“Amábamos la tierra, pero no podíamos
quedarnos”, es el proverbio antiguo que Jim Harrison eligió como cita
introductoria para Dalva (1988), su
mejor novela según afirmaba él mismo y parece que confirman crítica y público.
Desde luego que tiene esa impronta que diferencia a las obras singulares. En
ella se percibe una prolongada investigación, a pesar de que en alguna de sus
páginas ironiza sobre los conocimientos académicos. Pero enfrenta la historia
de la nación estadounidense, en notable medida montada sobre la guerra en la
que sucede la aniquilación de más de 100 sociedades autóctonas indias,
culminadas en la masacre de Wounded Knee de 1890. Para ello, lógicamente,
necesitaba estudiar.
Jim Harrison (1937-2016) pasa por ser un
escritor de personalidad. De familia acomodada, en la juventud dejó los
estudios y viajó -“yo era como un
personaje de Bolaños, siempre persiguiendo las cosas más descabelladas”-.
Se hizo, así, en la relación pasional con la naturaleza y los experimentos,
buceando en viajes de ida y vuelta entre los laberintos de la mente y los
placeres del cuerpo. A los siete años fue atacado, sin mediar discusión, por
una niña con una botella y perdió casi la visión del ojo izquierdo. Dalva, la
protagonista, encarna el espíritu salvaje de la Naturaleza, que nos pide
reflexionar sobre la actuación codiciosa de la civilización puritana y grotesca de quienes
conquistan creyéndose superiores.
Fiel a su devoción por la poesía española, está presente en el ambiente del territorio de Arizona y en las
páginas de Machado García Lorca, Vallejo
u Ortega y Gasset ‒«Cuando no se tienen normas, nada puede ser meritorio; los
hombres utilizan incluso lo sublime para degradarse a sí mismos»‒, que se unen
a “la literatura viva” anglosajona de Faulkner, Twain o Yeats. Si se dispone de
tiempo y ganas para dejar que Dalva nos penetre, puede tener sentido dedicarlo
a las cerca de 500 páginas de esta novela estudio.
[Salud. A la espera de que la vida devuelva a
su estado salvaje a quienes nos colonizan desde el gobierno de la res publica].
Y tanto que está perturbada esa tierra. La existencia de la raza humana se muestra depredadora cuando hay riquezas.
ResponderEliminarSaludos.
Ya, Anónimo, parece que en este caso no hay dudas. Una colonización en toda regla.
EliminarSaludos.
Interesantes las propuestas que nos muestras.
ResponderEliminarQué pena dan tantas veces los hombres. Ojalá se aprendiera pero parece que no, no lo hacemos.
Besos
Demasiado poco a poco, Conxita. Avanzamos en nivel de vida, en base a dejar muertes en la cuneta.
EliminarAbrazos.