«La Bibliotecaria, al introducir el pañuelo de flecos, se sorprendió pensando: “Ninguna de las dos aprendemos de los fracasos”. Invariablemente, cada vez que asomaba mayo recordaba el nacimiento de Alejandra Pizarnik (1936-1972) y se enfrascaba en sus versos. Estaba terminando de hacer la maleta, para acercarse al pueblo por un par de días.
»Ahora, en las tierras altas de Castilla, las blancas flores de los manzanos iban escondiéndose entre las verdes hojas. El resplandor lo ponían las acacias de la salida hacia el campo por el Este, las matas de espino en los ribazos y la luz rojiza del sol entrevista en los claros que dejaban las nubes después de la tormenta. Los altos chopos flanqueaban el valle hasta el horno en donde se alzaban los montes próximos. Abrió el pequeño bolso que llevaba en bandolera y sacó uno de los papeles doblados que allí tenía:
Formas
no sé si pájaro o jaula
mano asesina
o joven muerta entre cirios
o amazona jadeando en la gran garganta oscura
o silenciosa
pero tal vez oral como una fuente
tal vez juglar
o princesa en la torre más alta
»Eran los versos de su Alejandra, escritos en Los trabajos y las noches −¡qué sería de aquel Hesíodo de los días!−. Habituados los ojos a las golondrinas, la Bibliotecaria continuó caminando, con el rostro levantado hacia el sol. Se dijo: “¡hemos amado tanto, las dos!”». »Ahora, en las tierras altas de Castilla, las blancas flores de los manzanos iban escondiéndose entre las verdes hojas. El resplandor lo ponían las acacias de la salida hacia el campo por el Este, las matas de espino en los ribazos y la luz rojiza del sol entrevista en los claros que dejaban las nubes después de la tormenta. Los altos chopos flanqueaban el valle hasta el horno en donde se alzaban los montes próximos. Abrió el pequeño bolso que llevaba en bandolera y sacó uno de los papeles doblados que allí tenía:
Formas
no sé si pájaro o jaula
mano asesina
o joven muerta entre cirios
o amazona jadeando en la gran garganta oscura
o silenciosa
pero tal vez oral como una fuente
tal vez juglar
o princesa en la torre más alta
Hoy me siento identificada, bibliotecaria que disfruta viendo el campo, precioso en esta época por cierto.
ResponderEliminarQué tendrá la luz y el calor que transmite que alegra el espíritu... cuando paseo con mi madre por el jardín de su residencia siempre que estamos frente al sol, se para, cierra los ojos y dice "hmmmm qué sol tan rico", es un regalo para ella... en ese momento todo cuanto ha vivido y no recuerda estoy segura que se condensa en un rayo... "hmm cuánto hemos amado y querido"... :)
ResponderEliminarReunión de bibliotecarias, pues, en el campo, Ayla.
ResponderEliminarY ante el sol, Mafi. Aunque solo sea para ese rayo de memoria, para el deslumbramiento del amor.
ResponderEliminarY yo estudiando, joooo quiero rayitos de sol, que tanto estudio me va a dejar los sesos secos ;)
ResponderEliminarBueno, ya llueve, Nadia (al menos por estas tierras burgalesas).
ResponderEliminarEl suelo era un jardín de despojos esta mañana. Parece de luto por el dolor en Lorca.
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