lunes, 20 de mayo de 2013

Cerezas (zarcillos en la revolución)


Con la Encarna convenía llevarse bien. Aparte de otras consideraciones (en las que ahora no es momento de deternerse), era una de las pocas chicas de la escuela que podía permitirse comer fruta todos los días y, dentro de ello, cerezas cuando llegaba la temporada. Las traía en su cesta de lápices o las sacaba enredadas en sus dedos para la merienda. En cualquier caso –dada su generosidad–, te cambiaba dos racimos del preciado fruto por un buen puesto en los bancos del cine el domingo o por un trozo de pan con vino y azúcar (pues su madre decía que el alcohol era un atraso para las criaturas [sin que alcanzáramos a calibrar el alcance de aquello por entonces]). El asunto es que, una vez conseguidas, nos poníamos los zarcillos de cerezas y caminábamos con orgullo ante nuestro público, levantando olas de envidia, por lo que había que estar ojo avizor ante tanto depredador.

Y aquí, en esta calleja adoquinada, compro un bozo de cerezas para la Bibliotecaria que lavamos en el caño de la esquina. Nos colgamos nuestros rojos pendientes y caminamos mientras le recito de memoria –¡tanto me apasiona!– aquella letra que escribió Jean-Baptiste Climent (la que musicó Antoine Renard en 1866) y que parece que la cantó un soldado a una enfermera asesinada en la mañana del último día de la Comuna deParís (1871) en la barricada de la calle Fonteneauroi:

Cuando estemos en el tiempo de las cerezas
el alegre ruiseñor y el mirlo burlón estarán de fiesta.
Mujeres hermosas tendrán la locura en la cabeza
y los enamorados, sol en el corazón.
Cuando cantemos en el tiempo de las cerezas
silbará aún mejor el mirlo burlón.
Pero es muy corto el tiempo de las cerezas
cuando vamos los dos a cortar soñando
pendientes para las orejas…
Cerezas de amor iguales que rosas
que caen bajo el follaje como gotas de sangre…
Pero es muy corto el tiempo de las cerezas,
pendientes de coral que se cortan soñando.
Cuando estemos en el tiempo de las cerezas,
si acaso tememos las penas de amor,
evitemos a las hermosas mujeres.
Yo, que no les temo a los grandes dolores,
no viviré ya un día sin sufrir…
En el tiempo de las cerezas,
vosotros también penaréis de amor.
Por siempre amaré el tiempo de las cerezas.
Es de ese tiempo del que guardo en el corazón
una herida abierta.
Y aunque se me ofreciera la dama Fortuna,
no podría jamás calmar mi dolor.
Por siempre amaré el tiempo de las cerezas,
y el recuerdo que guardo en el corazón.

6 comentarios:

  1. Las cerezas poseen ese color tan intenso... En verdad no sé que tienen pero no imagino regalo más lindo que una cesta o un pedazo de papel de periódico y dentro un puñado de cerezas.
    Hay un restaurante en Paris llamado "Le temps des Cerises" en Marais, lo leí en un libro y desde entonces sueño con ir algún día :) Bss

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    1. Todo viene de ahí en esa expresión. Te imagino disfrutando de lo lindo en ese restaurante, al que es seguro que llegarás, pidiendo un puñado de cerezas.

      Besos a ti.

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  2. Con tanta pedrada y fríos a destiempo, va a ser que la cereza se ponga para capricho, y entonces bien se reirá el mirlo que las alcanzará en la copa de balde antes que nosotros.
    Todo tiempo tiene su significante (la cereza, la espiga, la mora, la flor de otoño, el acebo...). Es bonito poner un icono vivo de recuerdo, por más que sea doloroso. Eso que saldremos ganando. Hombre, también podemos poner el icono sin recuerdo, porque sí.

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    1. Es el simbolismo de la lengua, de algunas palabras. Después, habrá quien necesite renegar de ellas cuando escriba queriendo innovar. Pero (casi) todo es nuevo y viejo. La oportunidad de cada día y su calor conocido.

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  3. ¿quién no se ha puesto alguna vez unas cerezas de pendientes? que historia tan romántica y trágica, apropiada para el s. XIX.

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    1. Es verdad, Esther, no podríamos imaginarnos sin unas cerezas de pendientes.

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