Hércules visita a Atlas y le
pide que realice por él uno de los doce trabajos ‒el de robar tres manzanas de
oro en el Jardín de las Hespérides, ese que andaba por el Atlántico‒. Claro,
este tiene un pequeño problema: sobre sus hombros está el mundo, y no es cuestión
de ir de aquí para allá con él a cuestas; así que Hércules se ofrece a
sostenerlo mientras el titán se embarca hacia los confines. Y aquí es donde
entra Jeanette Winterson (1959) con La
carga (2005) y sorprende a Hércules preguntándose si su amigo volverá. ¿Acaso
aprovechará para vagar libremente, incluso sin ocuparse de la promesa de las
tres manzanas? ¿Y él, Hércules, cómo se las arreglará entonces con ese peso que
ha asumido?
Y la prosa de Wintersson
habla del siglo XXI. ¿Qué puedo contaros
de las elecciones que hacemos? Que no tienen final ‒se contesta‒, pues no
hay respuestas definitivas. Esta es la
causa de que escriba ficción: para poder seguir contando la historia.
Margaret Atwood (1939), por
su parte, se queda interrogante ante el hecho de que, a la vuelta de Ulises a
Ítaca se ahorcara a las doce criadas que habían sido amantes de los doce
pretendientes que tuvo Penélope durante parte de los veinte años en que el
héroe de Troya estuvo fuera de casa. En Penélope
y las doce criadas (2005) se pregunta por las intenciones ocultas de Penélope.
Tal vez no fuera la de «irreprochables pensamientos tenía la noble», según
cuenta Odisea en su canto XXIV.
Atwood también desplaza el mito al siglo XXI, a modo coral de teatro clásico, y
se acuerda de ellas.
«Nosotras estamos aquí, la
que no tenemos nombre. Las otras sin nombre. Esas sobre las que cayó la vergüenza
por culpa de otros. Las señaladas, las marcadas. Las chicas de la limpieza, las
mozas de mejillas sonrosadas, las niñas risueñas y picaronas, las muchachas
frívolas y descaradas, las jóvenes limpiadoras de sangre. Somos doce. Doce
traseros redondos como la luna, doce apetitosas bocas, veinticuatro pechos
mullidos como almohadas de plumas, y lo mejor de todo, veinticuatro temblorosos
pies».
Esos pies (Odisea, canto XXII) que agitaron un
rato, pero no largo tiempo.
Ignacio,
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo la cita que haces de Wintersson "¿Qué puedo contaros de las elecciones que hacemos? Que no tienen final ‒se contesta‒, pues no hay respuestas definitivas. Esta es la causa de que escriba ficción: para poder seguir contando la historia".
Me ha parecido el mejor motivo para describir el por qué se escribe, me la apunto.
Un saludo
Me alegro de que te identifiques con ella, Conxita, por lo que puede servirte.
EliminarSaludos.
A mí me pasa como a Conxita, es más , últimamente reflexiono mucho sobre ello.
ResponderEliminarLo que es el libro creo que esta vez la temática no me llama, pero seguro que igual me equivoco.
Besos
No solemos equivocarnos cuando algo nos nos llama, Celia. Aunque puede que nos haga reflexionar.
EliminarBesos.
Los mitos dan para toda clase de interpretaciones y visiones. Puede ser cierto eso de contar interminablemente lo mismo.
ResponderEliminarSaludos.
Al menos, eso opina mucha gente, Anónimo.
EliminarAunque, ya sabemos, lo igual es lo diferente.
Saludos