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martes, 15 de septiembre de 2015

Para Isabel. Un mandala

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Mis amistades saben que regalarme un libro es un pequeño fastidio y, aun así, lo hacen. No abro el cuidado envoltorio casero en el momento ni le quito, en su caso, la etiqueta de la librería con el espero que te guste. Lo dejo tal cual y lo aparto al borde de la mesa hasta que nos levantamos, después de conversar animadamente, y me llevo intacto el escondido don. Tengo en casa cuatro puntos cardinales en los que voy dejando las liberalidades. Allí permanecen durante meses y, sin preocupación, pueden cumplir el año. Eso sí, cuando les llega el turno y los leo, hablo cumplidamente con quien me lo traído.
Hace unos días cogí el envoltorio que había en el Norte. Es Para Isabel. Un mandala, de Antonio Tabucchi (1943-2012). Me lo regaló Alejandra en los idus de marzo. Lo recuerdo perfectamente. No tiene dedicatoria. Sí un pétalo de rosa púrpura en la página 62.
Sus páginas elaboran los nueve círculos de la milenaria figura, desde Evocación a Regreso –pasando por Orientación, Absorción, Reintegración, Imagen, Comunicación, Temporalidad y Dilatación–, en los que se construye la representación de una realidad. Isabel, desaparecida, atrae a Tadeus (el de los cien nombres), sumergiéndolo en una búsqueda viajera, en la que se encuentra con un determinado personaje en cada uno de los espacios circulares: la niñera de la infancia, el grupo de la resistencia a la dictadura, el carcelero, el fotógrafo, el cura, Magda, el poeta… caminando hacia el centro, el lugar donde desaparecen los caminos, el lugar donde podemos ser.
Isabel no lleva anillos. La luz rodea sus dedos, dejando las sombras en el décimo. Sus manos transmiten presencias en los breves instantes que se dan. Después, se escucha la Sonata de los adioses de Beethoven. El violín con Les adieux, l’absence, le retour.

P. D.: Resulta díficil coprender que haya tanta gente clamando porque le aten más corto.