En estos tiempos del ingreso
mínimo vital, que viene para aliviar situaciones de precariedad agravadas con
lo que se nos ha presentado arriba, abajo y alrededor, recuerdo el cuento El regreso de Carmen Laforet (1920- 2004).
Puede que no sea uno de los más recordados de nuestra literatura. Puede que
esté elaborado con algo de precipitación, aunque esto es una opinión que, a
buen seguro, no sea compartida por gentes más dotadas para la crítica literaria
que el que esto escribe. (Sí que es cierto, según comenta su hija Cristina
Cerezales [la cual publica ese estupendo libro sobre las relaciones que tiene
con su madre los últimos años de vida de esta, cuando pierde el habla, titulado
Música blanca]; sí que es cierto,
decimos, que comenta que Carmen Laforet no acostumbraba a corregir sus textos).
En El regreso, cuya acción se sitúa en los años cincuenta del pasado
siglo en España, un hombre está a punto de salir del manicomio; ha estado ingresado dos años en él, debido a la crisis extrema
que padeció cuando perdió el empleo ─era chófer y vino el racionamiento de
gasolina─. Es Navidad y le espera su familia. Él no quiere salir, pues tendrá
que asumir de nuevo la responsabilidad de sustentarla. Madre, esposa, hija e
hijo viven relativamente bien al haber sido atendidos en esos dos años por las
señoras de la Beneficencia.
Sube las escaleras, de
paredes desconchadas, hasta el piso que habitan, con la maleta en una mano y
una tarta que ha comprado en la otra. El relato ─¿son un símbolo las escaleras ascendentes?─
parece que le insufla fuerzas para su misión futura, hasta que pronuncia la
frase «A toda aquella familia que se agrupaba a su alrededor venía él, Julián,
a salvarla de las garras de la Beneficencia».
Me hizo pensar lo suyo, en su momento,
la expresión garras de la Beneficencia, y dar pábulo a cierto tipo de soluciones. Parece que ahora
tendríamos que reflexionar para evitar cualquier ergástula.
No he leído este cuento de Carmen Laforet, en realidad solo he leído de ella, su famosa novela de Nada y la correspondencia que tienen Carmen Laforet y Elena Fortún, que se publicó en 2017, y que me pareció muy interesante, para conocer a las dos escritoras y amigas.
ResponderEliminarUn abrazo
Es cierto, Ele, la correspondencia con Fortún es interesante.
EliminarTambién lo es la que mantuvo con Ramón J. Sender, publicada en su momento.
Abrazos.
No querer salir, no querer volver a lo de antes. El pretendido síndrome de la cabaña que no es tal, sino renegar de una vida ficticia que te obligan a llevar para pagar facturas. Eso es tan cuesta arriba como la escalera que tiene que subir el pretendido loco de Laforet. Nos dejará la renta mínima en la cabaña?
ResponderEliminarCreo que será en el otoño cuando comencemos a responder a esas preguntas que planteas. No pinta demasiado optimista, en el sentido de que desaparezcan las necesidades de esa vida ficticia.
EliminarAbrazos.
Ignacio
Sí que es curiosa la expresión "garras de la beneficencia" y más si se publicó en los años que comentas.
ResponderEliminarTienes tu parte de razón, según creo, pues habría que evitar la sensación de inutilidad que produce en quien lo recibe una solución de ese tipo.
Saludos.
Tal vez, pensar en actividades colaborativas.
EliminarNo sé. Nada fácil.
Saludos.