lunes, 5 de marzo de 2012

Centenario de una inmolación (Documentos)


Buenos Aires, hace un siglo, era una ciudad de aluvión. Contaba con más de un millón de habitantes, llegados de Rusia, España, Italia… bien directamente o habiendo pasado por Uruguay, Estados Unidos, México o Brasil. Parte de esta inmigración llevaba consigo lo que hemos dado en llamar conciencia social. Sabían dónde residía su dignidad. Habitaban viviendas en alquiler y realquiler, con escasas condiciones higiénicas. Tenían, por lo general, trabajos precarios. Se asociaban para leer, dialogar, educarse en sexualidad, editar periódicos y folletos. Organizaban protestas y huelgas, pidiendo salarios suficientes, seguridad, ocho horas (o seis) de trabajo. Se solidarizaban unos sectores con otros. Y ahí sí que no. Las fuerzas vivas contaban con la policía y el ejército para proteger a los esquiroles, apresar a quienes descollaban y masacrar las manifestaciones en la vía pública.

Manuel Moscoso llega a Buenos Aires en 1911, con el fin de visitar a una pareja amiga conocida de Sao Paulo y Río de Janeiro. Él había nacido en Villa Cuevas de San Marcos (Málaga) y emigrado a Brasil, con su familia, hacia 1890. Allí se formó como linotipista y, siendo una profesión culta, dio en adquirir conciencia social (como anarquista; en casa fueron participando de su pensamiento y al nacer Aurora, su hermana pequeña, su madre ya no la bautizó). Gustaba de escribir en periódicos (A Terra Livre, O Amigo do Pobo, etc.) y leer. Decimos que viajó a Buenos Aires, donde decidió quedarse por un tiempo. Encontró trabajo en su profesión, se unió al grupo del periódico La Protesta y se instaló en casa de un joven matrimonio judío ruso, que tenía una niña. No tardaron en apasionarse Manuel y la mujer. Planearon escapar, pero ella le contó la situación al marido y, ante su reacción y el panorama que vislumbraba, ella se quitó la vida. A los pocos días, el 12 de marzo de 1912, Manuel hizo lo propio. Después de escribir la última carta a su cuñado Neno:

«Meu Caro Neno: Um fato terrível e doloroso impede que eu possa conservar por mais tempo a minha existência.
Não sei como julgarás o meu ato, passado o primeiro momento de dor e de surpresa. Não procedo como um desesperado ou incapaz de encarar a realidade das coisas, não. Estou calmo e sereno e a minha resolução é meditada e filha da convicção profunda de que não pode ser de outra maneira. Amei intensamente e fui correspondido do mesmo modo pela mulher que devia unir-se comigo brevemente e que de fato já era a minha companheira. Morreu em circunstâncias tão dolorosas e trágicas que eu não poderia esquecer [olvidar] nunca e que tornariam eternamente infeliz a minha vida. Disso estou certo. Há 9 dias que ela se matou. Tive, pois, tempo de refletir. Nela estavam todas as aspirações da minha vida. Era-me demasiado cara para poder viver sem ela!
A minha pobre mãe e minhas irmãs só terão d’ora avante o teu apoio. É uma carga demasiado pesada e agora já é definitiva...
Desculpa-me, meu bom irmão!
Adeus! Abraça por mim a Matilde e beija os teus filhinhos!»

[Viene la noticia de nuestra afición a leer libros que no están en los escaparates. Es el caso de Os companheiros (1988), de Edgar Rodrigues. El mural de los amantes es de Jorge Gay].

6 comentarios:

  1. Tremendo. Ella tuvo que estar sometida a una malla de tensiones insoportables, en cuya trabazón no fue capaz de hallar una salida que uniera vida y libertad. Y Manuel, seguramente, lo pensara.

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  2. Muy buena la costumbre de leer libros que no están en los escaparates. Es una pena que cuando sale un libro todos los usuarios lo quieren leer y pasados dos años, duerme solitario en la estantería.

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  3. Seguro, ebge, menuda lucha se entablaría en la mujer: la hija, el compañero, Manuel...

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  4. Ya Ayla, somos animales de costumbres. Es una pena que duerman tantos excelentes libros el sueño (no sé si) de los justos.

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  5. Jo que historia más dura, pero contra el amor no se puede luchar. una pena que no encontrara otra salida

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  6. Ya, Nadia, fue real como la vida misma.

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