lunes, 13 de abril de 2009

Filibusteros. Cofradía de los Hermanos de la Costa


Sobre piratas, corsarios/as, bucaneras/os, filibusteros/as sabemos mucho en las bibliotecas. Las/os conocemos de todo tipo. Pero los/as hubo que no pisaban estos recintos.
Vrij boutier, ‘el que va a capturar botín’, en holandés, pasará a ser freebooter en inglés, filibustier en francés y, en español, filibustero (según parece). Expresiones y palabras todas ellas que asociamos con el nombre más común de piratas o, lo que es lo mismo, personas fuera de la ley que asaltan barcos y constituyen un peligro para el comercio. Hoy en día seguimos utilizando este lenguaje, con sus connotaciones correspondientes (esos desalmados que secuestran nuestros pesqueros y petroleros, y piden indemnizaciones millonarias), e identificamos así a los piratas de Somalia, a quienes asaltan brutalmente a la gente que escapa de conflictos por mar (caso de Vietnam, por ejemplo) y a quienes no pasan por la esgae.
Por lo general, la literatura y el cine nos asaetean con obras que muestran su modo despiadado y primario de desenvolverse. ¿Fue siempre así? El mar es un elemento de libertad. Entre 1620 y 1700 se produjo una experiencia singular: la de la Cofradía de los Hermanos de la Costa, con sede en isla de Tortuga, en el Caribe. Desde años antes iban parando en La Española (Santo Domingo) diversas gentes: aventureros, esclavos perseguidos, presos fugados, etc., que se convirtieron en bucaneros, elaboradores de bucan, carne ahumada al estilo del pueblo autóctono arawak, con la que comerciaban con los barcos en travesía. Al ser asediados por España para hacerse con esta actividad (que abastecía a contrabandistas), se retiraron a Tortuga, en donde establecieron su peculiar modo de vida. Eran los filibusteros.
No tenemos documentos escritos de ello, pero han quedado numerosas referencias sobre su organización en la tradición oral. No se primaban los prejuicios de nacionalidad o religión; el trato era entre hermanos. Tampoco existía la propiedad privada de la tierra o de los barcos; la participación en expediciones era voluntaria. En casos de contingencia bélica, se elige por votación a un gobernador, el cual deja de serlo al finalizar el conflicto. Un Consejo de Ancianos vela por mantener este espíritu libertario, en especial haciendo que quien ingrese pase por una época de adaptación –matelotage–, durante la cual puede ser expulsado. Quien se retiraba de esta vida no era perseguido. No se admitían mujeres europeas (blancas); las mujeres negras y autóctonas formaban pareja, sin legalizar, en la que se podía pedir la ruptura de la unión si había maltrato.
La experiencia terminó, pasando algunos al contrabando, otros a la piratería y otros a corsarios (con patente de corso para atacar, bajo la protección de un Estado).

Sobre ello nos habla el libro de Bernardo Fuster, Los Hermanos de la Costa. Piratería libertaria, Madrid, Editorial Garage, 2008.

2 comentarios:

  1. Esta entrada está muy bien "capitán lavela" tanto tiempo navegando, está claro que le ha hecho un gran sabio marino... ese matiz entre corsario, bucanero, filibustero, me ha encantado.
    El libro parece que promete. Gracias

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  2. No se si me gustará tanto el texto de Bernardo Fuster, como el buen resumen da Lavela.
    Tienes que llevarnos de travesía a hacerles una visita.

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