Entre los libros
seleccionados para este verano puse Más
allá, Tánger, del extremeño Álvaro Valverde (1959), en el que la narradora
vuelve, en poemas, a la ciudad donde nació –«Cualquier calle da al mar. / Cualquiera,
en consecuencia, / da al morir»–, sin saber todavía que en mi pueblo,
Castilruiz, se iba a celebrar un acto en homenaje a nuestro poeta, ArsenioGállego Hernández (1886-1969), nacido aquí y fallecido en Cáceres, en donde
pasó buena parte de su existencia, pues allí ejercía de catedrático de
Matemáticas en el Instituto. Tras su muerte, se editó un libro de urgencia, Soria y Cáceres, mis amores (1971, por
cierto, impreso en Burgos); después, por mediación del catedrático Eugenio Frutos Cortés, Mis dos vidas (1973). En ambas ciudades tiene calle.
Bajo el impulso del alcalde
de turno y lo llevado a cabo por las asociaciones que existen, el pueblo salva
el tipo como puede (y conserva todavía ráfagas de ese antiguo perfume a
cochinos que en otro tiempo trajo prosperidad), enfrentándose a la creciente
despoblación, al consiguiente deterioro de edificios vacíos y al descuido
administrativo.
El lunes, 21, a las 19:00
horas, estábamos convocados en lo que fue la casa del maestro, que, tras años
de ruina cabalgante, se ha convertido, por empeño del actual regidor, en un
coqueto Rincón del Poeta. A media tarde la gente comenzó a mirar al cielo y, entre
exclamaciones, a avisar a quienes estaban en casa. Unos centenares de cigüeñas
sobrevolaban el pueblo. Sobrecogedor. En la calma calurosa del espacio, el impacto oscilaba entre la gozosa nueva
inédita y el presagio difuso de vaya usted a saber qué puede ocurrir –en los
años que tengo no he visto nada parecido; nacerá una criatura por cada una de
ellas…–. Unas doscientas se posaron en la torre y el tejado de la iglesia, mirando al este, como los girasoles; el
resto por las eras del tío Juanito.
La mujer de Arsenio
desconocía que su marido escribiera poesía; al morir, apareció en un armario un
montón de cuadernos perfectamente ordenados. Coincidió en destino con Antonio
Machado en Baeza, cuando este ya venía de Soria, una vez fallecida Leonor. Las
cigüeñas escuchaban desde lo alto –¿era ese el motivo de su venida?– y, en el
posterior concierto de jazz, con saxo y guitarra, aportaron la percusión.
[Salud. Nos van hurtando la
alegría de ser de una tierra a cambio del deber de pertenecer a una (o dos)
pequeña(s) nación(es)].
No es para menos el estremecerse cuando se ve un espectáculo así.
ResponderEliminarSaludos.
Ya lo creo, Anónimo, es algo tan de improviso y que lo ve gente no muy partidaria de las sorpresas.
EliminarSaludos.
Bonito homenaje el que le hicieron de forma espontánea y de improvisto las cigüeñas. Muchos las querrían para amenizar sus actos pero afortunadamente ellas solo van cuando algo lo merece.
ResponderEliminarSaludos Ignacio
Pues sí que fue insólito el ambiente que produjeron, Conxita. Y más en un pueblo de Soria.
EliminarSaludos.
¿A dónde fueron después de saludaros y rendir homenaje? ¿camino del estrecho?. Las leyendas dicen que las cigüeñas protegen las almas de los niños, a pesar de que el diablo les dio plumas negras. Tuvo que ser un precioso espectáculo.
ResponderEliminarPues no sabría decirte, Esther. Fueron desperezándose desde las 7:00 de la mañana y volaron a las 10:00. La gente estuvo pendiente hasta el último momento.
EliminarTal vez vinieron, también, para proteger esas almas.
Un abrazo.