miércoles, 17 de julio de 2013

Ajedrez

Hace muchos muchos años, bueno unos mil quinientos y pico, el rey Sheram reinaba en la India, pero su imaginación no iba muy allá por lo que se aburría sobremanera. La pequeña princesa le dijo que si mandaba tanto y era tan obedecido en extensos territorios por qué no hacía que los súbditos inventaran juegos y bailes para él. Así fue como, desde su arrogancia real, mandó publicar un bando que fue leído en todas las poblaciones del reino indicando lo que la princesita le había sugerido.
Llegaron los meses de otoño y mucha gente se acercó a palacio proponiendo entretenimientos nunca vistos, los cuales entusiasmaron al rey al conocerlos, pero los días de invierno –con sus largas noches– los volvieron aburridos. La primavera prometía ser alegre y divertida como el brotar de las plantas, pero al inicio del verano el monarca daba signos de que se iba cansando de las últimas propuestas. Hasta que en la luna llena de julio apareció por la corte el joven Sissa con un pequeño saco a la espalda. Pidió audiencia a los desganados ayudantes de palacio y le indicaron la cortina que tenía que traspasar para llegar ante su majestad, que en esos momentos dormitaba la siesta.
Fue la hija menor, precisamente, la que primero asistió a la apertura del saco, del que emergió un tablero cuadrado con sesenta y cuatro escaques, alternando en blanco y negro, sobre el que el joven puso treinta y dos pequeñas figuras de barro, la mitad de ellas en dos lados enfrentados. Y ahí comenzó la primera partida de ajedrez. La niña despertó a su padre con tal entusiasmo que éste, sin otra opción, se interesó por el extraño juego que tenía ante sus ojos, quedando prendado muy pronto de él, aunque sin dejarse llevar por la euforia, pues prefirió que pasara un tiempo prudencial antes de calificarlo, vistos los desengaños anteriores.
«Pídeme lo que desees, joven Sissa», le dijo el monarca a finales de agosto. «Majestad, me conformo con que me dé un grano de trigo por la primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho por la cuarta… e ir doblando hasta llegar a la última». El avaro rey aceptó al instante, ante la risa contenida de sus consejeros, a los que guiñó un ojo de modo casi imperceptible mientras estos se tapaban la boca con el pañuelo, pensando lo barato que iba a salirle la ingenua petición. Llegado septiembre, después de la siega y la trilla, los silos de palacio quedaron vacíos. Los funcionarios iban de aquí para allá echándose las manos a la cabeza mientras calculaban que harían falta unos dos mil años para cumplir la promesa. Vamos, ya todos calvos. Pues eran necesarios 18.446.744.073.709.551.615 de granos para llenar el tablero.
[Es alguna de las anécdotas narradas en el libro del conocido comentarista Leontxo García, Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas. Aunque he de decir que, a pesar de sus numerosos datos, no me entusiasma tanto como los comentarios que le escucho en la radio].

4 comentarios:

  1. Realmente, Sissa gozaba de esa genial ingenuidad humana que hace de este mundo algo habitable.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Vaya que sí, Anónimo! Burlarse de esa modo de la mediocridad y aportar a la humanidad algo genial.

      Eliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar

Nos encantan los comentarios y que nos cuentes lo que quieras.