No tengo país natal y, por supuesto, me alegra esta falta de raíces pues me libera de un sentimentalismo inútil.
Escribe
Ödön von Horváth (1901-1938), autor de una interesante producción literaria. De
Viena había viajado a Budapest, Praga, Teplitz-Schönau, Milán, Zúrich,
Bruselas, Amsterdam y París con el objetivo de continuar hasta Estados Unidos y
salvar así la vida, pues estamos en 1938 y el nazismo persigue a los judíos.
Parece mentira pero es así. Uno de los personajes de la obra de Horváth Juventud sin Dios (1937) muere por una rama. Y
a este autor tan dado a los presentimientos, a las premoniciones, le da un
vuelco el corazón al encontrarse una tormenta en la mañana del 1 de junio y enterarse
de que uno de los rayos cae en la cúpula del Pantheón. Por la tarde, mientras
camina por los Campos Elíseos, se cobija, al igual que otros siete transeúntes,
debajo de un castaño… que atrae un rayo y él, que mide más de metro noventa,
cae fulminado, tal vez comprendiendo que le estaba destinado.
En
sus bolsillos se encuentra un poema, dos páginas de una novela por escribir y
algunas fotografías de mujeres de la mala
vida. En su habitación de hotel –l’Univers, refugio de inmigrados– quedaba el
manuscrito de Adiós Europa y dos
vasos de vino vacíos.
Afirmaba
que la conciencia es la auténtica censura de que disponemos, de la que nunca
deberíamos de desprendernos.
Horváth tenía la suerte y la desgracia unidas.
ResponderEliminarTienes razón, Anónimo, la vida en estado puro.
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