Involucrado en proyectos de
refugiados, profesor en la cárcel de Rebibbia, en Roma, el autor se vale de asuntos que
conoce para tramar su libro, que basa en los 7 años en que estudia en el
colegio marista (privado) hasta el inicio de la juventud, muchos de cuyos
personajes los recupera en la época en que escribe pasada la cincuentena
–finaliza la obra en 2015–. Aunque, según él, «nueve de cada diez líneas de La escuela católica proceden de una
aportación externa […] si devolviera lo que no me pertenece, me quedaría sin
nada». No le preocupa ello demasiado: «ni sufro ni me avergüenzo por haber
causado vergüenza y sufrimiento al tratar asuntos personales, salvo que el
resultado sea juzgado mediocre».
martes, 28 de septiembre de 2021
La escuela católica (Albinati)
He picoteado algo en este
mes de septiembre –La perra, de la
chilena Pilar Quintana, una narración desoladora; Devoraluces, relatos de Ángel Olgoso, tan literarios; poemas de
Jesús Aller, en su anarquismo budista; Hamnet
de Maggie O’Farrel, de argumento descuidado–, pero principalmente lo he
dedicado a la lectura de La educación
católica del romano Edoardo Albinati (1956). Nada de extrañar este afán,
pues el libro cuenta con 1282 páginas de nutrido texto en un cuerpo de letra
más bien pequeño. Periodista, escritor y guionista, el autor se entrega a la
elaboración de una(s) historia(s) tan en boga en la literatura actual, en la
que mezcla hechos reales (biográficos) e imaginación –faena que, por otra parte,
siempre se ha cultivado.
Un intento de comprender
el mundo, a cuya lectura puedes abandonarte durante unas semanas.
«Es guay ser rico e
imprudente», escribe para señalar ese aura de superioridad con la que cuenta la
gente privilegiada, que, sobre todo, en la juventud, está convencida de que sus
actos no les pasan la factura de las consecuencias que tienen para el resto de
los mortales. Y se da el caso de que algunos excompañeros de colegio se ven
implicados en sucesos luctuosos ocurridos en los años ochenta en el tranquilo barrio
de Trieste, el suyo.
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No he leído nada de este autor, pero parece que tiene fuste.
ResponderEliminarEn fin, los relatos actuales ya se olvidan de la fantasía.
Saludos
Ya, Anónimo, echaremos de menos los novelones del XIX.
EliminarSaludos
Hola Ignacio, tomo nota ya que pienso que me gustará. Gracias.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues me alegro, Conchi, de que pueda ser así.
EliminarAbrazos