lunes, 8 de febrero de 2010

Julia, el alma y los libros

Con regularidad me acerco a ver a Julia. Me abre la puerta su padre, un hombre afable que se ha hecho cargo de su hija y ha sacado adelante a sus dos nietas, el cual aprovecha para tomarse el día libre. Julia está enferma del alma. ¿Por qué? ¡Quién lo sabe! Tal vez porque la sociedad que ha encontrado no es la que soñaba. Tal vez porque una parte de su cerebro ha decidido aguarle la fiesta. Tal vez porque algún gen antepasado ha tenido la peregrina idea de elegirla como heredera de la melancolía familiar. Salimos a comprar y, así, podemos pasear un poco –«que le dé el aire», me digo–, aunque no le gusta estar mucho por la calle. Apenas hablamos, pero el silencio nos es problema. Después de comer, una cabezada y, a la tarde, leemos en voz alta. Al igual que lo hacíamos cuando vivíamos los seis. Todo en común, sin cuotas sin tareas. Cocinábamos, limpiábamos, acudíamos a las asambleas, empuñábamos el spray por las noches, increpábamos a la especulación a la política al privilegio, trasnochábamos, íbamos al campo a tomar el sol asar setas y sardinas cocinar paellas, redactábamos manifiestos, declamábamos poemas…

De entonces, Julia conserva las mangas dadas de los jerseys para esconder las manos, los pómulos graciosos y el sentarse en cuclillas en el sofá. Y así se pone ahora, de espaldas a la luz. Yo me siento en la mecedora de la mesa camilla, junto a la ventana. Abro el libro. «¿Sabes que han sacado un volumen de memorias de Oriana Fallaci?» Por un instante creo ver una chispa en sus ojos; después vuelve la ausencia. Así que me adentro en Un sombrero lleno de cerezas «―Amigos míos, nadie escapa a su destino […] ¿Algo más? Ah, sí: la fe en Dios, saber leer y escribir. Los preciosos alimentos de la mente y del alma, las riquezas espirituales que deberían compensar las penas del cuerpo [...] ¡Mientras como ovejas nos comportemos, justo será que haya / un hatajo de rufianes que leyes no deje de decretar!».

Vuelve Aurora, la hija menor de Julia, y preparamos la cena. En el largo trayecto de vuelta a casa, me abandono a las sensaciones del día y reparo en el escaso poder de las palabras.

5 comentarios:

  1. Complicado, muy complicado esto del alma, será verdad que existe?

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  2. Tiene que ser muy duro tener una persona con problemas de "alma" en casa, tengo una pregunta y ese mal le vino de repente???

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  3. ¿Que si le vino de repente? Bueno se le manifestó bastante deprisa, aunque antes había tenido alguna temporada de decaimiento. Ya en esas épocas, leía casi siempre Madame Bovary.

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  4. El alma se puede romper en cachitos, destrozada saltar algún trozo y perderse vayaustedasaberdonde... recomponer el alma es un triunfo, un don que se concede de vez en cuando a algunos hombres suertudos... conozco algunos, conozco algunas. :)

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  5. es triste que algun@s se nos pierdan en sus mentes y nos dejen algo abandonados a nuestros destinos sin sus compañías...

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