Hoy me he encontrado con ellas por vez primera en este año. Atravesaba el río por el puente medieval Malatos, me he asomado al balcón del pretil y ¡helas ahí!, tan cercanas, sin chocarse, rozando el agua algo espumosa –en pleamar lluviosa−, elevándose, bajando, abriendo la cola de salteadas dovelas blancas, resbalando las gotas de lluvia en el lomo, sin sombras, mirándose en la corriente porque el júbilo tiene ojos verdes. Ahí he permanecido durante minutos, saludando su vuelo y su presencia, mientras sucedía el cambio: mi invierno ha terminado.
Estas aves –golondrinas parlanchinas− me resultan tan sugestivas y atrayentes como los textos de Carmen Conde (1907-1996), mujer tan de vuelo (He venido a quererte, a que me digas tus palabras de mar y de palmeras); especialmente el poema en prosa El arcángel, con el que estos días camino: Llegó a mi noche y la removió con sus alas espesas. Entonces quedó partida en dos: una suya y otra desvelada. Estos ojos por los que nunca cruzaron mejores pájaros, se abrieron para coger su figura; pero él no estaba fuera de la vigilia; así que los cerré –viéndole- en un resplandor que olía a hierba soleada. […] Si durante el día vivo sonámbula, si desacierto, si la violencia del desacomodo mío os hiere, sabed por quién es todo: yo vivo la noche sin sueño del diálogo con el Arcángel.
¿Qué es?[La fotografía primera es de Monkiewicz]