A mis compañeras burgostecarias
Saludamos a quienes nos visitan, con motivo de esta anotación que hace la número mil de la bitácora. Y, con especial énfasis, a quienes comentan.
Llegan hasta este asiento
guerras desde varios frentes en estos días en que los prados se llenan de margaritas y las garzas aparecen por el Arlanzón. Ni que decir tiene que las noticias diarias nos
informan de los conflictos armados actuales. Pero, además, esta tendencia a la
lectura que nos acompaña hace que hurguemos en la mesa de novedades y en las estanterías,
con lo que han coincidido, al azar, en la mochila esta semana dos libros semejantes. El
burgalés (nacido en Campolara en 1951) Rodolfo Hoyuelos (afincado en Barcelona
desde 1971) recupera el Dietario de
la Biblioteca Popular Pere Vila, escrito por la bibliotecaria Concepción Múnera
entre 1933 y 1943 en Bombardeo, poca
gente (Stendhal Books, 2015). En él anota con no poca sensibilidad el día a
día de la biblioteca en la que trabaja durante los convulsos años de la
revolución y la guerra civil, más los primeros años de la dura época
franquista.
El 20 de agosto de 1938
escribe: «Després de bastant temps, avui ha tornat a la Biblioteca un lector.
Quan va deixar de venir era un nen. Avui,
si bé no és nen, tampoc és home. Tot el seu cos fort i bonic, encara va
creixent. Al entrar feia la cara de sempre.
Mig rient, ha anat en busca dels seus llibres preferits, però jo he sentit un
soroll [ruido] estrany, com d’alguna cosa que s’arrossegués… portava una cama [pierna]
de fusta».
El 5 de abril de 1940: «No
pudiendo recuperar los libros dejados en tiempos de guerra, hemos acordado
hacer pasar a un hombre por los respectivos domicilios».
El 14 de febrero de 1941:
«Ha venido el capellán de la prisión del Pueblo Nuevo; y nos ha pedido los Autos Sacramentales de Calderón para
hacerlos representar en dicho establecimiento. A pesar de no tener aún
establecido el préstamo, se los hemos dejado».
El autor, R. Hoyuelos,
construye un relato (o cuento) sobre cada una de estas entradas, que el tiempo
vuelve impagables. Él se muestra agradecido a cuantas personas le han facilitado estos
textos primarios. Y recuerda a su madre, que le contó los primeros cuentos y le
enseñó a leer cuando era un mequetrefe enfermo recluido en la cocina de la casa
que tenían en Silos; y a su padre, que le dejó en herencia unas cuantas
palabras antiguas.
Ya no da espacio la
anotación para Julius Fucík y su Reportaje
al pie de la horca, escrito en la cárcel checa de Plötzsensee entre 1942 y
1943 antes de que la Gestapo lo llevara a la muerte. Pero también le saludamos.