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jueves, 4 de abril de 2013

Norte y Sur en la vida de Victoria Ocampo

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Su olor era delicioso, no el de la gente que usa perfume, sino el de los bebés limpitos que huelen a jabón, a talco. Yo [niña] la miraba con la mayor discreción posible, temerosa de importunarla y de aburrirla. ¿Cómo podía interesarle a ella una chica como yo? ¿Cómo hubiera podido tomarme en cuenta? Yo hubiera querido decirle: «No sabés lo linda que sos. Sos lo más lindo que he visto en el mundo».
Paseo con la Bibliotecaria comprobando la crecida del Arlanzón en su caminar por Burgos estos días de lluvias abundantes que desbordan las riveras (y no puedo dejar de añorar el Tormes de Salamanca). La vista del agua extendida en el suelo proporciona una entidad distinta a nuestros cuerpos. Los emociona.

Apoyado sobre el pretil de piedra, entornando levemente los ojos ante el reflejo que sube, le hablo de la abundancia y belleza que hay en la vida de Victoria Ocampo Aguirre (1890-1979), argentina, hermana de Silvina (1906-1993), escritoras emparentadas con familias de abolengo y riqueza, hacedoras de la nación americana en su independencia de España en 1810. Ella es la inspiradora e impulsora de Sur, una de las revistas literarias de raigambre en las letras en español, iniciada en 1931 y llegada hasta 1992 (número 371), incluida su persecución por el peronismo (que encarcela a Victoria en un instituto para prostitutas). A criarla dedica notable parte de sus caudales intelectuales y monetarios, fundiendo y confundiéndose –en su caso– historia personal y revista. «Pues una de las cosas que más he admirado es la cosa escrita». Es sueño y, viviéndolo, «traté de justificar mi vida. Casi diría de hacérmela perdonar».

En sus escritos, Victoria muestra las condiciones exigidas por Mallarmé para la poesía y por Huxley para el arte. El primero asegura que la poesía no se escribe con ideas, sino con palabras. El segundo, que no es suficiente contar con sinceridad, conocimientos, voluntad o perseverancia, sino que es necesario, además, el talento. Nos lo demuestra suficientemente en su Autobiografía, terminada (para nuestro desespero) en 1953, a modo de confesión que pretende ser verídica y que proclama una fe. Desde el nido, jugando en amplios patios, tías-abuelos-primos-hermanas, criados, mucamas, clases de idiomas y solfeo, lecturas en francés e inglés, música de Chopen… Solapada, aparece –¿cómo no?– la Injusticia.
Seis tomos de exquisito paladar, reeditados en tres volúmenes por la Fundación que lleva su nombre a partir de 2005.