En estos momentos se halla en los estantes de nuestras bibliotecas el número doble 83-84 de la revista Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura. Con él se celebra el veinte aniversario de la misma y, a su vez, la despedida. Es una revista de pensamiento, de las que no abundan, de esas que definen a quien las consulta. En cierto modo, difícil, de concepto escurridizo, de lenguaje trabajado. Leyéndola, se tiene la certeza de que las palabras no siempre aclaran, conforman o aquietan, sino que pueden dar paso a la incertidumbre, al asombro e, incluso, al desasosiego. En todo caso, es de ese tipo de revistas necesarias.
Archipiélago nació en 1988 como un proyecto colectivo –de ahí nuestro interés–, alejado del ánimo de lucro, en el que un grupo de personas (pre-ocupadas) deciden emplear parte de su tiempo en construir una tribuna desde donde expresarse con libertad. Funciona tomando las decisiones en común. Asambleario, atractivo y engorroso. Es un proyecto que va necesitando bastante dinero y, con el correr de los años, tiene que recurrir a la publicidad para la subsistencia (lo que no deja de ser motivo de conflictos) y acogerse a la ayuda del Ministerio de Cultura en la que adquiere unos ejemplares para las bibliotecas públicas del Estado. Al final, este lastre crematístico, y las obligaciones y devociones de quienes participaban en su elaboración, no ha sido compatible con la continuidad de la revista.
Su cabeza más visible en los inicios fue J. A. González Sainz, escritor y profesor de filosofía, encontrándonos con las voces de Julia Varela, Tomás Ibáñez, Isabel Escudero, Enmanuel Lizcano, Félix de Azúa... Ha traducido textos primicia de Castoriadis, Prigonine, Hannah Arendt, Nora Catelli… En la redacción, Ana María González. En todos sus artículos palpita el aserto de G. Steiner (en Presencias reales) de que la lectura lleva aparejada una «obligación de respuesta».
En formato cuarto marquilla (26 x 18,5 cm), 8.º –invariable a lo largo de la veintena–, en una o tres columnas a corondel, ha presentado números monográficos, alguno de los cuales se han tenido que reimprimir (lo que no es muy corriente en publicaciones de este tipo), siendo bastantes de ellos dobles, con lo que alcanzan las doscientas cuarenta páginas. Cada entrega viene ilustrada por un artista, que suele elaborar la obra expresamente para el tema en cuestión y la cede (amablemente) a la redacción. Por ella han pasado: el poder del discurso, el tiempo, los trenes, el espectáculo de la cultura, los exilios, el cine y un extenso etcétera.
Curiosamente, precede en un par de años al internet de la triple uve doble, siendo –ambos– lugares sin centro, «conjunto de islas unidas por aquello que las separa». Nos ha quedado un lugar más en donde habitar.
Es una pena que desaparezca por lo que parece ser falta de presupuesto y de tiempo de los pre-ocupados... pero, ¿no podría seguir en internet? vía blog por ejemplo... o como aparece de vez en cuando "la vela de...".
ResponderEliminarDesde aquí yo animo a los implicados, ¡venga hombre que no se diga!.. ;)
No es mala idea, Mafi, lo de internet. Aunque creo que la mayoría de las firmas no andan muy familiarizadas con este medio.
ResponderEliminarEn la desaparición también ha influido la pérdida de suscripciones. La gente nos dispersamos por lugares nuevos..., lo cual no es nada negativo.
Lo que han hecho permanece en los estantes.
Me ha dado mucha pena recibir el último número. Una noticia triste.
ResponderEliminarSaludos,
Diego
Malos tiempos para las revistas... y peor para las de pensamiento y libre expresión.
ResponderEliminarEn la desaparición también ha influido la pérdida de suscripciones. La gente nos dispersamos por lugares nuevos..., lo cual no es nada negativo.
ResponderEliminarLas cosas cambian... se asume pero da pena, aunque lo hecho permanece, como dice lavela.
Es una pena la desaparición de una revista que ha significado tantas cosas.
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