Subir escaleras, bajarlas, se nos antoja una actividad cotidiana. Es un gesto al que no le hallamos −en su repetición− valor simbólico alguno, cuando en realidad, si bien miramos, tiene la cualidad de transportarnos de un nivel a otro. Puede adentrarnos o expulsarnos. Llevarnos a la alegría. Traernos a la tristeza. Es la forma en que se construyen algunos poemas. En escalera, con malperlán, ofreciendo la nariz de madera para que el pie se pose con suavidad en cada peldaño. Impulsándonos hacia el necesario descansillo.
Miremos, pues, el inicio de este Destino, de David Fraguas:
Imaginad un barco anclado en la bahía de San Francisco. /
Un lejano anochecer del lejano otoño de 1916. /
Un barco que cruzó las aguas del mar de China. /
Un barco que trajo a Norteamérica un rosario de jade y un grabado de la terraza Fenghuang. /
Imaginad la terraza Fenghuang: las hojas plateadas de los sauces, el viento impetuoso que las lleva hasta los ríos solitarios. /
Preguntad a Li Bai, amante de las garzas blancas, por los sauces y por los ríos solitarios. /
Preguntadle cuándo comenzó a añorar la decadencia de la juventud. /
Cómo llegó a ser un polizón en aquel barco de emigrantes y vendedores de especias. /
Un íntimo polizón de lo cotidiano −indigno ermitaño del loto verde.
[…]
[Podemos seguir leyéndolo en La importancia de las horas, Madrid, Devenir, 2008].
Subir, bajar escaleras..., como abrir puertas y pasar al otro lado, cerrarlas, y dejar aquel espacio en algún rincón de la memoria.
ResponderEliminarSaludos.
Subir escaleras es bonito siempre, lo difícil es bajarlas.
ResponderEliminarAsí son los versos del poema, Elena.
ResponderEliminarSaludos
Ya, Ayla, sobre todo subir a ciertos siti(ales). Nos hay quien los baje.
ResponderEliminarEmpieza en San Francisco y acabamos de polizón. Parece, este poema, unas escaleras que suben para abajo, a la sentina de los sueños de los que se hacen polizones.
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