lunes, 15 de noviembre de 2010

La lágrima en la cerveza

«La bibliotecaria salió de casa. Llevaba en la cabeza el concierto para oboe y fortepiano (Opus 35, II, Romance) de Johann Peter Pixis. Decidió que no iría al trabajo; ya la suplirían. Valeria y Alejandro estaban en la granja escuela. Genaro, ocupado fuera todo el día. Tomó el autobús 15, el circular que recorría la playa, y se apeó junto al acantilado; enfiló el sendero de la izquierda y ascendió hasta la plataforma del faro. Sí, en los próximos días fabricarían papel en la casa del pueblo: la abuela llevaba una buena temporada recogiendo trapos; el abuelo había preparado las tinas y las mazas; a las criaturas les hacía ilusión la novedad de esta antiguo obrar; y el marido, aunque a regañadientes, se encargaría de moler el material. Ella prepararía la pasta y, con la forma que había armado, la colaría con movimientos precisos para conseguir pliegos regulares, que secarían en el antiguo gallinero.

A media mañana regresó a casa y terminó de esculpir en la plancha de madera, con la gubia mediana, los adornos que llevaría su tarjeta cuando la imprimieran. Cada cual en la familia tenía derecho a elegir un texto (que ella grababa). Darían a la luz seis modelos. El suyo era éste:

Recógeme en tu voz, pues me cerca el silencio, /
y tiéndeme un azahar de lectuarios, una /
alberca prolongada que crucen surtidores, un seto /
de arrayanes.
No hubiera sido propio /
dedicarles la vida. Pero este instante sí, /
como una última puerta abierta a la hermosura, /
mientras la tarde cierra, ya con su luz en vilo, /
el pétalo final de una rosa de piedra.
(María Victoria Atencia, El encargo (de Elena Stelmokaité), en el Libro De pérdidas y adioses)

Comió cerca de las cuatro, se adormiló en la mecedora y se acerco al mar, esta vez al muelle. Paseó durante un par de horas y, algo cansada, entró en La sirena. Le sirvieron la cerveza de trigo, se acercó a la gramola, introdujo la moneda y pulsó la canción. Sentada en el taburete, recostada en la pared, según sonaban las notas fue inclinándose hacia la mesa, colocando la mejilla izquierda sobre la mano con el brazo acodado. La voz le iba subiendo desde las piernas, anestesiando los músculos, hasta que una lágrima resbaló al alto vaso de cerveza. Era Innocent when you dream, de Tom Waits (claro), que, por extraño que pareciera, a ella le sonaba a villancico».



[La oportunidad de la canción viene de Isabel. Gracias].

7 comentarios:

  1. A mí no me suena a villancico pero sí la veo muy propicia para dejar caer las lágrimas sobre la cerveza.

    Un abrazo.

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  2. Por lo que se ve, Elena, cada cual escuchamos la música de una manera.

    Un abrazo.

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  3. Con una cerveza se puede caer alguna lagrimilla pero si sigues apilando cervezas puede que sea un torrencial el que inunde los vasos o que se te pase la pena y sean carcajadas las que hagan que se derrame la cerveza.
    Vamos propiedades curativas que tiene la cervez.

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  4. Curiosa la explicación de como hacen el papel y sus tarjetas personales.

    Es sabido que la cerveza tienes múltiples usos y efectos, jejeje

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  5. No hay duda, Ayla, propiedades curativas las tiene, aunque también se lleva alguna que otra neurona.

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  6. Bueno, Nadia, con algo de empeño es posible fabricar papel, y después... una cerverza.

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  7. De nada lavela. Todos/as somos inocentes cuando dormimos :-)

    Un abrazo

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