Me
sorprendo ante el bienestar que me inunda al mirar la fotografía de una portada
gótica en el periódico, la de la iglesia de San Juan de Aranda de Duero. Son ojivas puras,
sin aditamentos geométricos o de figuras, ornamentadas únicamente con su
sencillez, abocinadas con naturalidad –una junto a la otra, hacia adentro y
hacia fuera, cerrando y abriendo el espacio–, a la vista diaria de quien camine
la calle, sin pudor. Me recuesto en la silla de la cafetería y atiendo la suave
y cierta corriente que camina mi cuerpo y la satisfacción que se aloja en no sé
qué lugar de adentro.
Hace
un tiempo escuché que, de bebés, nos atrae más el rostro de nuestra madre si es
bello. Y que las madres tienden a ser más solícitas con sus bebés cuando son
hermosos que cuando son menos agraciados. (Nos referimos, lógicamente, a las
apariencias externas, pues no es cuestión aquí de entrar en lo que es o no es
la belleza). Según el programa donde hablaban de ello –en la televisión
pública–, se habían hecho pruebas que así lo confirman, lo cual explicaban
diciendo que es una tendencia instintiva ancestral de los tiempos primigenios
en los que la supervivencia se ligaba a la alimentación de los más fuertes.
Parece,
pues, que el compasivo amor tiene tarea extra.
Así es, las cosas bellas nos despiertan un inusitado interés. Lo bello nos motiva y nos arrastra consigo. A buen seguro, un instinto primario: lo bello es sano y sobrevive. Y además... no somos de piedra :)
ResponderEliminarQué bonita entrada, Ignacio. Un beso
Gracias, Mere. La verdad que hay temporadas en que encontramos demasiadas razones para la tristeza. Entonces, aun sin que le veamos sentido, resulta conveniente dejar abierta una ventana a la belleza.
EliminarBesos a ti y Feliz Noche.
Indudablemente lo bello atrae, la clave está en sentar cátedra sobre la belleza.
ResponderEliminarVaya, todo son facilidades para las personas hermosas. Pero el chollo dura poco. A cada cual la vida le va colocando en su sitio.
ResponderEliminarQué hermosa y oportuna foto.