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miércoles, 2 de marzo de 2016

Guerras en el papel de las Bibliotecas (1.000 anotaciones)

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A mis compañeras burgostecarias

Saludamos a quienes nos visitan, con motivo de esta anotación que hace la número mil de la bitácora. Y, con especial énfasis, a quienes comentan.

Llegan hasta este asiento guerras desde varios frentes en estos días en que los prados se llenan de margaritas y las garzas aparecen por el Arlanzón. Ni que decir tiene que las noticias diarias nos informan de los conflictos armados actuales. Pero, además, esta tendencia a la lectura que nos acompaña hace que hurguemos en la mesa de novedades y en las estanterías, con lo que han coincidido, al azar, en la mochila esta semana dos libros semejantes. El burgalés (nacido en Campolara en 1951) Rodolfo Hoyuelos (afincado en Barcelona desde 1971) recupera el Dietario de la Biblioteca Popular Pere Vila, escrito por la bibliotecaria Concepción Múnera entre 1933 y 1943 en Bombardeo, poca gente (Stendhal Books, 2015). En él anota con no poca sensibilidad el día a día de la biblioteca en la que trabaja durante los convulsos años de la revolución y la guerra civil, más los primeros años de la dura época franquista.
El 20 de agosto de 1938 escribe: «Després de bastant temps, avui ha tornat a la Biblioteca un lector. Quan va deixar de venir era un nen. Avui,  si bé no és nen, tampoc és home. Tot el seu cos fort i bonic, encara va creixent. Al entrar feia  la cara de sempre. Mig rient, ha anat en busca dels seus llibres preferits, però jo he sentit un soroll [ruido] estrany, com d’alguna cosa que s’arrossegués… portava una cama [pierna] de fusta».
El 5 de abril de 1940: «No pudiendo recuperar los libros dejados en tiempos de guerra, hemos acordado hacer pasar a un hombre por los respectivos domicilios».
El 14 de febrero de 1941: «Ha venido el capellán de la prisión del Pueblo Nuevo; y nos ha pedido los Autos Sacramentales de Calderón para hacerlos representar en dicho establecimiento. A pesar de no tener aún establecido el préstamo, se los hemos dejado».
El autor, R. Hoyuelos, construye un relato (o cuento) sobre cada una de estas entradas, que el tiempo vuelve impagables. Él se muestra agradecido a cuantas personas le han facilitado estos textos primarios. Y recuerda a su madre, que le contó los primeros cuentos y le enseñó a leer cuando era un mequetrefe enfermo recluido en la cocina de la casa que tenían en Silos; y a su padre, que le dejó en herencia unas cuantas palabras antiguas.

Ya no da espacio la anotación para Julius Fucík y su Reportaje al pie de la horca, escrito en la cárcel checa de Plötzsensee entre 1942 y 1943 antes de que la Gestapo lo llevara a la muerte. Pero también le saludamos.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Cumpleaños. Visor

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Tenemos la costumbre de preguntarle, a veces, a Leonor qué es lo que expresa un determinado poema. «¿Qué quieres que te diga? Si yo veo lo mismo que tú». «No sé, lo que creas que sugiere, un mensaje, algo…». Con toda su paciencia se lo lee despacio y comienza a destacar imágenes, significados coincidentes, sensaciones… En fin, que te haces una ligera idea de lo que antes te resultaba un todo caótico. «Pero no hagas mucho caso a lo que digo. El poema dice lo que está escrito, no lo que yo interpreto».
Leonor fue la que me habló hace años de Visor, prestándome El vuelo de la celebración, de Claudio Rodríguez, e Insistencias en Luzbel, de Francisco Brines. Poetas a los que no conocía de nada y que pronto se me hicieron familiares. Les siguieron Ex libris, de María Victoria Atencia, y El ojo de la mujer, de Gioconda Belli. Para agradecer a Leonor toda su maestría, le he regalado La reparación de la poesía, de Seamus Heaney (esta de la editorial Vaso Roto, colección Fisuras, pero es que me fascina este autor son su sencillez).
Anunciamos en el título que alguien está de cumpleaños. Es la Colección Visor, que tiene ahora 900 títulos en sus 46 años de existencia. Lo que comenzara en 1969 con Una temporada en el infierno, de Rimbaud, se ha extendido hoja por hoja hasta alcanzar esas obras. La que lleva el número 900 es Ojo a Visor, libro homenaje a Chus Visor, el impulsor de la editorial (coordinado por su mujer, Irene García Chacón), que incluyen algún pequeño estudio de la empresa y 75 contribuciones de gente dedicada a la literatura, con tratos editoriales, que homenajean a este hombre tenaz.
Al placer recobrado de escuchar el sonido de la lluvia
tras la larga sequía sofocante,
¿cuál otro se le iguala?
Está el aire más cierto, más desnuda la tierra,
y su olor te regresa al hueco sosegado
donde el tiempo ‒tu tiempo‒ se origina.

(dice José Antonio Mesa Turé en Alfiler y mariposa).
[Ilustración de Mareg Lamgowski].

lunes, 4 de mayo de 2009

Antonio Pereira González. Los cuentos y la muerte

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Este lunes hablaremos, por ser de la tierra, de un escritor que ha muerto recientemente. Buena parte de su vida la vivió en el desierto de la Dictadura.

Antonio Pereira González nace en Villafranca del Bierzo (León) el 13 de junio 1923 y muere en León el 25 de abril de 2009 (los caballeros castellanos van a morir a la capital). Buena parte de su obra ha quedado esparcida desde temprana edad en periódicos y revistas, pero hemos tenido la fortuna de que desde 1967 ya se publicaran sus libros de cuentos (Una ventana a la carretera), lo que ha llegado hasta 2006 (Cuentos del noroeste mágico). Entre sus antologías podemos hablar de Me gusta contar (Taller de Mario Muchnik, 1999). También echó su cuarto de espadas con la novela.

Gustaba de contar cuentos en público y, precisamente, con tal actividad intervino en la película El filandón (1984). Escritor de naturalidad, se dio temprano a la poesía, por su capacidad de condensar emociones (en 1972 sale Contar y seguir, y en 2006 Meteoros, obra completa); quedando inmerso después en el cuento, por su poder sugerente, género que exige precisión de lenguaje y atención narrativa. Aquí fue logrando una gradiente complicidad con el público lector. En este menester aportaba humor e ironía (a veces con parecido burlón).

El último tramo de su vida estuvo plagado de homenajes a su figura y de invitaciones a actos culturales. En todos ellos, con su mujer Úrsula, dejaba patente su estar natural, ocurrente y campechano, que tanto atraía a la gente joven que estaba a su alrededor.

Como no podemos ponernos aquí a contar de viva voz uno de sus cuentos, nos inclinamos por dejar una de sus poesías más resultonas, el Fado de la limpiadora:

A las seis de la mañana
fregar el Banco.
Todo de mármol.
A las diez de la mañana
fregar la iglesia.
Toda de piedra.

A la siesta son los patios
de las señoras.
Todos de losas.

Al anochecer la esperan
largos pasillos.
Todos ladrillo.

Cuando se rinde en el sueño
un ángel le hace caricias
en las rodillas.

Que la tierra le sea leve.