Sylvia Plath (1932-1963) es
conocida por haberse quitado la vida y reconocida por Ariel, libro de poemas escrito el último año de vida, en el que se
muestra poeta del género confesional, en paralelo a su compatriota estadounidense
Anne Sexton (1928-1974), también suicidada. No obstante, «para mí –escribe–, la
poesía es una evasión del trabajo de verdad de escribir prosa», algo que
realiza con fluidez durante la adolescencia, pero que se le resiste en la edad
adulta. Y eso que su deseo es llegar a ser una escritora popular, que gane
ingentes cantidades de dinero, con lo que poder sentir que tiene un oficio
respetable, además de que sueña con ser periodista de viajes y poder financiar
los mismos con las crónicas correspondientes.
Sus cualidades literarias
hacen que reciba una beca Fullbright (con la que estudia en Europa, donde se
casa y muere). Comienza varias novelas, de las que solo termina La campana de cristal (como Victoria
Lucas). A pesar de que lo intenta con ahínco y, a la manera flaubertiana,
ensaya una y otra vez escribiendo minuciosas descripciones de lo que ve, además
de volcarse por momentos en unos diarios (que permanecen sin publicarse en su
totalidad, debido a la crudeza de las opiniones hacia quienes conoce), en las
que hallan sentido muchos de los elementos que aparecen en su poesía.
(Curiosamente, su escritura mecanografiada es de bastante mejor calidad que la
escrita a pluma). Pero estaba «completamente aislada de la humanidad, en un
vacío creado por mí misma: me sentía cada vez más enferma. Solo podía ser feliz
como escritora y no podía ser escritora. Estaba paralizada por el miedo». Hasta
el último año de vida, perdía la lucha cuerpo a cuerpo que mantenía consigo
misma.
Es en el relato Jonnny Pánico y la Biblia de los Deseos,
de 1958, cuando muestra esa libertad que aparece en Ariel y en los cuentos de 1963. Con ese nombre –Johnny Panic and the Bible of Dreams– se
recopilan algunos de ellos, lo que es editado ahora en español como La caja de los deseos.
[Salud. A la espera de que
la vida disuelva los caprichos de quienes gobiernan la res publica].
Sí que es sorprendente lo que cuentas. Yo la tenía por una poeta, no por alguien que deseara tan vivamente ser narradora.
ResponderEliminar¡Ah!, genial lo de los caprichos de la gente política. ¡Lo que aguantamos!
La obra cuenta con un epílogo de Ted Hughes, marido de Sylvia, del que se había separado, pero que controla su obra (no sin polémica, pues, entre otras cosas, destruye los diarios relativos a su relación).
EliminarSaludos.
Hola Ignacio
ResponderEliminarEncantando de estar aquí, y que hables de una de mis poetas favoritas. Lo cierto es que he leído casi todo de ella, desde sus poesía completas , hasta “La campana de cristal”, no leo más porque repaso su poesía de vez en cuando. A veces acusan de que Sylvia es demasiado cruel con su mundo, demasiado bisturí para tanta letra que le llega de ¿de? Su subconsciente ¿su bipolaridad? A saber, lo que sé, es que a diferencia de Lowell o de Sexton, Plath , por lo menos a mí, claro, me llega, me parece una poeta o prosista, cualquiera de las dos me vale, que sabe descubrirse, cosa que, de lo que he leído de los otros dos, lo intentan, buscan encontrarse, y no he llegado a encontrarlos (YO).Plath sabía encontrarse, sabía dónde, quién, qué y dónde estaba y dónde acabaría. Para mi la poesía de Plath, como su novela, son parte de lo que debe leer un lector que quiera descubrir los poetas que
” sangran” y “hacen sangrar”, que cortan los libros a cuchillo y si no andas con cuidado se te llevan los dedos...
Un abrazo
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EliminarBravo, Wineruda. Muestras un conocimiento fruto de la sensibilidad hacia esta mujer, hasta llegar a sus venas (y a las tuyas). Ciertamente, Sexton tiene un sesgo más intelectual (diría que más de Lispector, si puede decirse).
EliminarJusto estos días he visto que el último número de "Litoral" (dedicado a la Locura) incluye un poema de Plath en que muestra su relación con la muerte, la cual parece tocar.
Gracias por tus palabras.
Un abrazo.