En esta temporada, asomado al balcón, coincido a veces con el vecino. Hablamos de la situación de los meses anteriores ─él tiene una cuñada, hermana de la mujer, y un cuñado que han fallecido─, y de lo que seguramente nos viene. Enfrente, las golondrinas (más bien, vencejos) vuelan con la rapidez acostumbrada, se introducen en los huecos de la pared de piedra de la iglesia, en la que tienen los nidos, y vuelven al espacio, describiendo un semicírculo hacia el suelo que completan calle arriba. «Esas sí que son seres de valía», dice, «nosotros no tenemos ni la mitad de su gracia». Animales que hablan de nuestra finitud.
Le podría hablar de la poesía de Antonio Crespo Massieu (1951), aunque no lo hago. Incluso, podría leerle
De los pájaros
Tanto que aprender.
Su vuelo imprevisto,
el canto necesario,
la suspensión del tiempo,
su oculta presencia en lo alto,
la vida a saltos,
el insólito equilibrio,
lo mínimo en la altura,
el temblor suspendido,
la paciencia, la espera,
lo inquieto, la escucha,
el silbo y la respuesta,
la huida, dejar la voz,
escapar siempre,
la libertad del canto,
el vuelo,
dejar la música
y se sombra.
Ojos abiertos al silencio,
a la escucha del tiempo,
tanto vuelo
y tanto canto.
Yo no sé dónde cantan,
dónde,
dónde los pájaros.
(Con ese yo no sé dónde tan juanramoniano de los pájaros).
Salud