Toda obra literaria crea y recrea personajes. Es una ficción. Aunque sea muy personal, como la que aquí evocamos: El libro de mi madre (que vio la luz en 1954, una vez había muerto la madre del autor), de Albert Cohen (1895-1981). Pero textos como este están tocados por el don de la literatura y los personajes que caminan en sus páginas –madre e hijo– van encarnándose según las vamos leyendo; van confundiéndose con nuestra vida.
«Llorar a la madre es llorar la infancia. El hombre quiere su infancia, quiere recobrarla, y si ama más a su madre conforme avanza en edad es porque su madre es su infancia. Fui un niño, ya no lo soy y no puedo hacerme a la idea. De pronto, recuerdo nuestra llegada a Marsella. Tenía cinco años. Al bajar del barco, colgado de las faldas de mi madre, tocada con canotier adornado con cerezas, me aterraron los tranvías. Me tranquilicé pensando que dentro llevarían un caballo oculto.»
Las páginas de este librito las leemos y releemos en las más diversas situaciones, pues es uno de esos cuentos que no nos cansamos de repetirnos. Contiene pasajes que nos inquietan especialmente: ¿qué sucede con quienes no tuvieron infancia? (o con quienes no tenemos la conciencia de haberla tenido). Hay infancias sin abuelas y sin abuelos, con madres ocupadas y padres empleados fuera del hogar. Con escasos lugares a los que acudir en las tardes de soledad.
¿Acaso el amor a los libros sea el camino elegido por nuestras neuronas para descansar en el nido?
[Cuadro: Premiers pas, Renoir]
¿Acaso el amor a los libros sea el camino elegido por nuestras neuronas para descansar en el nido?
[Cuadro: Premiers pas, Renoir]
Puede que los libros sean nuestro nido, yo de niña recuerdo que mi madre trabajaba fuera pero en sus ratos libres siempre estaba con un libro y me parece que mi afición viene de verla a ella.
ResponderEliminarSiempre se ha dicho que la mejor etapa de la vida es la juventud, ahí están las risas, la pandilla, los amigos, pero cuando uno está melancólico siempre vienen a la mente recuerdos de la infancia, no me puedo imaginar una infancia sin abuelos y mucho menos a alguien que no ha podido disfrutar de ella.
ResponderEliminarNo es justo que te roben la infancia.
Si es cierto que no es justo que te roben la infancia, pero por desgracia hay demasiados niños que no tienen, pobreza, esclavitud, guerras....
ResponderEliminarEl libro habla de infancia sin abuelos -habían emigrado de Corfú a Marsella cuando el niño tenía cinco años-, pero con una madre volcada (y refugiada) en su hijo.
ResponderEliminarpuf!!! con lo complicada que es la relación madre-hijo llena de complejos, madres absorbentes y posesivas... encontrar el equilibrio entre el cariño demandado (que a veces puede ser demasiado) y el ofrecido (a veces también poco), encontrar el equilibrio adecuado es casi imposible.
ResponderEliminarEn la niñez se forja nuestra mente, nuestra autoestima, el camino hacia la madurez, en esa niñez estamos absolutamente todos "tocados" en algún punto, pero es que es así, nada es perfecto. ;)
La infancia es ese momento en que atesoramos la bondad, el sentido profundo de la vida, y de las relaciones con nuestros semejantes... Una etapa sagrada y absolutamente determinante de lo que será nuestra vida adulta. Ojalá ningún niño se vea privado de una infancia feliz. Es uno de los más bellos sueños
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