La Bibliotecaria se pirra por el inabarcable Ítalo Calvino, de quien está releyendo ahora sus Cuentos populares italianos (vertidos de los Fiabe italiane, de Mondadori [1993]). «¡Escucha este!», me dice. «Hoy me duelen algo los oídos», respondo, mientras acerco torpemente las manos a los costados de la cabeza, por si pudiera conseguir continuar con mi entretenimiento. Según camina hacia mí, por el modo en que acoge el libro sobre el seno, al igual que Lesbia acurrucara al gorrión –passer, deliciae meae puellae,–, sé que no tengo modo de escape. Así que me resigno a ser una víctima más del fomento de la lectura y dejo abiertas las entendederas a las sáficas palabras que bajan con el carro de Afrodita de la mano de estas avecillas.
La Bibliotecaria sabe de sobra que yo sé el cuento de El príncipe canario, por lo que después de unas breves explicaciones que nos sitúan en escena, se detiene en los párrafos que le interesan. La niña ya está presa en el castillo rodeado de espesura arbórea, adorando desde la ventana a su príncipe, sin que este pueda subir. Entonces, la bruja (buena) le ofrece la solución: «Este libro es mágico. Si pasas las páginas en la dirección adecuada, el hombre se transforma en pájaro. Si las pasas en dirección contraria, el pájaro vuelve a ser hombre». Poco tarda la niña en convertirlo en canario, que vuela y entra por la ventana, transformándolo después en hombre. «Todos los días hojeaba el libro para que el príncipe volara hasta la ventana más alta de la torre, y volvía a hojearlo para darle forma humana, y lo hojeaba de nuevo para que él saliera volando, y lo hojeaba otra vez para que regresara a casa».
La mujer se metamorfosea en Lectora y, después, en amante. «¿Y no sería más sencillo –le comento– que utilizara el libro el príncipe, volviera canario (hembra) a la mujer y así escapara de la torre, pasando después a su aspecto humano?».
No puede ser, es más prático, eso sí, pero queda fuera del ámbito literario y eso sí que no. El prícipe canario no puede usar el libro está clarísimo.
ResponderEliminarEs la adicción al poder. El que le da el libro. Llega a emborracharse de él. La niña no es capaz de renunciar, de abdicar y dimitir de su posesión. Se hace inmune a toda forma alternativa de planteamiento, y no piensa en las posibles incomodidades o penosidades que acarrea su manera de hacer las cosas, porque redundan en su beneficio.
ResponderEliminar¡Vale, esther, es que me lo temía! Gracias por despertarme.
ResponderEliminarBueno, ebge, no lo has tomado por el lado literario de esther.
ResponderEliminarTal vez, de todo un poco.