Los agudos sonidos de los vencejos, el canto de gorriones y estorninos, el lejano vaivén de las golondrinas rehacen, como ningún otro elemento –para mí–, el ambiente cíclico de estos tibios días primaverales. Las amapolas en los húmedos campos, el aciano en las cunetas, las blancas umbelas del hinojo, los racimos de pan y quesito en las dos acacias de la ermita y el delicado azul de esas flores (esparcidas entre el tomillo y orégano) que nunca recuerdo cómo se llaman, nos llevan de la mano en nuestro paso a paso.
He traído un libro: La pasión, de Jeanette Winterson (2007). Tal vez algo primerizo, algo desigual. En todo caso, genial en algunos pasajes. Así, cuando Henri (el muchacho criado por su madre y educado por un cura) se alista en el ejército de Napoleón, y Louise (la niña que le sigue con frecuencia) le habla. Leo en alto la página veinte. La Bibliotecaria mira con descuido las nacientes espigas:
−¿Vas a matar gente, Henri?
Me agaché a su lado.
−Gente no, Louise. Solo al enemigo.
−¿Qué es el enemigo?
−Alguien que no está de nuestra parte.
lunes, 30 de mayo de 2011
Pasión
Salimos a pasear hacia el campo en la mañana del último domingo de mayo. La Bibliotecaria se ha puesto un vestido tierra claro, que le deja los hombros al aire, con vuelo, estampado de diminutas rosas que se diluyen al subir hacia el cuello. Yo, desconfiando de mi alergia y con el viento invernal todavía en la memoria, me cubro los brazos.
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Genial texto Lavela. Te felicito por esa descripción primaveral (parecía que recorría el trayecto hacia mi pueblo), y por la magnífica cita.
ResponderEliminarUn beso.
Pasear con la Lavela, siempre es diferente, yo siempre voy corriendo a todas partes o en coche.
ResponderEliminarMenos mal que contamos contigo para apreciar la primavera.
Gracias, Elena. Los paisajes de lugares alejados, con frecuencia, son parecidos.
ResponderEliminarUn beso para ti, Elena.
Ayla, no hay inconveniente. Puedes unirte a los paseos cuando lo desees.
ResponderEliminarBonitos renglones: El campo transformándose y el hombre en lucha.
ResponderEliminarPues sí, Elvira, naturaleza y hombre no siempre congenian.
ResponderEliminarSaludos desde este sitio.
A la bibliotecaría todos los olores y sonidos de la primavera le aceleraban el pulso porque quería poseerlos todos y no le bastaban sus sentidos a pleno rendimiento, su mente no quería aceptar que pasados unos días podía terminar toda esa explosión de vida. Pobre bibliotecaria siempre ansiosa intentado ampliar su vida. :)
ResponderEliminarLa Bibliotecaria tiene sus días, Mafi.
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