Dicen ‒lo he oído en el
programa Longitud de onda‒ que cada
vez es menos negra la oscuridad de la noche en la atmósfera cercana; las luces recientes
led realizan emisiones frías que inciden en ello en mayor medida que las
anteriores y, al ser más económicas, aumentan en número. Genial. Por variar en
las lecturas y tener entre las manos algo sugerente en texto e imágenes, cogí
el otro día en la biblioteca un Atlas de
las constelaciones, que cuenta con texto de Susanna Hislop e ilustraciones
de Hannah Waldron.
Son numerosas y variadas las
formas de interpretar las estrellas de los cielos. Cada civilización tiene las
suyas, en las que refleja seres terrestres en la lejanía de la noche. A ello se
suman las realizadas por la gente marinera cuando dejaron el cabotaje y se
adentraron en las llanuras líquidas, y las que ha ido realizando la astronomía
desde que comenzó a diseñar aparatos para observar más exhaustivamente. En total,
una cantidad considerable de asterismos y constelaciones, creadas en buena
medida por el capricho de quien mira. Según decía Berger (Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos), «aquellos que
primero inventaron y más tarde nombraron las constelaciones fueron narradores.
Las estrellas hilvanadas en esa línea [imaginaria] fueron como eventos que se
suceden en una narración».
Partimos de aquel Math matik syntaxis de Ptolomeo,
elaborado hacia el 150 a.n.e. (sobre observaciones de Hiparco de Nicea), en la
que diseña 46 constelaciones pobladas por más de 1.000 estrellas, que recogen
tradiciones occidentales desde Mesopotamia (libro que nos ha sido legado por la
copia realizada en árabe, de ahí su nombre de Almagesto). A ello S. Hislop añade las más variadas leyendas y
descubrimientos científicos, como la obra de Catherina Elisabetha Koopman (1647-1693),
madre de los mapas lunares, que llegó a completar la obra de Johannes Hevelius (1611-1687),
en cuyo estudio se quedó, y a cuya memoria corresponde el nombre del pequeño
planeta 12625 Koopman, tan sencillo como aquella Leo minor que incluyo en Firmamentum Sobiescianum. (François
Arago comentaba que fue «la primera mujer a la que no asustó afrontar las
fatigas del cálculo y observación astronómicas»). Una delicia.
[Salud. A la espera de que
la Vida ilumine el mapa de estrellas de quienes gobiernan la res publica].
Queda muy apropiada la entrada, ahora que hemo tenido esa luna azul.
ResponderEliminarSaludos.
Casi siempre tenemos fenómenos estelares en los que se da algún signo particular.
EliminarSaludos.
ResponderEliminarHola Ignacio me has hecho pensar en lo desconocidas que son muchas de las aportaciones de las mujeres científicas, así que me alegro de haber conocido a Catherina Elisabetha Koopman. Pensaré en ella cuando mire estrellas.
Un abrazo
Ya, Conxita, no está de más pararse en estas aportaciones de mujeres. Suelen salir perdiendo por defecto.
EliminarAbrazos.