«La Bibliotecaria lee en la tersura de mi rostro. “¿Has estado con ella, verdad?”, me dice nada más verme esta mañana. “Sí, hemos estado juntas”, le respondo, “sabes que no puedo evitarlo”. No tiene remedio, en cuanto me sueltan alguna cita, sea de alguien que ha escrito hace siglos sea de alguien con tintes de oscuridad, me desarbolan. Me abandono a las olas con la música de las sirenas, acoplando las entrañas a la gloria o magullada en la arena apenas cubierta con los jirones de la vela. Pero, qué le voy a hacer: las páginas de Francesca se atreven con el Paraíso de Dante, con las Moralia de Gregorio Magno, con El amante de lady Chatterley de Lawrence, con Maná del alma de Segneri, con el Timeo de Platón, con Informe secreto sobre el mesmerismo, con El rizo robado de Pope, con La muerte y la doncella de Claudius…
»Las palabras de Francesca llaman a esos ancestrales códigos que nos llegan al nacer (y aun antes), que desean regir nuestro destino, que desoyen los púlpitos, que abren en nuestro cuerpo prados en los que nos tumbamos desnudas al sol.
»”Fíjate”, le digo a la Bibliotecaria, “cómo comienza el libro de Francesca Serra, Las buenas chicas no leen novelas (Ediciones Península, 2013)”. Tan animal: “Tal vez ustedes no lo sepan, pero todas somos pornolectoras. Todas las lectoras lo somos, sin excepción, incluidas las solteronas y las monjas. Cuando una niña de cualquier lugar del mundo tiene en las manos su primer libro, se convierte de inmediato en pornolectora, lo quiera o no. Probablemente lo ignorará toda la vida; sin embargo, nadie le devolverá la inocencia. A través del libro, caerá dentro de una historia mucho mayor que ella, relacionada con el arte y la cultura. Y también con la sexualidad. Y con la economía y el comercio”.
Que ya lo dejara escrito J. J. Rousseau en su novela de gran éxito, por entregas, Julia o la nueva Eloísa (1765): Jamás una virgen ‒fille caste‒ ha leído una novela».
¡Literatura!
[Fotografía tomada de Comunidad El País. Cuadro de Francisco Vidal, Lectora]
¿Todas, todas lo son (pornolectoras)? ¿Incluso quienes lean algo tan inocente como un tratado de trigonometría? Aunque, pensándolo bien, esos contubernios entre catetos, hipotenusas y sus relaciones angulares... En realidad no sabemos dónde comeremos la manzana prohibida, el conocimiento. ¿Causa placer saber?
ResponderEliminarPor supuesto, ebge, que saber aumenta la dopamina. Aunque eso del tratado de trigonometría parece que no entra en las novelas.
ResponderEliminarNo se, no se, vale perdemos toda inocencia leyendo, pero ¿Por qué nosotras ? y ellos ¿es que ellos no leen? entonces el mundo estaría lleno de inocentes y no es el caso.
ResponderEliminarBueno, esther, según esta autora, ellos son quienes han configurado ese mundo de la novela.
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