«Demasiados elementos llamativos en el título», dirá quien esto lea, «narcisos, violetas y luna llena». Pero así sucede en esta época, y aun podríamos añadir: primavera, lluvia, rocío…, que dejamos para otras ocasiones. Si nombramos a los narcisos, ya se sabe que no podemos descuidarnos, pues su estancia en nuestros campos no se prolonga demasiado. Con las violetas es distinto, llegan hasta los meses de canícula. Y la luna llena viene con las pascuas.
Hay, además, ahora otra flor ‒la vinca major o hierba doncella‒ que nos lleva a confusión con las violetas, pues nace medio oculta entre el follaje rastrero de esta planta. Así sucede en uno de los arriates del paseo de la Isla (aquí en Burgos) y, por ello, solemos dedicarle una entrada estacional cada año. Los cinco pétalos de esta flor se regalan para ofrecer amistad duradera, señalando además que es sentida la ausencia de la persona querida cuando esta se produce. Hay zonas en las que se recubren los pies del altar con vinca al ir a celebrarse bodas. Lo que no conviene es consumir sus hojas, pues son tóxicas. (Una de sus variedades ‒vinca rosae‒ se ha utilizado para combatir leucemias y tumores, por sus alcaloides).
En cambio, las violetas podemos colocarlas en la boca, y sus pétalos, escarchados con azúcar, semejan caramelos naturales perfumados y gustosos. Se encuentra entre las flores que más nos hipnotizan, ya que el perfume que desprenden (sobre todo si las acunamos entre las manos) conecta con sensaciones antiguas en nuestro cerebro. Belleza. Intensidad. Modestia y Seducción.
Hay quien sostiene que los poderes los extraen estas flores violetas del cambiante color azul-violeta de los atardeceres primaverales. Un azar que difícilmente descubriremos.
Me gustan mucho las violetas, el jardín del pueblo estaba lleno este Sábado Santo, crecen por donde quieren, no guardan ningún orden y yo las dejo que vayan a su aire; son las primeras flores que animan el final del invierno, y sí también tenía narcisos y jacintos, pero estos sólo salen si los plantas antes... no son libres.
ResponderEliminarMe gustan las flores pequeñas y si son silvestres, más aún. Donde más lindas están, sobre un manto verde. No lucirán más bellas en un jarrón.
ResponderEliminar* la infusión de violetas con verbena, caléndula y manzana... riquísima!! Y eso del pétalo azucarado, me intriga. Habrá que probarlo :) Un beso
¡Vaya, esther, cuánta sabiduría de plantas! Además, tienes la fortuna de disfrutarlas, de cuidarlas (y de que te cuiden).
ResponderEliminarGracias, también, por tu sabiduría, Mere. Me apunto a esa infusión (aunque, imagino, que tendrá que ser de las de sobre, ¿no?).
ResponderEliminarBesos.
La Tierra nos regala su paleta de colores. Ya sea en el campo, en el monte, en las cumbres o los valles, los jardines y maceteros, por todas partes hierve la vida en pompas de policromías sin fin. Es como un semáforo que irguiese la naturaleza (hay que regular el tráfico de los flujos migratorios de las aves, para evitar trastazos)
ResponderEliminarIngeniosa visión de la vida natural, ebge, semáforo incluido.
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