Hacía unos años que leí Jacob von Guten, tal vez su novela más
conocida, y me agradaba leer de nuevo los diálogos convertidos en monólogos, e
incluso los soliloquios, de una, dos o casi tres páginas en los que los
personajes muestran su «extraño y fascinante espejo de la vida» (tal como
dijera en su momento el poeta Chistian Morgenstern, que se convertiría a la
postre en editor de estas novelas).
Experimento con su lectura
sensaciones singulares. Sentir que estás con personajes fuera de este mundo
–virtuales– y, poco después, con alguien que te transmite alguna de las
realidades profundas de la existencia. En todo caso, figuras que no tienen
inconveniente en mirar las motivaciones por las que actúan, sean o no
contradictorias, y en expresarlas a quienes conviven con ellas. Singularidades
que llevan a cada protagonista a que su vida transcurra en soledad, con estrechas
conexiones temporales, porque no hay otra manera de hacerlo.
En la novela alterna con su hermana –era el séptimo de ocho hermanos– Lisa, maestra; su hermano Karl, artista de cierto renombre; el viaje que realizó a pie desde Stuttgart a Zúrich; y los oficios subalternos amanuenses en los que trabajó desde que tuvo que dejar los estudios a los 14 años, poco antes de que muriera su madre enferma, a la que le unía un vínculo especial, casi simbiótico.
Entiendo que sea apetecible leer una novela de hace cien años. ¡Con lo que nos bombardean!
ResponderEliminarSaludos
Ya, Anónimo, la verdad es que con las ferias del libro quedamos con hartura de las promociones editoriales.
EliminarSaludos
Desconocía a este autor pero me parece muy interesante leerlo Ignacio. Gracias.
ResponderEliminarUn abrazo.
Espero que te agrade si lo lees. Desde luego, es peculiar, Conchi.
EliminarAbrazos