Ahora que las golondrinas llenan de sonidos las frescas mañanas soleadas, le hablo a la Bibliotecaria de la mala racha pasada en un año no muy lejano, durante fechas en que recuerdo nítidamente que estaban presentes esos bullicios. «Ya sabes –me dice−, mirar atrás, a cuando nos acosó la vida, puede servir para provocarnos una pasajera sonrisa o para atraparnos nuevamente en su red sombría». Y por si me entraran tentaciones de lo segundo, hablamos con algún detenimiento de la esposa de Lot, convertida en estatua de sal por volver la vista. ¿Se volvió con todo el cuerpo? ¿Cómo se llamaría? Puede que añorase a alguno de esos ángeles que se vestían al uso humano para acostarse con las hijas de los hombres. O puede que añorara a alguna de las de su mismo sexo (pues, según cuenta el Génesis, encontraban gusto en relacionarse con intimidad) en aquellas ciudades del Mar Muerto.
En estas pasamos la tarde la Bibliotecaria y yo. Riéndonos ante la suposición de que pudieran quedar esculpidas en material salobre aquellas personas en las que ahora pensamos (aunque solo fuera por breves instantes). «Y no eches el gesto en saco roto –continúa ella, con cierto orgullo y preocupación−. La ninfa Eurídice murió en Tracia, el día de su boda, a causa de una mordedura de serpiente. Se había casado con Orfeo, el que acompañó a los argonautas por el Mar Negro y adormeció al dragón que custodiaba el vellocino de oro con la lira que Apolo le regalara. Si hemos de hacer caso a Virgilio (en las Geórgicas), el músico divino no podía vivir sin su amada, así que echó mano de sus artes para convencer a Caronte de que lo dejara atravesar el Estigia, y a Perséfone y Hades (una vez descendido a los infiernos) para que la dejaran marchar. Lo hicieron con la condición de que él fuera delante de Eurídice y de que no se volviera a mirarla hasta que estuvieran al sol. Pero… Orfeo dudó, volvió la vista y… Eurídice regresó a los infiernos».
Sí, ya sé. Vivió apenado, y fiel a su amor, hasta morir asesinado por las sacerdotisas de Dionisio. Su lira fue transformada en constelación. Y −se dice− que las corrientes marinas arrastraron su cabeza hasta Lesbos (cantando y cantando), a la espera del día en que se reunió con ella.
¡Esta Bibliotecaria siempre me deja temblando!
Mirar atrás, a mi siempre me gusta mirar atrás, recordar cosas pasadas, lo bueno porque se idealiza según pasa el tiempo y lo malo porque ya no se ve tan oscuro, el tiempo todo lo cura.
ResponderEliminarY qué decir lo de volver el cuello cuando vas por la calle, cuando pasa un chico guapo, alguien con vestimenta llamativa...., vamos que todos nos merecemos alguna estatua de sal.
Recordar que se ha sido feliz es una manera de ser feliz.
ResponderEliminarUn abrazo Lavela.
Vamos, que todos nos merecemos una estatua de sal. ¡Qué ocurrencia más atinada, Ayla! Resta por saber cuándo aparecerá Orfeo para rescatarnos.
ResponderEliminarSí, Elena, nos place recordar momentos felices. Decimos, entonces, que revivimos.
ResponderEliminarUn abrazo para ti.
Con lo poco que le quedaba, para fallar tan cerca del final. ¿No hubiera sido mejor inhibirse, no implicarse, no llamarse Orfeo, no amar a Euridice? Quizá debiera entonces haber sido una roca.
ResponderEliminarLos hombres nos embarcamos en empresas a las que estamos destinados. Podríamos ignorarlas, por supuesto. Pero quizá la duda sobre acometerlas o no sea retórica. La resolución es anterior.
¿Antes de nacer, ebge, existe esa resolución? Tal vez sí.
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