Paso el dedo por los títulos
de las novelas de Iris Murdoch (1919-1999) en la estantería de la Biblioteca
del barrio. Después de un par de recorridos de ida y vuelta se detiene en El unicornio, no por nada literario, sino
por el atractivo que evoca la figura. Estoy releyendo el ensayo que desarrolla
la autora irlandesa sobre las Romanes Lecture en El fuego y el sol (1977). Ahí leemos que «somos atraídos a lo real
bajo el aspecto de lo bello […] vencer el egoísmo en sus formas cambiantes de
fantasía e ilusión es automáticamente tornarse más moral; ver lo real es ver su
independencia y por tanto sus exigencias».
Al comenzar El unicornio (1963) se sabe que estamos
ante una narración de hace 50 años, pero no la podemos dejar. Ahí está su
origen irlandés, su impronta religiosa, sus ambientes góticos y, por si fuera
poco, su espíritu feérico ‒las hadas que no he visto, pero que, haberlas,
hailas‒. Según dice Ignacio Echevarría, «una irresistible combinación de
vodevil filosófico, alta comedia y fábula moral, todo ello pasado por el tamiz
de Shakespeare». No falta ‒no puede faltar, tratándose de Iris‒ Platón ni
Simone Weil. No faltan las observaciones agudas ni los quiebros inesperados.
Diálogos en abundancia
contribuyen al atractivo de la novela. Iris Murdoch, después de una prolífica
carrera de novela y ensayo, sintió a partir de 1995 una especie de bloqueo de
escritor, lo que resultó ser un alzheimer galopante. En los años de vida
últimos tuvo los cuidados de su esposo, el también escritor y profesor de
literatura inglesa John Bayley (1925-2015), lo que dio origen a que este
escribiera unas memorias y un guión de película (muy exitosas, y a que se considere
idílico a su matrimonio), en las que, sin embargo, se centra más en la
enfermedad que en la genialidad de Murdoch (y no sé si es dado mencionar que
apenas tardó una año en volver a casarse con una amiga de Iris, a cuya casa de
Lanzarote solían ir de descanso).
[Salud. A la espera de que
la Vida minore las astas de quienes gobiernan la res publica].
Parece una figura renacentista. Una escritora para pensar, efectivamente. No conozco "El unicornio", pero seguro que no desmerece del resto de su obra.
ResponderEliminarSaludos.
Sí, Anónimo. La fotografía está elegida por ello, además de por esa rama del árbol de la vida.
EliminarSaludos.
Leí hace milenios "Una rosa silvestre", me encantó pero no he leído nada más suyo sin saber porqué. Habrá que buscar otra obra suya, esta que comentas me atrae.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues puede que te guste también, Laura, pese a su primitivismo. Siempre sale con algo sorprendente.
EliminarAbrazos.
Nunca he leído nada de ella, intentaré buscar en la biblioteca a ver si encuentro. Por cierto lo de "haberlas hailas" lo había escuchado para las Meigas pero no para las hadas.
ResponderEliminarUn abrazo de Espíritu sin Nombre.
Ya, Conchi, es una licencia que me tomo con las hadas. Seguro que lo agradecen. En fin, ni entro ni salgo en ello. Cada cual puede ser libre.
ResponderEliminarUn abrazo.