A lo largo del siglo XIX se
va haciendo familiar una figura que anda por las calles y plazas de las
ciudades industriales de Europa. Flaubert (1821-1880) describe magistralmente
alguno de los paseos de Fréderic en el París de La educación sentimental. Baudelaire (1821-1867) no le ahorra
palabras: «La multitud es su elemento, como el aire para los pájaros y el agua
para los peces. Su pasión y su profesión le llevan a hacerse una sola carne con
ella. Para el perfecto flâneur, para
el observador apasionado, es una alegría inmensa establecer su morada en el
corazón de la multitud, entre el flujo y reflujo del movimiento, en medio de lo
fugitivo y lo infinito. Estar lejos del hogar y aun así sentirse en casa en
cualquier parte, contemplar el mundo, estar en el centro del mundo, y sin
embargo pasar inadvertido —tales son los pequeños placeres de estos espíritus
independientes, apasionados, incorruptibles, que la lengua apenas alcanza a
definir torpemente».
Ya
en el siglo XX, Walter Benjamin (1892-1940) hizo que esta figura que observa,
que capta matices, contrastes o huellas del pasado se tomara como emblemática
de la experiencia urbana, moderna, elevando su consideración a mística. Por
entonces aparecen los libros de Hessel, Paseos
por Berlín (1929), y de Fargue, El peatón
en París (1936). Y Susan Sontag (1933-2004), por su parte, en Sobre la fotografía, indica que la
cámara fotográfica, en 1977 (cuando lo escribe) ha devenido en instrumento del flaneur.
No
entramos aquí a analizar qué sea en este siglo XXI. Pero sí queremos presentar El caminante, de Jiro Taniguchi (1947-2017),
por pertenecer su autor a una cultura en la que todavía el trabajo está
sobrevalorado y mucha gente en Japón mantiene una jornada superior a la
europea. Lo que llama la atención es que es una obra gráfica que ha ido
creándose desde 1992 a 2015. Sus viñetas, la mayoría sin palabras, en las que
deambula un trabajador de clase media, en las que aparentemente no ocurre nada
extraordinario, llegan a ser inquietantes, tal vez por el asombro de la perra
nieve, tal vez por el avión de juguete que queda atrapado en las ramas del
árbol, tal vez por la señora mayor que no acierta a orientarse, tal vez por la
valla que salta para zambullirse en la piscina municipal cuando llueve, tal vez
por el pintalabios que encuentra debajo del banco del paseo público, tal vez
por la garza despistada.
[Salud.
A la espera de que la Vida enseñe a quienes gobiernan la res publica que somos simples caminantes]. [Ilustraciones de G.
Caillebotte y de Taniguchi].
Será porque mientras caminas puedes mirar de otra manera, más relajada, fijarte en los detalles, ¿qué manera mejor hay para conocer cualquier lugar que caminar por sus calles, ver a sus gentes y disfrutar de su ritmo?
ResponderEliminarMe gusta fijarme en esos pequeños detalles que a simple vista pasan desapercibidos porque igual no se consideran importantes, ese objeto que está donde no toca y que despierta la curiosidad, ese señor sentado en un banco, alguien que mira el horizonte... Como en la entrada anterior diría que tenemos que aprender a mirar sin prisas para ver lo que la vida nos ofrece.
Besos Ignacio
Ciertamente, Conxita, el deambular nos da la posibilidad de pararnos sobre esos detalles que comentas, tan abundantes, por otra parte. No deja de ser un ejercicio relajante y, claro, que ayuda a escribir, si ese es uno de los quehaceres que tenemos.
EliminarBesos.
No está de más la interrogación que supones en el presente siglo. No sé cuál sería la figura que nos define en las calles.
ResponderEliminarSaludos.
Yo también albergo mis dudas, Anónimo. Sería muy fácil hablar de los móviles, pero...
EliminarSaludos.
hola! sera todo un placer seguirlos, gente bella y considerennos sus seguidoras fieles a estas dos buhas que le gusta las lecturas mas que la vida!!!!!excelente blog, saludosbuhos, desde Argentina.
ResponderEliminarQue placer son de mi tierra !!!!!!!!!!!y sus escritos me llenan el alma convirtiéndome en poeta
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