A mí me resulta un elemento más de la lectura.
EliminarMe alegro de que te resulte interesante el comentario de la obra.
Besos.