Si la forma prefigura el fondo en literatura,
El hombre que amaba a los perros
(2009), del cubano Leonardo Padura (1955), es una novela notable. Casi 600
páginas de apretada letra, sin apenas espacio para las apostillas, nos
transmiten la sensación de que estamos en un recinto carcelario, en un ambiente
donde se nos controlan los movimientos. También, el diverso juego de voces, las
historias que se inician sin aviso previo -Iván, Trotski, Ramón
Mercader, etc.-, la incógnita en
cada comienzo de capítulo simulan la desorientación a la que someten los
regímenes totalitarios a su ciudadanía. Los años saltando de 2004 a 1929 o
1968. Los personajes planos, sin espacios interiores. Los nombres cambiantes de los personajes (por si no nos habíamos enterado
de dónde estábamos) terminan por hacernos exigir una constante atención a lo
leído. Por si fuera poco, ese protagonista incorpóreo: el miedo. Esa
alucinación. La incertidumbre -al fin-
de no saber si estamos en un relato histórico o en una ficción.
“Dejadme libre, no estoy hecho para la
cárcel”, escribió el poeta Ósip Mandelstam (1891-1938) desde la prisión de
Feodosia en 1920. ¿Por qué las dictaduras impiden gozar de la vida? Conservar
el poder conduce a destruir la dulzura, la sensibilidad. Adam Zagajewski (1945)
le dedica uno de sus poemas, recogido en Asimetrías,
un poemario esplendoroso [«cada poema, incluso el más breve, / puede
transformarse en un largo poema floreciente»]:
Mandelstam no se
equivocaba, no estaba hecho
para las prisiones,
pero las prisiones sí estaban hechas
para él, innumerables
prisiones y campos de trabajo
le esperaban
pacientes, los trenes de mercancías
y las barracas
sucias, las agujas de las vías y
las lúgubres salas de
espera le esperaron mucho tiempo
hasta que llegó, le
esperaban los chequistas
con cazadoras de
cuero y los funcionarios
del partido de
sonrosadas caras.
«No veré la
fantástica Fedra»,
escribió. El mar
negro no lloró
lágrimas negras, los
guijarros en la playa
rodaban obedientes,
como quería la ola,
las nubes pasaban rápidas sobre la tierra
despreocupada.
[Salud. A la espera de que la Vida transforme
a la gente poderosa que gobierna la res
publica].
No deja de ser una forma curiosa de analizar un libro. Y se le saca jugo.
ResponderEliminarEnorme la frase de Mandelstam y el poema.
Saludos.
Ya, Anónimo, analizar un libro tiene mucho de imaginación.
EliminarSaludos.
Interesantes ambos libros, en un momento u otro me encontraré con ellos. Padura es para mi una cuenta pendiente, tengo un par de libros suyos pero sin leer.
ResponderEliminarSobre el totalitarismo he leído mucho, pero siempre un verso puede sintetizarlo con más acierto que grandes tratados sobre el tema.
No confío en quienes nos gobiernan (o desgobiernan).
Abrazos.
Seguro que te resultan sustanciosos. Y es verdad, un verso dice (o sugiere) lo de un tratado.
EliminarAbrazos.
Interesantes propuestas Ignacio.
ResponderEliminar¿Por qué las dictaduras impiden gozar de la vida? Quizás porque los que las dirigen no saben disfrutar tampoco de ella.
Un abrazo
En notable medida, Conxita, estoy de acuerdo contigo. Mucha gente de quienes dictan no saben disfrutar de la vida.
EliminarUn abrazo.