En pocos ambientes la lectura colectiva ha tenido un impacto tan significado como en las tabaquerías de Cuba y Florida. A finales de 1865, un emigrante asturiano, Segundo Martínez, que trabajaba de torcedor –quienes tuercen, sentados en los vapores, las hojas de tabaco para elaborar habanos– en la fábrica El Fígaro, propuso (recogiendo indicaciones anteriores) introducir la lectura en alto con el fin de proporcionar a quienes trabajaban los beneficios de la misma: instrucción, alimento para la mente, bálsamo del corazón... El propietario –Partagás– estuvo de acuerdo e, incluso, levantó un estrado; «con ello –pensaba– el ambiente será silencioso y el sosiego calmará los ánimos, lo cual redundará en una mayor productividad».
Había nacido, así, la figura del lector de tabaquería, la cual se extendió con prontitud a otras fábricas (no todas lo aceptaron). En un principio se realizaba la lectura por turnos. Después fue recayendo sobre quien mostraba mayores cualidades. Podía estar pagado por la empresa o por quienes trabajaban, en cuyo caso tenían libertad de elegir las lecturas y, al finalizar, de rifar las obras. Lo perentorio era estar al día; por ello, los periódicos se escribían tanto para la gente letrada como para la analfabeta. A continuación, con el correr del siglo, llegó el turno de los folletines sentimentales y de obras de tono reivindicativo (a poder ser, mezclados), como María, la hija del jornalero, de Ayguals de Izco, Germinal, de Zola, o La conquista del pan, de Kropotkin (Victor Hugo escribió a los obreros de Partagás agradeciendo su acogida).
Tal fue su éxito que los poderes públicos y quienes explotaban el negocio se asustaron enseguida y trataron de controlarlo. Ya en 1866 el gobernador general de la isla prohibió su ejercicio, que se reanudó unos años después. El sector de tabaquería sería el primero en crear un sindicato y sacar adelante reivindicaciones de mejoras laborales y salariales. Se abrieron escuelas. También creció en él el independentismo. José Martí (que fue lector de tabaquería) decía que era tener «la mesa de pensar al lado de la de ganar el pan».
Llegó la República con el siglo veinte. Se creyó que la introducción de la radio en las tabaquerías –en 1923 lo hizo la primera– iba a acabar con esta figura señera, pero no fue así. Vino después la dictadura de Batista. Y… en esto llegó Fidel y se terminó la molesta tarea de decidir qué es lo que se va a leer: el partido es muy sabio.Para quienes deseen ilustrarse, hay un reciente libro de Araceli Tinajero, El lector de tabaquería (Verbum, 2007), o el artículo de Lily Litvak, «Cultura obrera en Cuba».
Había nacido, así, la figura del lector de tabaquería, la cual se extendió con prontitud a otras fábricas (no todas lo aceptaron). En un principio se realizaba la lectura por turnos. Después fue recayendo sobre quien mostraba mayores cualidades. Podía estar pagado por la empresa o por quienes trabajaban, en cuyo caso tenían libertad de elegir las lecturas y, al finalizar, de rifar las obras. Lo perentorio era estar al día; por ello, los periódicos se escribían tanto para la gente letrada como para la analfabeta. A continuación, con el correr del siglo, llegó el turno de los folletines sentimentales y de obras de tono reivindicativo (a poder ser, mezclados), como María, la hija del jornalero, de Ayguals de Izco, Germinal, de Zola, o La conquista del pan, de Kropotkin (Victor Hugo escribió a los obreros de Partagás agradeciendo su acogida).
Tal fue su éxito que los poderes públicos y quienes explotaban el negocio se asustaron enseguida y trataron de controlarlo. Ya en 1866 el gobernador general de la isla prohibió su ejercicio, que se reanudó unos años después. El sector de tabaquería sería el primero en crear un sindicato y sacar adelante reivindicaciones de mejoras laborales y salariales. Se abrieron escuelas. También creció en él el independentismo. José Martí (que fue lector de tabaquería) decía que era tener «la mesa de pensar al lado de la de ganar el pan».
Llegó la República con el siglo veinte. Se creyó que la introducción de la radio en las tabaquerías –en 1923 lo hizo la primera– iba a acabar con esta figura señera, pero no fue así. Vino después la dictadura de Batista. Y… en esto llegó Fidel y se terminó la molesta tarea de decidir qué es lo que se va a leer: el partido es muy sabio.Para quienes deseen ilustrarse, hay un reciente libro de Araceli Tinajero, El lector de tabaquería (Verbum, 2007), o el artículo de Lily Litvak, «Cultura obrera en Cuba».
Qué bueno! es lo que tiene el leer que suele dar luego por pensar y abrir la mente, ahora claro! siempre que la lectura sea libre, ya si te la impone un partido mala cosa...
ResponderEliminar:)
Sí. La lectura instruye, pero también puede adoctrinar.
ResponderEliminarNo obstante, el saldo general de la figura del lector de tabaquería es bastante positivo.
Vaya... todo gira sobre el tabaco, si al final el tabaco va a ser muy bueno... XDD
ResponderEliminarEso es, el leer da ideas, unas veces buenas y otras no tanto, pero de eso se trata, no?? de aprender.
ResponderEliminarQué bonito relato!
ResponderEliminarGracias lavela, por tener siempre a mano historias como esta.
No me disgustaría un trabajo así.(el que lee claro, no el de los puros)
eso si que es un buen curro... el de lector.... te pagaban por hacer una cosa que te gustaba.. yo me apuntaba.. aunque con lo deprisa que leo..
ResponderEliminartrupitomanias
Trupito, ¿dónde has metido al gatito?
ResponderEliminarPodemos intentar que la profesión de lector por horas sea un hecho, es algo curioso, ya no digo original porque está claro que hace tiempo que la inventaron, pero... ¿por qué ha de estar en desuso? ahora que hay crisis y falta de empleo, la imaginación y las ganas al poder... se puede poner un anuncio, "Estupendo joven, que lee muy deprisa, se ofrece como lector por horas", lea el Quijote es un abrir y cerrar de libro, anímese, no quedará defraudado... XDDD
Y este Sr. que hace?
ResponderEliminarLeeeeeeeeeee...... o lo tiene todo aprendido de memoria?
Uy Lenin!!! Claro que lee, el que sea obrero, pobre y trabajador no quería decir en este caso que fueran incultos, luchaban para trabajar también el cerebro y como bien dice lavela ello contribuyó a la larga a que intentaran mejorar su situación en todos los campos, es lo que ocurre cuando uno lee a menudo, que el cerebro se despierta y uno descubre que es una persona, que vale, que tiene unos derechos, que no le gusta que le manejen... vamos que te voy a decir a tí que no sepas... :)
ResponderEliminarGracias por el artículo. Si pudiera elegir querría ser un trabajador. Trabajar con las manos y tener a alguien que me cuente historias. Qué delicia.
ResponderEliminarNo me extraña que tuviesen miedo a la lectura. Ésta y la instrucción son la argamasa de la conciencia. Como ya habéis dicho es un poderoso medio de control pues inculca la capacidad de valorar en lo más íntimo del juicio de cada individuo.
ResponderEliminarCurioso, Mimí. Todo el mundo suele elegir el oficio contrario: lector/a. Pero, mirado con serenidad, poder sentarte a escuchar historias no está mal.
ResponderEliminarSuerte.