Jacinto y Roberto, los del tióAnanías, eran quienes traían tebeos cuando venían en verano al pueblo. Ante ello y las historias (algo pícaras) que nos contaban de lo que ocurría en Zaragoza, nuestra admiración era unánime. El capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrín, y uno que me entusiasmaba: Arsenio Lupín, el ladrón de levita. Me veía saliendo por la puerta del corral –la de atrás– de mi casa en las noches en que la luna jugaba al escondite con las nubes y (transformado el escenario) desembarcaba en la arbolada plaza donde uno de sus lados estaba ocupado por un impresionante edificio al que escalaba por las bajantes de los canalones, entraba silencioso por el balcón más escondido rasgando el cristal con el diamante de la carpintería y me afanaba en desvalijar arquetas y cajones. Luego entraba en la habitación donde dormía ella y, sobre la mesilla, dejaba el broche de la roja rosa con una tarjeta: «Para tus sueños. Arsenio Lupín».
Con el tiempo, me enteré de que este personaje de Maurice Leblanc (1864-1941) estaba inspirado en el anarquista Alexander Jacob (1879-1954), organizador en 1900 de la banda de trabajadores de la noche, que optaron, ante las condiciones tan dispares de la vida entre gente privilegiada y gente sufridora, por un ilegalismo incruento que robaba a parásitos sociales (no a profesiones útiles: médicos, arquitectos, etc.). En una de sus múltiples acciones muere un policía y es arrestado; es juzgado y condenado a trabajos forzados de por vida, lo que propició que regresara a Francia cuando fue suprimido este tipo de pena. Lúcidamente, ante la próxima vejez, se suicidó en su apartamento.
Muchos son los libros, cómics (hasta un manga), películas que hablan de estos personajes –Lupin y Jacob–, relacionándolos o no, pero puede leerse su libro Por qué he robado y otros escritos (Logroño, Pepitas de calabaza, 2007) o la novela Recuerdos de un rebelde, de Bernard Thomas.
Jacob nunca renegó de sus opiniones, ni cuando lo iban a juzgar: «He preferido conservar mi libertad, mi independencia, mi dignidad de hombre, antes que hacerme artífice de la fortuna de un amo. En términos más crudos, sin eufemismos, he preferido robar antes que ser robado».
Días antes de suicidarse, en 1954, se despidió de sus amigos: «Os dejo sin desesperación, con la sonrisa en los labios y la paz en el corazón. Sois demasiado jóvenes para poder apreciar el placer que proporciona irse gozando de excelente salud, burlándose de todas las enfermedades que acechan a la vejez. Allá están todas esas asquerosas reunidas, listas para devorarme. Pero voy a defraudarlas. Yo he vivido y ya puedo morir».
Es complicado vivir de acuerdo con tus ideas, sean cual sean. Sólo unos pocos afortunados lo consiguen.
ResponderEliminarCreo que tienes razón, Paco. Hay quienes miran al infinito y no se asustan.
EliminarAsí que Arsenio Lupin era como un Robin Hood de las calles... Interesante :)
ResponderEliminarComprendo esa avidez por los nuevos tebeos, yo me leía los mismos cuentos de María Pascual una y otra vez.
Un beso
Bueno, Mere, las historias suelen tener su historia. El asunto es que nos enganchan.
EliminarBesos.
Os dejo... con la paz en el corazón. Pero, ¡qué pocas veces está ahí -para irse o para quedarse-!
ResponderEliminarEn fin, anónimo, será por eso que es tan valiosa.
EliminarNo era un tipo que se dejara hacer, desde luego.
ResponderEliminarY tenía sus propias ideas: cambiar de bolsillo las riquezas por convicciones ideológicas, de las manos muertas a otras más vivas.
Burló a la ley para hacer sus "trabajos". Hoy se hubiera dado cuenta de que bastaba con saber usarla. Lo que pasa es que, claro, para hacer eso, él tendría que haber sido amo, y no creo que se hubiera sentido cómodo.